Probablemente vayan muchos de ustedes a gastarse hoy lo que no se gastaron ayer porque hemos importado ese rito comercial estadounidense -otro- de descuentos extraordinarios prenavideños: el Black Friday. Rompe uno el cerdito y se lanza al escaparate más cercano en busca de soluciones para los compromisos de Olentzero. Es un frenesí del que solo te puede sacar un control de la Guardia Civil en la aduana de Andorra.

Que ya es casualidad que se tope el número con una vocal del Consejo General del Poder Judicial y le encuentre 9.500 euros a ella y 10.360 a su hermana. No hay nada irregular en la vocal -el límite legal de dinero de bolsillo para cruzar la frontera de regreso de Andorra es de 10.000 euros- pero queda feísimo. Al garete la ilusión de las compras prenavideñas y venga ruido por un cúmulo de circunstancias. A saber, que la vocal, Mercè Pigem, esté vinculada a CiU con la mala baba que cruzan estos meses entre Moncloa y el Palau; que su hermana sobrepase por 360 euros el límite legal; que el celo profesional del número de la Guardia Civil le dé, en lugar de cuadrarse ante el poder judicial, para levantar acta; si me apuran, hasta que no se le ocurriera a Pigem decir que esos 360 € de más que llevaba su hermana se los estaba sujetando a ella y, así, las dos dentro del límite. Y la mayor casualidad de todas: que esto, que pasó el día 15, lo sepamos en la semana en la que al PP se le funde una ministra por lucro corrupto en fase de instrucción y Rajoy se estrelle en el Congreso con una batería de medidas anticorrupción recién descongeladas para la ocasión tras un año envasadas al vacío para que no cogieran olor. Se le quitan a uno las ganas de black fridays cuando el resto de la semana ya trae ese color.

Para ser justos, no se puede decir que Rajoy decepcionara. El personaje ha dado muestras más que evidentes de lo que cabe y de lo que no cabe esperar de él. Pero su estrategia de minimizar la dimensión de la corrupción, como si le hablara a un ente abstracto que le contempla a distancia mientras elude un mensaje claro para sus propios administrados, es un error. La opinión pública española no le mira de hito en hito para comprobar que no se ha movido del sitio; por mucho que la aburra con la atonía de su discurso, eso no le excusa de ofrecer respuestas. Debe afrontar la corrupción en primera persona, no como una condición ambiental sino como la crisis de impunidad por falta de medidas de control en los partidos políticos y las instituciones españolas. Con un protagonismo fundamental del PP en su desarrollo.

El debate de anteayer debió ser sobre la corrupción del PP y no sobre medidas generales. Y debería haber comenzado con la disculpa de quien, en tres años de legislatura de mayoría absoluta aplicada a rodillo para otros aspectos de índole ideológica e identitaria, no ha sido capaz de atajar la sangría con la que llegó a La Moncloa. Porque Rajoy ya llegó a la Presidencia con estos escándalos a la espalda. Bárcenas, Gürtel, Palma Arena, Fabra, la trama valenciana y sumen decenas de cargos públicos en uno u otro sumario. Mariano Rajoy midió la importancia de ese sumidero democrático hace tres años en términos electorales y llegó a la conclusión de que su mayoría absoluta confirmaba la impresión que ya sacó de las autonómicas valencianas: su trascendencia es diminuta. Eran otros tiempos. El señuelo económico en forma de expectativa de cambio fulgurante no le acompaña ahora, cuando se le amontonan las correcciones a la baja sobre sus previsiones de mejoría.

Con un descalabro electoral en ciernes, el presidente del PP da la medida de su desorientación poniendo cara de que este problema acaba de empezar. Cómo le verían quienes siguen la actualidad política española desde la Corte que, en el contexto de lo ocurrido estos días, la especulación de moda esta semana era la de las elecciones anticipadas. Rajoy mantiene cierta capacidad de sorprender, pero es más por su persistente inmovilidad contra lo que dicta el sentido común que por acometer acciones decididas. Quizá medie un ataque de pánico en el inicio de año si la economía empeora pero su perspectiva de la pérdida del gobierno difícilmente puede empeorar y la tentación de la gran coalición requiere al menos dos condiciones que no queda claro hasta qué punto están maduras: que a Pedro Sánchez le acogote tanto la omnipresencia de Pablo Iglesias que descubra que lo suyo es el centro y ceda a la tentación del abrazo del oso; y dos, que Rajoy pase los trastos a alguien que convenza al PSOE de que también el PP está dispuesto a ocupar el centro. ¿Digamos Soraya? Quizá para madurar todo esto haga falta otro año de Black Friday y agotar, por tanto, la legislatura.

Entretanto, lo más probable es que el PP siga gestionando la corrupción como quien contempla unos pequeños hilitos como de plastilina en desplazamiento vertical.