Donostia - ¿Qué supone la decisión del Tribunal Constitucional?
-Es la constatación de la imposibilidad de resolver un conflicto político, como es la insatisfacción de la sociedad catalana, en el marco español por vías racionales y legales en la medida en que este Tribunal, con unos precedentes de imparcialidad más que dudosos, creo que está después de lo del Estatut, está moralmente deslegitimado ante la sociedad catalana. La decisión no ha hecho más que convencer a más gente de ir el domingo a votar. En el momento en que hacemos esta entrevista, hay más independentistas que antes de la decisión del Constitucional.
¿El “proceso de participación ciudadana” convocado para el domingo es la consulta que previó en 2008 en el libro?
-Lo que defendí y preví en el libro hace siete años era que habría una mayoría democrática en el Parlament, que para mí era suficiente para legitimar un proceso de independendecia. Decía en el libro que si debíamos pecar de algo, debía ser de un exceso de democracia. Después de unas elecciones en las que las fuerzas independentistas fueran mayoría, me gustaría que, para reforzar esta decisión, hubiera un referéndum vinculante, no un proceso participativo ni consulta no vinculante. Nada a medio camino, que es lo que hasta ahora se ha establecido.
¿Se ha perdido la oportunidad para esa consulta vinculante?
-No, porque yo creo que solo puede hacerse desde el apoyo de una mayoría parlamentaria estable a un gobierno hegemónico que ahora no existe. El Gobierno está en minoría y no sería sensato que promoviera un proceso de estas características. Todo esto corresponde a otro periodo político que es el que está por llegar.
¿Ni siquiera con el apoyo que en esta cuestión ya le da ERC?
-No, porque esto debe hacerlo un gobierno sólido, sin fisuras y que quede claro desde el principio de la legislatura con qué objetivos se mueve y qué finalidades persigue.
En otras palabras, ¿un gobierno salido de unas plebiscitarias?
-Esto, en definitiva, son unas elecciones al Parlament. Elecciones plebiscitarias no sé lo que son en realidad, porque todas lo son. Unas elecciones clarifican el panorama y son intachables desde el punto de vista de la legalidad española. El Estatuto de Autonomía, que es el marco legal en el que se mueve Catalunya hoy, es una ley orgánica española. Nadie puede decir que unas elecciones al Parlament son ilegales.
¿Con lista única?
-Siempre he defendido la necesidad de que cada formación defienda su propio programa. Una de las características del actual proceso catalán es que el independentismo es finalmente pluripartidista: hay partidarios de la independencia desde la democracia cristiana hasta el comunismo, paando por el socialismo, el ecologismo, la izquierda alternativa, los liberales... Refuerza mucho más la imagen plural del proceso cada partido con su identidad y con un punto específico en el que cada uno se pronuncie sobre cómo ve esta cuestión; que no una lista unitaria que, en el fondo, es un recurso autodefensivo. Quizá esconda cierta sensación de debilidad, que no es el caso catalán.
Por lo tanto, apuesta por unas elecciones no plebiscitarias que den como resultado un vencedor con mayoría absoluta...
-Que no va a pasar...
O un gobierno de coalición.
-Exactamente, exactamente. Defiendo unas elecciones al Parlament de las que salga un gobierno con una mayoría parlamentaria sólida que le apoye y ojalá que lo partidos de esa mayoría, todos, o en su mayor parte, estén en un gobierno de concentración nacional para la próxima fase que encarará Catalunya.
¿Cómo define la actuación del president Mas?
-Es una actuación difícil, complicada y poliédrica. Lo que ha hecho Artur Mas es mantenerse en una posición de firmeza, soportando el constante linchamiento político y mediático español, pero a su vez era imposible que fuese creíble el paso de un partido que durante casi 30 años ha frenado el independentismo a ser su adalid. La gente no cree en los milagros. El paso de Mas, en su lugar personal, creo que es sincero, pero no puede pretender que con esto cambie la historia, las alianzas, la ideología y los pactos habituales de Convergència.
¿Habrá elecciones anticipadas?
-Creo que la situación no aguanta más tiempo así. No se le puede obligar a la sociedad catalana a vivir en una tensión social permanente. El pueblo catalán ha demostrado que somos los mejores del mundo en performances patrióticas: hemos hecho la Vía Catalana, la Uve... No sé qué más vamos a hacer; si es conveniente, haremos el pino, pero es la hora de la política. Como lo que tenemos entre manos no es un problema jurídico con España sino político, estos deben ser resueltos políticamente. En democracia, solo pueden ser resueltos en las urnas.
Si soy uno de esos muchos guipuzcoanos que suele veranear por Cambrils o Salou...
-Esa es una buen elección...
Y llevo cinco años sin ir, ¿cómo me explica lo que ha pasado en este tiempo?
-Es la conjunción simultánea de básicamente tres factores. En primer lugar, se ha acentuado la política represiva contra la lengua y la cultura catalana desde el Ministerio de Cultura y Educación, con las medidas más duras contra la lengua catalana desde el franquismo. Esto ha afectado a una parte importante de la sociedad. En segundo lugar, una crisis económicamente galopante ha hecho ver la crueldad de la situación fiscal que sufre Catalunya, que no permite que con nuestros impuestos podamos tomar unas medidas sociales que hagan la vida más llevadera y digna para los más vulnerables. Y en tercer lugar, la sentencia del Constitucional destrozando un estatuto que había sido destrozado por el Congreso de los Diputados español. Todo esto ha colmado la paciencia de la mayoría de la sociedad y muchos llegan a la conclusión de que solo hay una cosa que hacer: irse.
