Alguien me comentaba que la semana que termina ha estado marcada por los nombres propios. Podría ser la semana de Juan María Atutxa o de Itziar Nogueras; de Hasier Arraiz o de Arnaldo Otegi; de Josu Arrizabalaga o de su torturador, el capitán Muñecas; o de Esperanza Aguirre; o de Iosu Uribetxebarria; o de Txema Urkijo. Y sin duda lo ha sido en cierto modo aun a pesar de que la historia que protagonizan cada uno de ellos tiene su propio recorrido que les trasciende. Quizá incluso comenzó antes de que ellos se incorporaran.

Pero, por ruidosa y por la carrera de posturas que ha generado, me inclino por el asunto del cese de Txema Urkijo como asesor de la Dirección de Víctimas de la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco. Del desencuentro evidente con Jonan Fernández no sé si cabe decir más de lo que han explicado ambos. Tampoco del punto de amargura con el que se despidió el hombre que condensó y personificó el vínculo del Ejecutivo de Gasteiz con el colectivo de víctimas de ETA. Urkijo realizó una labor imprescindible en un momento en el que ya era imperiosa. Y la empezó a hacer cuando los únicos puentes posibles había que construirlos a base de riñones y voluntad. Por encima de desconfianzas muy arraigadas y voluntades que había que evidenciar después de décadas de desencuentro. No sé si otro nombre propio diferente del suyo hubiera sido igual de eficiente, pero el caso es que él lo fue en ese objetivo.

De esa función no ha quedado duda pero, de otras, parece que en el discurso de algunos que hoy lamentan su marcha no ha quedado rastro. Ni el trabajo de Txema Urkijo ni el de Jonan Fernández merecen verse reducidos al juego maniqueo del supremo bien y el supremo mal al que los quieren someter. En su choque de criterios se ha perdido más de lo que se podría haber ganado con su colaboración. Sus respectivas actuaciones en materia de reconciliación y convivencia son mucho más que un estúpido juego de suma cero en el que los pasos de uno retrasen el recorrido del otro. Por la complementariedad de sus actuaciones y la necesidad de todas ellas, es preciso que la salida de Urkijo no deje un hilo suelto en este traje.

Suena excesivo asegurar que su adiós suponga una fractura del Gobierno Vasco con las víctimas de ETA. Puede entenderse la sensación de desamparo o desconcierto puntual, pero si en estos años el vínculo institucional ha sido tan estrecho como para depender de un solo nombre, quienes han gestionado esa relación se han equivocado. También en primera persona. Ese lazo debería haber sido y deberá ser en el futuro mucho más firme que lo que es capaz de soportar una sola hebra, aunque sea la de Urkijo y su convicción. La virtud se torna inconveniente cuando se hace fluir por un cuello de botella. Ampliar ese conducto es imprescindible hoy y quien sustituya a Urkijo no debería reproducir ese modelo. Las víctimas no deben sentirse "huérfanas" y el modo más lógico será facilitarles más de un progenitor.

Las reacciones políticas al caso tampoco tienen desperdicio. Hay algunas posturas impropias, más allá de la legítima crítica política. Es curioso, por ejemplo, que en el Partido Popular hayan descubierto a Txema Urkijo el día en que se va. En el tiempo en que lo ha desempeñado en el Gobierno Vasco ha contado con la desconfianza y las zancadillas de los populares de un modo reiterado. Del Gobierno popular español han salido los boicots a sus esfuerzos en materia de encuentros de víctimas y victimarios, y la liquidación práctica del recorrido de la vía Nanclares como fórmula de reinserción a través del reconocimiento del dolor causado. Es éste el otro apartado sobresaliente del trabajo de Urkijo, el que da una dimensión más allá del acompañamiento a las víctimas. Pero no he oído a nadie en la oposición glosar sus esfuerzos igual de meritorios. Es una impostura que quienes más han horadado el suelo bajo sus pies en estos aspectos pretendan hoy girar facturas al Gobierno Vasco por su despedida.

Fue un gobierno jeltzale el que apostó por iniciar ese trabajo que desbordara el modelo de plataformas, foros y asociaciones de víctimas politizados en su mayor parte. Y hoy, otro gobierno jeltzale está desarrollando un Plan de Paz y Convivencia de múltiples facetas, público en sus planteamientos, tramitado a través de las instituciones y de amplio espectro en sus objetivos, que es más de lo que se puede decir de los gobiernos de otros partidos en instituciones de aquí y de allí. Tiene razón Rodolfo Ares cuando dice que Urkullu se aleja del PSE y del PP. Sin pretenderlo, hace una confesión. Lamentablemente, en materia de paz y convivencia, hoy por hoy avanzar supone alejarse de ambos partidos y del nexo de mutua inmovilidad que les une. Y a este país le hacen falta más compromisos y menos poses. Asumir riesgos y no jugar siempre a no perder votos.