A una remota aldea de la Siberia soviética llegó el ferrocarril hacia una mina de cobre. Se construyó un apeadero y se nombraron guardagujas y jefe de estación con acceso a un teléfono directo a los principales negociados de Moscú. Durante un año gestionaron los suministros para el centenar de habitantes de la aldea y el medio millar de obreros que tendían la línea. Luego, toparon con un pantano y la vía tuvo que retroceder 50 kilómetros. Ahí quedaron el apeadero, su guardagujas y su jefe de estación que, durante décadas, hicieron un uso hábil de la línea telefónica y de la burocracia soviética para recibir suministros para 600 personas en una aldea de un centenar. Nadie preguntó por excedentes porque a nadie faltaba parte de los mismos. La vía no iba a ninguna parte, pero de ella se alimentó un colectivo humano sin más expectativas que satisfacer el natural impulso de subsistir.

No sé si el cuento es verdad o mentira, pero no he podido evitar recordarlo ante tanto tránsito hacia ninguna parte por vías muertas. Una de ellas, tan absurda como estéril, ha sido elegida para hacer rodar tráfico mediático pesado, muy pesado. La operación policial montada por el Ministerio del Interior y la Guardia Civil hace 72 horas insulta a la inteligencia. Argumentalmente es ridícula: se detiene a la comisión de interlocución con el EPPK por impedir el acceso de los presos a las vías legales de reinserción; pero se hace días después de que el colectivo anuncie su aceptación de esas vías.

La precipitada filtración de la noticia policial también retrata un estado de prioridades. El ministro Fernández Díaz es un propagandista que enardece el ánimo de lo más recesivo de la derecha española. Transita la vía de la represión policial, como parapeto frente a quienes reprochan al Gobierno del PP poca contundencia frente a ETA. Esa vía muerta no lleva a ningún lado pero nutre una necesidad insana de sostener la ficción de que la organización terrorista amenaza aún la integridad del Estado y de sus ciudadanos. Y, de paso, abre informativos el día en que el PP evidencia divisiones internas en torno a su Ley del Aborto.

Quienes van y vienen por esa vía tienen la necesidad de mantenerla engrasada. El paseo navideño de la AVT por Euskadi tiene algo de eso. Un cebo para energúmenos que siempre hay quien pica y aporta insultos a quienes los cosechan como munición. Es una vergüenza que una víctima de ETA no pueda manifestar su reproche y su rabia. Pero también que la presidenta de su asociación más mediática -que ni es víctima de ETA ni ha vivido nunca en Euskadi- se erija en analista de la realidad social vasca al dictado de quienes deciden cómo deben sentirse las víctimas de ETA ante la liquidación de la banda.

Y, en este contexto, la marcha por los derechos de los presos habría sido un éxito. De no mediar otra prohibición demencial, una multitud habría recorrido las calles de Bilbao y, en ella, muchos convencidos de que reprobar la estrategia del Gobierno español exigía salir a la calle hoy con el único enfoque de los derechos de los presos. Pero lo que hoy habrá en Bilbao es algo de mucho mayor calado. La iniciativa conjunta de PNV, EH Bildu, Geroa Bai y los sindicatos ELA y LAB convoca a mostrar con silencio el valor supremo de los derechos humanos, la necesidad del acuerdo y la exigencia de la paz. En eso sienta unas bases que van mucho más allá de lo que fue la experiencia de Lizarra-Garazi. Lo digo anticipando lecturas que alguno quizá haya hecho a la hora de imprimir este diario. Es una llamada al trabajo conjunto que merece mejor acogida que la simplicidad aritmética de las mayorías sociales que puede representar. Para quienes suman esa mayoría y deben abrirla a las sensibilidades no soberanistas del país y para quienes, desde éstas, deberían superar el miedo a compartir espacios por el cálculo electoral de sus consecuencias.

El contexto de la cita de hoy merece atención porque es indicativo de un escenario excepcional. El mayor lastre para el encuentro en Euskadi es que no hemos logrado aún sublimar la vertiente más humana del dolor y la injusticia desde una empatía al margen de los agentes que los gestionan políticamente, sean en torno a las víctimas de ETA o a los presos de la organización. La marcha conjunta de hoy nace pese a esa carencia, superando desconfianzas muy afianzadas y buscando puntos de encuentro básicos y razonables en una situación de tensión sobrevenida tras una escalada enloquecida de acciones político-judiciales que construyen un dibujo del pasado y que cuestionan derechos fundamentales como la libertad de expresión y manifestación. Euskadi construye hoy su vía vasca en base a fundamentos previos a cualquier otro debate político, incluido el de la soberanía: los de la paz y los derechos humanos. El reto es que sea, desde mañana, una vía de futuro.