LA teoría de la casualidad como factor del destino tiene sus adeptos. Viene a decir que un suceso casual puede provocar otro porque, como este segundo estaba predestinado a ocurrir, se cruza un factor desencadenante aunque no tenga que ver. Desde esta perspectiva, la agria visibilidad del deterioro de las relaciones entre el PP vasco y Covite puede no tener relación con la apresurada convocatoria del congreso de ratificación de Arantza Quiroga, pero a la vista de sus efectos, parece un desencadenante. Bien por la teoría de la casualidad, bien porque directamente la situación que vive el PP en este asunto le exige un cierre de filas para parar la sangría, que es razón menos casual pero más entendible en un entorno en el que se multiplican las siglas dispuestas a disputarle el papel de fuerza catalizadora de las víctimas de ETA.
El PP ha gestionado en el pasado el caudal social de las víctimas y la empatía que produce la injusticia padecida por éstas. Sobre todo fuera de Euskadi, donde el blanco y el negro siempre han carecido de escala a la hora de polarizar la realidad vasca. Descubrir ahora que un voto fidelizado parece estar en el mercado sin que la actitud del Gobierno español ni la del PP vasco hayan variado sustancialmente en relación al final de ETA tiene que ser motivo de estupefacción. Quienes han situado -dentro y fuera de Euskadi- a las víctimas de ETA en el papel de reserva ética de la democracia por su experiencia de dolor han blindado en muchas de ellas criterios sobre lo que es ético y dónde están sus límites. Incluso muchas de las que no tenían una militancia ideológica previa han asumido con facilidad la formulación profundamente ideológica que las sitúa en el epicentro de un determinado proyecto nacional, frente a la demanda de otros diferentes.
En ese escenario se entiende con dificultad qué percepción tiene un determinado sector del colectivo de víctimas de ETA del proceso de liquidación de la banda para que se desgarre ese vínculo con el PP. ¿Qué le resulta sospechoso en un PP inmóvil para que se sienta abandonado y cargue con auténtica ira contra quienes diseñaron y alimentaron su protagonismo hasta permitir que ahora haya tomado cuerpo en torno suyo un proyecto político alternativo? El PP, sobre todo su sucursal vasca, da la impresión de cierta desorientación ante este estado de cosas. Cuando Arantza Quiroga intenta apaciguar esos temores esta semana lo hace con palabras que revelan su propia percepción del momento social y político en Euskadi: "han sido demasiados años de ETA para que, de un plumazo, algunos pretendan pasar del terrorismo a la aldea feliz de la reconciliación".
Es evidente que no se ha trabajado suficientemente una ética de la convivencia. Si se hubiera hecho, Quiroga entendería que la reconciliación no es un regalo de la sociedad a ETA sino un principio de convivencia; una necesidad propia. Y en la articulación de respuestas a esa necesidad social es preciso que, efectivamente, las víctimas no se vean relegadas. Que su memoria no se amortice como coste asumible del cambio de tiempo. La memoria de los asesinados por la intolerancia no puede ser abandonada en ese tránsito. La experiencia de lo que ocurre cuando sucede algo así la conocemos tras el tan ponderado proceso de reconciliación desde la necesidad de pasar página que fue la transición española. Allí sí se sentaron las bases para dejar atrás la memoria de muchos asesinados por divergencia política, como se recuerda en un juzgado argentino. Hoy descubrimos que aquella elección a todo o nada entre el tándem justicia-reparación y el de convivencia-reconciliación no ha curado heridas. Pero reproducir ahora en Euskadi esa disyuntiva adoptando la decisión contraria, la de relegar la convivencia por una determinada concepción de lo que es justicia y reparación, sólo abre la puerta a heridas mayores.
Los intentos por trabajar el equilibrio sano entre dos obligaciones igualmente justas -justicia y convivencia- se ven taladrados por posiciones extremas que conciben el acercamiento a la postura ajena como cesión inasumible. La estabilidad de Quiroga al frente de los populares vascos dentro de un mes debería actuar como facilitador de un cambio de ese paradigma. Ese cambio se está produciendo ya en el resto del espectro político, como acaban de demostrar PNV y PSE. El desencuentro motivado por la revelación de contactos del lehendakari Urkullu con Sortu en busca de un asentamiento de la paz no podía enquistarse. Este PSE de López recibió en su día el compromiso de aquel PNV de Urkullu cuando así se le requirió en Loiola, pese a que el diálogo socialista con la izquierda abertzale y con la propia ETA había comenzado muchos meses antes. El momento requiere propiciar ámbitos de relación y confianza. Y, con ellos, la gestión de un espacio de diálogo del que debe participar Sortu. Y el PP, aunque haya que esperar un mes.