LAS turbulencias en las que nos movemos respecto al futuro del proceso de paz en los últimos días hacen muy difícil augurar cuáles serán los próximos movimientos. O mejor, cuándo se darán. Porque cabe poca duda de que ETA es ya pasado y solo hace falta escenificar el cierre oficial de persiana; y que, antes o después, llegará bien en forma de voluntad política declarada o bien en cumplimiento de la legalidad dictada por los jueces de vigilancia penitenciaria un cambio en la situación carcelaria. Lo mejor sería que se eligiera el camino más fácil y corto, casi el que apela al sentido común, y no el más retorcido, el que va cerrando puertas y convierte a los protagonistas en rehenes de la propia situación que ellos están creando.

Dilatar la disolución de ETA es, además de desatender al conjunto de la ciudadanía, un error estratégico que, paradójicamente, no es solo culpa de ETA. Necesitan disolverse ante alguien, entregar las armas a alguien. Incluso, vamos a usar el lugar del Gobierno español, "rendirse" ante alguien. ¿Ante quién? Pues ante un Gobierno español que parece que no quiere firmar ese final, que está dispuesto a retrasarlo se supone que por réditos electorales más que de interés general.

El final es un hecho que aunque esté tardando más de lo que desea la sociedad vasca, se está produciendo con un guión sin grandes sobresaltos. Buscando algo de optimismo, he acudido a los análisis coincidentes desde diversas líneas editoriales en las semanas inmediatamente anteriores y posteriores a que hace dos años y tres meses ETA hiciera pública su decisión del cese definitivo. Sí, porque entonces todos éramos más cautos y, sobre todo, algo más pesimistas.

¿Recuerdan cuál era uno de los riesgos que se advertían durante aquella serie de comunicados de ETA previo al del anuncio del cese definitivo de la violencia? Que en el camino hacia el final de ETA quedaran grupos disconformes que volvieran a ejercer la violencia, escisiones que perpetuaran el dolor, etc. Se hacían continuas referencias al IRA Auténtico y al tortuoso camino, jalonado de atentados y venganzas, que condujo a la paz definitiva en Irlanda del Norte.

Bueno, pues no tenemos rastro de aquello que también inmediatamente después de aquel comunicado del final, volvió a ponerse encima de la mesa. Se hablaba de "blindar" el proceso ante "eventuales descarrilamientos", "sobresaltos" y toda clase de eufemismos para evitar mentar el hecho, entonces considerado como probable, de que hubiera aún asesinatos o extorsiones. Todos parecían comprometidos en evitarlo, se usaban expresiones como "aprovechar la oportunidad histórica" (en verdad sí es "histórico" acabar con décadas de violencia), "facilitar", "no obstaculizar".

Y no pasó lo primero, pero tampoco todos siguen comprometidos con lo segundo. Es decir, que no ha habido escisiones ni más atentados pese a que en vez de aprovechar, facilitar y no obstaculizar, el Gobierno español haya echado un freno de mano irresponsable como queriendo hacer un trompo que le coloque en la dirección contraria.

¿Por qué se magnifica hasta dar baza a la propia ETA que un acercamiento de presos, ya realizado antes, supone casi una suerte de rendición del Estado de Derecho? Hasta el propio Fiscal Superior del País Vasco recordaba esta misma semana en Onda Vasca que para llevar a cabo esa medida no es necesario modificar ninguna disposición legal porque, sencillamente, es legal. Perecería que Rajoy, haciendo como que ETA sigue activa, buscara que lo estuviera. No, no digo que lo quiera. Es una impostura ante la opinión pública a la que el propio discurso del PP ha acostumbrado durante años.

Uno entiende las dificultades para abandonar discursos incendiarios y los gestos consecuentes del Gobierno español, algo de eso sabe también la izquierda abertzale porque tiene sus dificultades para adaptar discursos y modularlos, pero precisamente por eso es importante la política. Alabar a grandes líderes, como Mandela o De Klerk que alcanzaron acuerdos fundamentales por el bien de su país incluso contra sectores de su propia clientela, y hacer la política contraria cuando a uno le toca es cuando menos contradictorio. Y de muy mal gobernante, dicho sea de paso.

Si tantas dificultades hay para que esos pasos sean públicos, aprovéchense de forma útil las herramientas democráticas. Por ejemplo, el Parlamento Vasco y más en concreto la Ponencia de Paz. Es el momento de que la convivencia se cueza en casa, en Euskadi, con diálogo donde corresponde hablar a los representantes de la ciudadanía. Ya hemos pasado los tiempos de Ginebra y Oslo y acaso habrá aún algo que hacer en discretas conversaciones lejanas pero, insisto, es la hora de la palabra franca en Euskadi.