La práctica totalidad de los elementos que crean opinión y canalizan la atención ciudadana han centrado durante estos días el interés mediático en acontecimientos absolutamente alejados, o ajenos, a los temas recurrentes que siguen sin resolverse en nuestra convivencia. El evento deportivo que se celebra en Brasil y los fastos dedicados a la renuncia y nueva entronización de la monarquía española vienen acaparando con intenso bombardeo informativo la opinión publicada. Este fenómeno social, en modo alguno ajeno al "panem et circenses" romano, ha relegado a segundo plano cualquier otro acontecimiento y cualquier actividad pública ajena a esos dos eventos.

Pero apagados los ecos del himno español reiterados hasta el hartazgo, podemos comprobar que ni los fastos monárquicos ni el fiasco deportivo de "la roja" han movido un ápice el inquietante estado de letargo en que se encuentra eso que ha venido llamándose "el proceso" y que fundamentalmente queda atascado en los mismos parámetros que hace más de dos años: ETA no da el paso a su final, el Gobierno español retroalimenta con su inmovilismo la obstinación de la organización armada y los centenares de presos políticos siguen encarcelados bajo los parámetros de la justicia del enemigo.

No obstante, y aunque amortiguados por la avalancha mediática de los hooligans neomonárquicos y futboleros, la sociedad vasca intenta mantener viva su preocupación por las reivindicaciones no resueltas, a pesar de ese telón de fondo exasperante. No es nada fácil atravesar el muro de un Estado arrogante que no está dispuesto a arriesgar, ni el de una ETA residual incapaz de reconocerse acabada.

Precisamente por toda esta serie de circunstancias adversas, hay que reconocer el mérito a iniciativas como la cadena humana propiciada por Gure Esku Dago, que fue capaz de movilizar a tantos miles de personas para unir Durango con Iruñea en reivindicación del derecho a decidir. El experimento fue un gran éxito, pero como tantas veces nos ocurre en este país, ¿al día siguiente, qué? El problema que conllevan estas iniciativas movilizadoras es que no hay quien desarrolle un guion que prolongue el impulso manifestado en el acto. Se percibe una especie de agotamiento, de falta de energía política para canalizar los proyectos apoyados por una ilusionada multitud dispuesta al sacrificio.

Seguimos sin sacar provecho de tanto esfuerzo compartido. Más allá de la autocomplacencia y de la multitudinaria experiencia positiva, poco más se derivó que un enconamiento de la hostilidad entre las distintas sensibilidades abertzales. Un enfrentamiento que, por la innegable intención electoral que implica, está a punto de desbordar el hastío de la ciudadanía. Ellos, también, están a otra cosa mientras los promotores de Gure Esku Dago intentan in extremis reflexionar en positivo sobre la exitosa experiencia.

En medio de esta impotencia, hay que reconocer el mérito del movimiento social Lokarri que, heredero del "insistencialismo" de Elkarri, no baja la guardia y con Bake Bidea vuelve a activar el Foro Social en las jornadas de este fin de semana. Inasequible al desaliento, Lokarri reitera el intento de reflotar el proceso de paz reuniendo en Iruñea y Bilbo a expertos internacionales, con el ya habitual Brian Currin a la cabeza. Es como volver a empezar, siempre volver a empezar, con el mismo entusiasmo, la misma esperanza y el mismo encomiable empeño por implicar a la sociedad vasca en la aceleración del proceso y para resolver "de manera integral y realista la reintegración de los presos".

Para que esta nueva iniciativa de Lokarri y Bake Bidea sea algo más que una cita de entretenimiento mientras ocurre lo que ojalá ocurra pero casi nadie espera que ocurra, es de temer que la ciudadanía esté también a otra cosa. Demasiado próximos los Sanfermines y demasiado apremiantes las vacaciones.

Todo esto, sin duda, puede inducir al pesimismo o a la melancolía. Pero es lo que hay, y el tiempo transcurre con velocidad tan peligrosa como estéril. En octubre hará tres años que ETA abandonó la lucha armada, y para una parte de la sociedad eso ya es suficiente y equiparable a que llegó la paz definitiva. Pero no, claro que no. Quedan flecos lo suficientemente importantes como para reconocer que la otra parte de esta sociedad no asume esa paz como completa, ni siquiera como paz. Y para resolverlos, para evitar que quienes deben hacerlo no estén a otra cosa, es preciso trabajar intensamente durante los próximos seis meses, antes de que entremos en el nuevo espacio electoral interminable.