este que despedimos ha sido un año paradójico si miramos hacia Europa. Cuando parece que más costuras saltan, más noticias relevantes nos llegan desde las instancias de la UE que han provocado movimientos muy importantes en nuestra sociedad.
Un año electoral europeo, una nueva Comisión que de entrada responde más a un reparto territorial que a un Gobierno coherente y un presidente tocado desde su primera semana por el escándalo de los beneficios fiscales secretos que pactó con las grandes multinacionales cuando era primer ministro de Luxemburgo. El patrón de los paraísos fiscales es el encargado de decirnos cómo debeos manejar nuestras Haciendas. No, no pinta nada bien.
De la política exterior europea, ni está ni se le espera. No ya de aquello que Aznar refirió como “lejanos desiertos” sino de lo que está pasando a las puertas de la Unión. La crisis en Ucrania y las consiguientes tensiones con Rusia han puesto de manifiesto la escasa consistencia de la política exterior común. Por no hablar del inacabable drama en las cosas del mediterráneo y la inmigración.
Aún no hemos terminado con la lista de desgracias comunes europeas. El auge los extremismos de izquierda y derecha tienen un elemento populista que atufa y que compromete seriamente políticas rigurosas, porque los del centro se sienten obligados a escorarse para ampliar su mercado electoral. Todo apunta a que sin una recuperación económica sostenida, el censo europeo es pasto de los nuevos líderes radicales, más dispuestos a arrear que a arromar el hombro.
En este punto, no está nada mal una referencia al resultado que refleja el sondeo electoral que conocimos el viernes a cargo del Euskobarómetro y que coloca a Podemos como segunda fuerza política en el parlamento si hoy se celebraran las elecciones. Sin programa conocido, sin candidatos públicos, con una pequeña estructura? 22 de escaños. Sí, en eso también somos europeos en estos tiempos de descrédito general de la política que hemos conocido. Pero del sondeo al voto, hay un trecho y por medio dos citas electorales. Veremos.
Pero escribía al principio que el año ha resultado paradójico, porque si nos identificamos con algunos de los graves problemas que recorren Europa, también deberíamos admitir que han llegado nuevos aires que han desatascado en buena medida algunos de los problemas que aquí permanecían enquistados. Por ejemplo, la anulación de la llamada “doctrina Parot” a cargo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos o la reciente aplicación de la directiva marco europea sobre cumplimiento de penas que en breve tendrá que decidir el Tribunal Supremo cómo se materializa
Dos asuntos que no sólo han supuesto la libertad de personas que penado sus culpas, sino que tienen un efecto disuasorio que ante magistrados que han demostrado una complicidad extrema con el Ejecutivo, despreciando su independencia y poniendo sus sentencias a mayor gloria del partido de turno. Pues bien, eso parece que va quedando atrás gracias a decisiones europeas que van anulando una excepcionalidad jurídica que no se correspondía con la realidad.
Otro caso llegado de Europa en este 2014 que nos permite albergar esperanzas renovadas para los que estamos a favor del derecho a decidir su futuro que asiste a todos los pueblos: la celebración del referéndum de independencia en Escocia. Un referéndum pactado, polémico sí, pero celebrado en un clima de normalidad democrática y que no ha levantado ampolla alguna en el seno de la UE por mucho que en España se empeñen en lo contrario. Ser europeo es estar acogido, pese a todo lo que he expuesto en los primeros párrafos, a un paraguas común de democracia.