LOS gritos a favor de los presos que rompieron el pacto de silencio en la manifestación de hace una semana fueron una anécdota y no deben elevarse a categoría. Lo dijo el lunes Pernando Barrena y he de admitir que me resultó inspirador en el sentido de poner a rodar la pelota de pensar que, dicho sea de paso, nunca sabe uno dónde va a rebotar. En mi caso ha rebotado esta semana en paredes muy diversas. Entiendo la anécdota como un hecho puntual, sin precedente y sin consecuencias, y la categoría como uno con implicaciones de carácter general, que identifica una circunstancia más o menos constante y que debe ser tenida en cuenta en valoraciones posteriores.
Analizados los precedentes y la reiteración de determinadas actitudes, los gritos de hace una semana tienen poco de anecdóticos. El portavoz de Sortu debiera reprobar a quienes hicieron de la capa de todos los convocantes un sayo para sus propios intereses. Lo que en todo caso parecen estas actitudes es un síntoma y desatenderlo sería un error. Sortu debería aplicar el mismo realismo práctico con el que acudió Martin Garitano a sentarse -dicen- en la silla de Carrero-Blanco. La necesidad de gestionar obliga a ejercitar la responsabilidad, como ha descubierto la izquierda abertzale en Gipuzkoa. Su adhesión al acuerdo -limitado pero no menor en términos prácticos ni de visibilidad de la bilateralidad- sobre el Concierto con el Gobierno de Madrid es un ejercicio de pragmatismo, aunque Helena Franco se empeñe en alinearse en lo que falta por hacer más que en lo logrado. Pues ¡hala!, a ponerse las pilas también en eso. Y el tiempo dirá si el síntoma de esa foto de líderes institucionales es anécdota o categoría.
Los síntomas desatendidos suelen dar lugar a enfermedades crónicas. Algo sabemos de eso en Euskadi. Aquí, a quienes históricamente han visibilizado la existencia de una quiebra o una desavenencia en el modelo político-administrativo de convivencia con el Estado español, se les ha acusado de dividir a la sociedad. Esta misma semana lo volvían a esgrimir el socialista Patxi López y el popular Borja Sémper. La división no es fruto de la visibilidad del conflicto ni de la formulación de modelos que aspiren a superarlo. Mucho menos cuando en Euskadi hay una mayoría social alineada en la suma de modelos alternativos al vigente y todas con el común denominador de una mayor demanda de reconocimiento, de soberanía y de capacidad de decisión. El atrincheramiento frente a ese debate sí es un factor de división grave. Y ese atrincheramiento también está elevado a categoría por parte de las sensibilidades políticas de vocación nacional española.
Ahí está Catalunya, donde los síntomas del problema de encaje y convivencia en el modelo de Estado también han sido orillados hasta que la formulación de una alternativa ha provocado ira y amenaza. En Catalunya había un problema antes de la convocatoria de su referéndum sobre la independencia; también en Burgos había un problema larvado antes de que ardiera el primer contenedor en Gamonal y por eso la puesta en marcha de un proyecto urbanístico sospechoso para los vecinos ha disparado los ánimos. El entramado político-institucional democrático es el mecanismo que debe canalizar esos procesos sin que sus aristas provoquen desgarros en la epidermis social. Pero cuando se orienta a obtener las máximas cotas de poder se abre la puerta al populismo.
Tras dedicar décadas a convencer al ciudadano de que así deben ser las cosas, a PP y PSOE les brota ahora otro competidor en populismo. Aunque tenga nombre de diccionario, Vox no nace para facilitar el uso de la palabra sino para restringirlo. En su concepto de nación española hay cosas que no se pueden decir. Para empezar, autonomía. Nace un partido con vocación de acaparar la verdad sin complejos. Sin complejos para purgar -politicamente- al que no esté en línea con su pensamiento único. ¿Por qué medran estas propuestas? ¿De qué son síntoma? Desde luego, cuando se repiten dejan de ser anécdotas.
Volviendo a Euskadi, quizá la ausencia de una propuesta articulada de convivencia de las sucursales de los grandes partidos españoles sea síntoma de algo. Desde luego, si la tienen definida, merecemos conocerla en el marco de seguridad que aporta una ponencia parlamentaria. Aun a riesgo de tener que contrastarla y dimensionar la representatividad propia con la ajena. Pero más allá de poner deberes a otros -como ha hecho López esta semana- o de correr a una cita de contenido clandestino con Rajoy -como ha hecho Quiroga- la función de ambos debe elevar a categoría la prioridad de la paz y la convivencia en este país. De lo contrario, sus liderazgos respectivos de respetabilísimos tramos de la minoría social de este país no pasarán de anécdota.