¿Lo de “no me llamo José Luis, sino Josep Lluís aquí y en la China Popular” es una actitud que ha ido a más desde que visitó aquel programa en 2007?
-Sí, y me sabe mal volverlo a repetir. Salvando todas las excepciones que sean precisas mencionar, España es alérgica a la diversidad. La diversidad lingüística y cultural nunca han sido vistas como un valor positivo, sino como un engorro y una molestia que provocan irritación. Forma parte, por desgracia, de los ingredientes habituales de la política española.
Hablando de ingredientes habituales, ¿contaba con la aparición de los presuntos escándalos de corrupción?
-Por desgracia, el factor corrupción está presente en toda Europa. Lo que sucede es que el caso Jordi Pujol ha sorprendido. Y digo el caso Jordi Pujol, porque otra cosa es la rumorología de siempre en torno a la familia Pujol. Creo que no ha afectado políticamente al proceso independentista. Sí que moralmente ha causado decpeción, sobre todo en catalanes de las generaciones de más edad.
¿Se arrepiente de no haber ido al fiscal cuando un alto cargo de CiU le dijo, según reveló en ‘Radio Euskadi’, que las denominadas ‘mordidas’ alcanzan hasta del 5% de los contratos?
-No, porque esto no es ninguna prueba de nada. Esto es algo muy serio. Uno no puede ir adonde un fiscal a partir de una afirmación que hace alguien que no pone pruebas. La corrupción es posible porque hay corruptores y corruptos, y algo grave pasa cuando en un Estado como el español, incluso en su momento, como con Naseiro, se hablaba del 5%. O cuando las empresas constructoras podían deducir el 5% de sus impuestos sin justificar.
Veamos los resultados del último CIS. Podemos, primera en intención de voto directo y tercera, a cinco puntos del PP, en la intención de voto.
-Bueno, siempre se dice, cuando van bien o mal para según qué partido, que una cosa son las encuestas y otra, la realidad. Ahora, como síntoma, no debe desmerecerse. Podemos es en España la expresión de la fatiga de la política clásica. El detonante de que la vieja política causa ya fatiga en la sociedad y que merecen más confianza otras fórmulas.
¿Con Guanyem puede pasar algo parecido?
-Creo que puede tener un buen resultado, sin duda, pero no sé hasta qué extremo. En Catalunya tenemos otra situación. Quien ha conseguido ganarse la confianza de la sociedad no es una formación política específica sino un movimiento social como la Assemblea Nacional Catalana (ANC), que explícitamente siempre ha declarado su voluntad de no convertirse en sujeto político ni electoral.
¿Ha influido el proceso escocés en el catalán?
-No, porque la situación es muy distinta. Escocia se ha puesto mucho más tarde que Catalunya; e Inglaterra, felizmente para los ingleses, no es España. Una de las diferencias fundamentales, aparte de la cultura y tradición democrática del Reino Unido de la Gran Bretaña -que no tiene nada que ver con el Reino superunido de España-, es que el independentismo escocés es como era hace pocos años el catalán: unipartidista. Hoy el catalán es multipartidista.
Por lo que, entiendo, que no se cree o le llegan tarde las promesas de reformas y cambios que proponen, por ejemplo, el PSOE y Pedro Sánchez.
-No es que no me las crea, sino que quien no se las cree es la sociedad catalana. Estas promesas siempre se han introducido en momentos de crisis y cuando han gobernado los federales, que se supone es el PSOE, no han federalizado nada en su vida. Para Catalunya no sirve. Es posible que esto que ahora anuncian de reformar la Constitución y del Estado plurinacional puede tener algún interés para lo que quede de España cuando nos vayamos. En todo caso, lo leeremos por la prensa.
¿Se refiere a Euskal Herria o cree que adoptará el camino que llevan ustedes?
-No, no, no, no me refiero tanto a las otras naciones que queden en el Estado español, sino que España deberá resolver un problema en su futuro: cómo gestiona la diversidad que hay en su seno. España no tiene ni la capacidad ni la voluntad de hacerlo. Que los recursos constantes de la izquierda española y el federalismo no tienen credibilidad alguna porque no son más que una retórica dialéctica que nunca se ha aplicado.
¿Ve a los vascos en el camino catalán?
-Lo más importante es que cada sociedad debe tomar su propio camino. En Catalunya, durante años hemos padecido de lo que llamo mimetismo político: Ahora somos los lituanos, ahora somos los escoceses, ahora somos los quebequeses... Quizá porque lo más difícil es ser los catalanes. Analizamos qué sociedad tenemos y a partir de ahí, hemos tomado el camino más acertado. El País Vasco, un país que siempre he observado con simpatía y afecto, debe cicatrizar su historia de violencia de décadas y esto es un paso, no sé si previo, pero como mínimo no es posterior a avanzar en un proceso de emancipación nacional.