Poliedroa
Por iñaki gonzález
Comunicación interna
NOS ronda el bucle de la kale borroka y las amenazas de ilegalización. Ya no sé cuántas veces más se puede poner a cocer el mismo hueso para que engorde el caldo de un debate que se mueve entre el olor a plástico quemado y la semántica hueca que dirime las diferencias entre condenar y rechazar. De todo ello cabe sacar en claro que alguien se ha dejado seducir de nuevo por la revolución que construye nación destruyendo mobiliario urbano.
Después de casi un año midiendo al milímetro la categorización de los incidentes, en el Departamento de Seguridad del Gobierno Vasco identifican por primera vez las últimas quemas de contenedores como episodios de kale borroka. Ese es un barómetro. La simultaneidad de estas acciones con la aparición de panfletos sin firma que reclaman los derechos de los presos es otro. ¿Hay quien considera que el ritmo de este asunto en los dos años sin violencia de ETA merece un par de incendios?
Otra cosa es discernir a quién se lo está diciendo. Porque Joseba Permach acertaba ayer al advertir que esas acciones no son propias de una apuesta por la paz. Ni el Gobierno español, ni el vasco, ni la mayoría social se da por aludida aquí ni allí por un brote violento. Ha llovido demasiado como para que las llamas de un contenedor prendan en esta sociedad. No es descabellado interpretar que ese mensaje pueda ir dirigido a quienes, como Permach, se han visto obligados a tomar posición frente a él.
Esta semana, varios presos de la prisión de Sevilla II suspendían un mes de huelga de hambre contra las condiciones de aislamiento que se les aplican. En este mes, sólo recuerdo una alusión al caso de Maribi Igarteburu a cola de la decisión del Tribunal Supremo sobre la doctrina Parot.
Sólo en la última semana los dirigentes de Sortu han hecho desafortunada bandera del asunto por boca de Pernando Barrena asociándolo a su valoración de la quema de contenedores. Cuando contrapone a los presos con los contenedores quemados está haciendo una asociación de causalidad que lleva el pedrisco a su tejado, como demuestra el hecho de que su analogía sirvió a PP y UPyD el jueves para agitar el fantasma de la ilegalización.
A Hasier Arraiz le metió en un lío una interpretación sesgada de sus palabras cuando trató de calmar los nervios de un afín que veía a Sortu poco cañera. Esa sensibilidad -la que siente que la acción política normalizada ha bajado el diapasón a la izquierda abertzale- está ahí y parece que la comunicación interna con el colectivo, la que la cohesiona con mensajes claros sobre objetivos y demuestra con hechos que el camino diseñado está dando frutos, no existe.
Tras dos años de existencia Sortu no tiene una hoja de ruta que presentar al colectivo de presos. Se cayó muy deprisa la expectativa irreal de una amnistía y detrás de aquel eslogan de "los años de lucha nos han traído hasta aquí" algunos analizan en prisión el bagaje de esos años.
Cuando Arraiz reivindicaba las decisiones políticas históricas de la izquierda abertzale hace 30 años se guardaba un detalle que es un clamor: hace 30 años, la izquierda abertzale eligió no sumarse a la acción política parlamentaria, no asumir las reglas del juego de una democracia nacida de una transición tutelada ni respaldar un entramado institucional que dividía a Euskal Herria.
30 años después, su estrategia le ha llevado a una sistemática participación política legislativa -Congreso, Senado, Parlamentos de Gasteiz, e Iruña, Juntas Generales, Ayuntamientos-, a acogerse al marco legal de esta democracia -empezando por la Ley de Partidos, rigurosamente digerida en los estatutos de Sortu- y a gobernar en tantas instituciones como le sea posible en la Euskal Herria fracturada administrativamente. Que 30 años después, en definitiva, la izquierda abertzale gatea por la vereda que podría llevar recorriendo tres décadas.
Hace falta mucha pedagogía para asumir esta realidad y hacerla entender a las bases propias, empezando por los centenares de presos. En lugar de tan amarga coherencia, Sortu maneja una sucesión de poses hilvanadas que le llevan, por ejemplo, a rechazar hoy el Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco porque incorpora el mismo suelo ético presente desde hace medio año en la Ponencia de Paz en la que sí participa. O a bordear el precipicio cuando una parte de sus bases convierten la salida de los presos de ETA en un festival porque no han captado el mensaje que la propia Sortu envió en su día de evitar el foco de la Audiencia Nacional sobre sí por presunto enaltecimiento.
El peligro mayor de este estado de cosas reside en que cuando el liderazgo político no sabe hacer entender la realidad a sus bases, éstas acaban arrastrandole en el proceso que transforma la incomprensión en rabia. Cuando el capitán no sabe llegar a ningún puerto, la desesperación de la tripulación acaba hundiendo el barco.
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Los brotes esporádicos de kale borroka no pueden ser un mensaje a una sociedad hermética a esta forma de comunicación que rechaza, luego tendrán que pensar en mejorar su comunicación interna quienes se han visto en la obligación de tomar posición ante ellos
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Al contraponer a los
presos y los contenedores
quemados, Barrena hace
una asociación que lleva
el pedrisco a su tejado,
como muestra que PP y
UPyD agiten el fantasma
de la ilegalización