Volar no es el período de tiempo que uno invierte en caerse al suelo. En esas estamos hoy con las cajas vascas y conviene no alimentar la desmemoria con esa suerte de permanente despertar a la vida que parece haberse instalado en algunos discursos. Porque la transformación de las cajas de ahorros vascas en fundaciones, la bancarización de su actividad y el propio y sostenido proyecto de fusión tienen una historia. En esto -también- la izquierda abertzale pretende parar el reloj al resto del mundo después de vegetar durante meses y años agarrada a un eslogan. Para que el discurso se empape del concepto falaz de privatización de una entidad cuya naturaleza jurídica ya es privada hay que ser muy insistente. Viral. Es inestimable y sorprendente la colaboración de los sindicatos LAB y, sobre todo, ELA como voceros. Sorprendente cuando la pose se pone en contraste con el saber y el sentir de sus afiliados en las propias cajas. No está en boga, pero los impositores y empleados de BBK, Vital y Kutxa merecen, al menos, verdad. Y que saquen sus conclusiones luego.

Algunos dejamos escrito en este diario tres años atrás nuestro rechazo al proceso de bancarización dictado por la troika europea con la misma convicción que hoy sobre la solvencia del modelo vasco de cajas de ahorro y la legitimidad de su pervivencia, aunque sea imposible. No comulgamos con que su transformación en entidades de crédito al uso eliminara per se los problemas sistémicos del sector financiero español porque fueron prácticas calcadas de la banca clásica las que causaron los agujeros en los balances de algunas cajas de ahorros del Estado -si bien es cierto que, en otros casos, la gestión poco profesional de los responsables políticos aterrizados en ellas las llevó a la quiebra-. Pero la evidencia es que, por muy lamentable que nos parezca que se lamine el modelo tradicional de las cajas, como recordaba esta semana Unai Sordo, el imperativo legal está ahí. La insumisión a él no es ya la selva -¿dónde ponemos límite a su ejercicio?- sino el suicidio. Porque el imperativo lo determina la voluntad de un mercado europeo, si no global, de las finanzas que nos ningunea pero sin el que no somos nada.

Nadie se reconoce hoy padre de la indolencia con la que durante casi dos décadas se frustraron los intentos de fusionar las tres cajas vascas. Lo tildaron de proyecto del PNV -y, en honor a la verdad, nadie más apostó siempre por él- para justificar las zancadillas. Además, las miserias políticas de unos y otros han coincidido en frustrar los intentos. El más serio fue el de 2005, cuando los tres presidentes propusieron en base a verdades financieras como puños una fusión que requería trasladar al Parlamento vasco en forma de Ley de Cajas idéntica corresponsabilidad transversal de la que ellos hacían gala. Al propulsor de la unión desde la Vital, hermano del presidente socialista del Senado, le ningunearon los suyos, por vértigo y cálculo político. En 2008 lo intentaron BBK y Kutxa mano a mano. Aquí ELA y LAB ya estaban en el no; pero lo que lo frustró fue la descomposición de la IU de Madrazo, cuyos representantes en la caja guipuzcoana dieron un bofetón en la cara de la entidad.

Y ahí acabó toda posibilidad de iniciativa porque el desplome del sector financiero mundial la sacó de Euskadi. En julio de 2010, por real decreto, se obligó a las cajas a transformarse en fundaciones o dejar su actividad en manos de un banco. Se precipitó la fusión fría de las tres vascas y nació el banco de su propiedad, Kutxabank, el 1 de enero de 2012. Ese año se intervienen Bankia y su agujero; con el precedente de otras cajas españolas, las autoridades europeas ponen al modelo en el disparadero. Justos por pecadores, al rescate español acompaña en letra pequeña la liquidación del modelo; ninguna caja podrá ser sistémica: o se transforma en fundación, o se divide en mínimas porciones de lo que fue. En el caso de las cajas vascas, para seguir siéndolo, como piden algunos, deberían partirse en ocho, por el volumen de su activo. Ocho chiringuitos inútiles, por tamaño, para financiar proyectos del país o sus empresas. Pero un porrón de posibilidades de sustraerse a la despolitización que exige la reforma de los órganos de gobierno de una entidad de mayor dimensión. A los que se les hace la boca agua pensando en disponer de un banco público, recordarles que las cajas no lo han sido nunca y quienes guardan en ella sus fondos son los particulares. Su obra social se sustentó en los beneficios del negocio bancario y en el futuro depende igualmente de él.

Aquí estamos hoy. La ley impuesta obliga a transformar las cajas en fundaciones o a dividirse en ocho. ¿Por qué quien reniega de lo primero no cuenta lo segundo? Como si ese levitar sobre la realidad llevara a alguna parte. ¿Hay que poner pie en un suelo tan duro que es mejor un aleteo de brazos estéril? La izquierda abertzale ha cedido a la tentación de buscar culpables ajenos de un mal cálculo propio para ganar un tiempo inexistente mientras exigen que alguien amortigüe su costalada. Más no. Porque una cosa es volar y otra hacer creer a la mayoría social del país que saben hacerlo para que salte por el mismo despeñadero. ¡Anda que si, al final, fuera una pataleta por uno o dos puestos de más o de menos en un Consejo!