hay realidades que algunos prefieren ignorar o, al menos, eludir sin mirarlas como avestruz que esconde los ojos debajo del ala. Una de ellas ha sido puesta de relieve estos últimos días en base a los cálculos que el Gobierno vasco y los propios familiares han hecho sobre el futuro de los presos/as políticos vascos. Cuando el calendario fije el año 2019, pasados los alivios de las sentencias europeas y las eventuales aplicaciones de beneficios penitenciarios, quedarán en las cárceles entre 150 y 200 personas presas por su vinculación con ETA y en ellas permanecerán aún largos años.
Para entonces, el actual proceso de paz y convivencia se percibirá en la sociedad vasca como algo ya pasado que se alejará en la memoria colectiva y en el tiempo. Habrá en nuestro pueblo nuevas preocupaciones, otras aspiraciones y distintas prioridades. Solo esos centenares de conciudadanos todavía encerrados en prisiones españolas nos vincularán al pasado, aunque de manera difuminada excepto para sus más próximos allegados.
Para esa fecha, 2019, la izquierda abertzale como colectivo más vinculado estratégicamente con esas personas aún encarceladas, seguirá sin saber cómo resolver la situación y quizá volverá a ofrecer la enésima rueda de prensa para proponer al resto de las fuerzas políticas rescatar un programa para la resocialización de los presos/as que en su día rechazaron y menospreciaron porque había sido elaborado y propuesto por el Gobierno vasco. Aquel programa Hitzeman que despreciaron porque no era más que “un brindis al sol”.
Bien, lo que acabo de describir es ciencia ficción y pido disculpas por esta licencia, pero no me parece que sea una hipótesis descabellada. Podría ser, incluso, peor. O sea, que después de vilipendiar con rechazo rotundo el programa Hitzeman en 2014, más tarde, allá por 2018 o en 2022 la izquierda abertzale tuviera que aceptar, o tragar, un programa de reinserción en condiciones mucho peores que el propuesto por el secretario para la Paz y Convivencia del Gobierno vasco.
Reitero que la hipótesis no es descabellada, porque este mismo dejar pasar el tren ha ocurrido reiteradamente en el quehacer político de la izquierda abertzale en cualquiera de sus denominaciones. Demasiadas veces han llegado tarde y, además, han llegado en peores condiciones que si hubieran subido al tren cuando pasó por primera vez. Es una película que hemos visto repetida en demasiadas ocasiones, y mucho me temo que tal como van las cosas y si no hay una urgente reacción de inteligencia política seguiremos asistiendo al mismo dejar pasar el tren.
Me consta que esta sensación es ampliamente compartida, porque para buena parte de la sociedad vasca no han pasado desapercibidos ejemplos paradigmáticos como el denominado Plan Ibarretxe que la izquierda abertzale desdeñó y ridiculizó. Ahora, perdido aquel tren, portavoces de la izquierda abertzale lo proponen y sin duda lo firmarían con los ojos cerrados incluso con un contenido menos exigente que el original.
Trenes perdidos, como el paso que dio Aralar en 2001 rechazando sin rodeos el uso de la violencia para defender su proyecto político. No pueden olvidarse las maledicencias, los desprecios a las gentes de Aralar, por proponer hace casi catorce años que la izquierda abertzale oficial hiciera antes y mejor lo que hicieron más tarde y peor.
O las propuestas que hizo Elkarri desde 1992 para facilitar salidas dialogadas, propuestas que fueron sistemáticamente rechazadas, para terminar aceptando una solución no dialogada veinte años más tarde.
Lizarra, Loiola, Pérez Esquivel? cuántos trenes perdidos sin ninguna autocrítica. Porque nadie ha hecho una reflexión pública, nadie ha asumido la responsabilidad de tanto fracaso en los diagnósticos y de una dirección tan errática de un movimiento político cuyo capital humano se merecía mejor liderazgo. Es lo que tiene, en un mundo en el que nadie asume responsabilidades ni nadie dimite.
Mañana hará tres años que ETA anunció el final de su actividad armada. Para la inmensa mayoría de la sociedad vasca, la paz ha llegado y ha llegado para quedarse. Pero no hay, ni habrá, paz para esos centenares de familias que lloran a sus muertos y para las que visitan a sus presos con tanto sacrificio como tenacidad. Ojalá otra vez no se dejen pasar los trenes que se vienen proponiendo, llámense Ponencia de Paz, Hitzeman, etc., para dentro de quién sabe cuántos años coger otro tren con retraso y en peores condiciones.