desde que aquella UCD saltara por los aires hecha añicos allá por los primeros años ochenta tras gobernar en la época de la denominada transición, todo el espectro político existente a la derecha del PSOE ha estado ocupado por el PP. A diferencia de la izquierda, dividida y hasta en algunos momentos atomizada por una innata y genética vocación cainita, todo el espacio existente entre el Partido Socialista y aquello que el histórico líder de la CSU bávara, Franz Josef Strauss, denominó gráficamente como la pared refiriéndose a lo único que existía a la derecha de su partido, ha venido siendo ocupado por el Partido Popular. Desde los restos del naufragio de aquella UCD aglutinados en torno a los liberales de Pedro Schwartz y Esperanza Aguirre, o los democristianos de Oscar Alzaga, Mayor Oreja y el hoy dirigente de Vox Ignacio Camuñas, hasta aquella Alianza Popular que, bajo el liderazgo de Manuel Fraga, aglutinaba a su vez a la derecha de los demócratas de toda la vida reconvertidos a la salida del franquismo, el Partido Popular ocupó desde 1989, como si de la más eficaz espuma de poliuretano se tratara, todo ese hueco hasta convertir en una caricatura anecdótica a personajes como el recientemente fallecido Blas Piñar y otros chalados de generaciones posteriores como Ynestrillas.
Hoy, todo ese batiburrillo está en movimiento. Los escarceos de Esperanza Aguirre, los pronunciamientos de algunos sectores de víctimas, el nacimiento de Vox con Abascal y Ortega Lara a la cabeza, el abandono del PP de Vidal Quadras -que no de su escaño en el Parlamento Europeo, por supuesto- una vez confirmado que su Ejecutiva no contaba con él para las listas europeas, la renuncia a encabezar esas listas por parte de un Mayor Oreja que, sabiéndose apartado de las mismas hasta que el ruido de las víctimas y el nacimiento de Vox hizo recular a la dirección del Partido Popular, se ha resistido a ser utilizado como ariete contra ellos y el público desplante de José María Aznar, hacen interesante la cita que comienza hoy en la Convención Nacional del PP en Valladolid, por encima de su contenido político.
La sombra del bigote de Aznar, tal y como apuntó el número tres popular, Carlos Floriano, se adivina tras esos movimientos. El expresidente, a quien Dios reveló que le salvó del atentado porque le necesitaba vivo para liderar a la humanidad, tal y como escribió en su libro, no entiende que Rajoy y la actual guardia pretoriana popular le hayan arrinconado en esta segunda etapa de éxito, precisamente a él, a quien se lo deben todo, que fue él que les hizo saborear por primera vez las mieles del triunfo. Ese instinto tan español de o mía o de nadie, con algún ejemplo palpable existente también en la política vasca, dicho sea de paso, rezuma en los movimientos tras los que Aznar se esconde y que ponen, desde dentro del partido, en peligro la continuidad en el poder, algo que ni la contestación social, aparentemente, ha conseguido. Recuerden aquellas palabras de Giulio Andreotti, que algo sabía de este asunto: En la vida hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido.
Como ante toda amenaza, se vislumbra una oportunidad para el equipo de Rajoy. La oportunidad de que el PP consiga liberarse de ese pesado lastre y sea capaz, una vez liberado, de desarrollar discursos y políticas más centradas y más acordes a los nuevos tiempos. Claro que eso supondría otra brecha en la, hasta ahora, monolítica derecha.