Dice el juez Fernando Andréu que Miguel Blesa y Rodrigo Rato consintieron y propiciaron el uso vergonzante de las tarjetas de Caja Madrid. El caso pone de manifiesto que cuando el extracto de gastos no repercute en la cuenta de uno, se tiene una mayor alegría a la hora de presentarle bacaladeras a la tarjeta de crédito. Porque, en los tiempos en que Blesa empezó a tirar del pequeño de tesoro de plástico, daba tiempo de pensar y hasta de arrepentirse de lo que uno gastaba mientras se marcaba con papel de calco el recibo del gasto y te lo presentaban para firmar. Y estos firmaban, con una profunda convicción, como también han manifestado al juez, de que hacían lo correcto.

Rato, Blesa y toda la caterva de bien pagados que cogieron el regalo y tiraron de él, son fruto de una determinada forma de entender en España el ejercicio de la responsabilidad en la gestión y cómo se paga. Un concepto que ha marcado el devenir de la democracia española hasta lo que hoy es. Supongo que esa tradición vendría de antes pero, si alguien se cuestionaba si también en democracia el amiguismo, el nepotismo y el tráfico de influencias cultivado durante los cuarenta años anteriores tenían cabida, enseguida desechó sus dudas. Cuando Carlos Solchaga dijo hacia el final de la década prodigiosa del socialismo español -la de los últimos años 80- aquello de que “España es el país europeo en el que es más fácil hacerse rico”, algunos remataron la frase con un sonoro “tonto el último”.

En ese contexto hay que entender la carrera de nuestros protagonistas. Los escándalos de corrupción -Filesa, Roldán, Juan Guerra, fondos reservados- dieron la puntilla a los gobiernos socialistas de Felipe González y dejaron paso a la derecha española después de catorce largos años. José María Aznar llegó con un discurso de regeneración que se diluyó tras su mayoría absoluta y sacó a la luz una estrategia clara: crear una estructura de poder político y económico estable y capaz de dar vigencia a su proyecto político con personal de su confianza en lugares clave. O quizá era al revés y lo que primaba era dar vigencia y sostenibilidad a la trama de intereses y rendimientos económicos personales para después de la política. El huevo o la gallina. De todos es sabido que haberse sentado cerca del pupitre del presidente español era un activo imponderable. En la privatización del sector público -industrial, energético, financiero y de comunicaciones- los nombres más próximos al presidente y su partido recibieron los encargos más jugosos (Tabacalera, Telefónica, Argentaria, Endesa, etc.) en un proceso liderado por el ministro de Economía y vicepresidente económico de sus sucesivos gobiernos durante ocho años: Rodrigo Rato.

Cuando termina el festival, en 2004, a Rato lo colocan en el FMI, de donde salió por la puerta de atrás en 2007, cuando se atisbaban los inicios de la crisis del año siguiente, y los informes posteriores sobre su gerencia no dejan dudas: incapacidad, sesgo interesado en los informes del organismo y una ineficiencia y falta de rigor que jugaron un papel central en la gestación del gran agujero económico del que llevamos siete años intentando salir. No lo vieron venir porque la conveniencia dictaba que no se mirara hacia allí. Su posterior aterrizaje en el sector financiero tiene nombres de pedigrí como Santander, Banca Lazard o Criteria, el holding de participaciones de La Caixa y, por fin, Caja Madrid-Bankia. Todavía, después de que el gobierno le empujara fuera de la caja quebrada y Rato figurara ya como imputado por su gestión en ella, lo rescatan Botín para el Santander y Alierta para Telefónica. De bien nacidos es ser agradecidos.

Miguel Blesa es otro autodidacta. Su carrera profesional empieza con las oposiciones a inspector de Hacienda que no se sabe en qué academia preparó ni en qué pupitre se sentaba, pero coincidió con Aznar que también se presentaba. Hace discreta carrera en la Administración del Estado y, luego, como abogado hasta que, en 1996 -de nuevo el año mágico del primer triunfo de Aznar- le meten en el Consejo de Caja Madrid. De ahí, a triunfar mediante su elección como presidente con los votos de los representantes del PP y de -agárrate- Izquierda Unida y Comisiones Obreras, un par de cuyos representantes en la caja gastaron más de 230.000 € cada uno en los años del chollo.

Ese trampolín, y el respaldo del PP, llevó a Blesa a los Consejos de Telemadrid, Endesa o Dragados. Años dulces en el que medró su patrimonio inmobiliario a tipo de interés hipotecario preferente que le concedía su entidad. Años de lodo. Ahora, por consentir y propiciar, se juega la cárcel. Otros, que propiciaron, animaron y utilizaron a estos alfiles en su ajedrez político y económico, dan lecciones. Por cierto, recomendaba ayer Aznar a Rajoy que no ceda un ápice ante Artur Mas. Por el bien de España, se supone. Como todo lo demás.