Poliedroa

iñaki gonzález

ES difícil salir limpios del barrillo que impregna los términos del debate político sobre la pacificación de Euskadi. Hace una semana, con motivo de la absurda intervención de la Audiencia Nacional contra Herrira -absurda la teatralización de la operación misma y absurda la calificación de la acusación frente a la dimensión de las medidas cautelares adoptadas- se sumaron varias toneladas más de lodo que propiciaron el patinazo de más de uno.

Uno grave fue la agresión a una senadora de Amaiur y el guante de ese reto lo ha cogido Estefanía Beltrán de Heredia sin dejarlo pasar. Si ese barro se endurece sobre el traje de la Ertzaintza, la dificultad para dejarlo limpio se acrecienta. La reacción ha sido rápida, directa y disuasoria de cualquier tentación de convertir el asunto en culebrón y echar más cubos de lodo sobre el panorama. No cabe dejar pasar una acción injustificable ni permitir que por ella se monte una campaña de criminalización de la Ertzaintza ni de ninguno de sus individuos. En este país también hemos atravesado por ese lodazal con anterioridad.

Sabido que el escenario es este y las laderas del hoyo en el que cavamos en busca de la convivencia se nos pueden venir encima si no están bien apuntaladas, no queda mucha más opción que meterse hasta la cintura y tirar de cedazo. Porque hay ocasiones en las que, en medio de la criba del discurso, aparecen pepitas de oro puro que nos recuerdan por qué merece la pena creer que mañana será mejor que hoy. El martes apareció una bien gorda, cuando Laura Mintegi sostuvo en Onda Vasca en relación a ETA que "no tiene ningún sentido que continúe ni que tenga armas". Una declaración de convicción personal dicha en voz alta que tiene el valor de haber colocado un listón que el discurso oficial de Sortu deberá superar en el futuro inmediato porque por encima de él hay mucha más claridad y donde hay más luz es más fácil encontrarse con otros.

Pero curiosamente, nada más hacer esa declaración pública, la portavoz de EH Bildu ha dejado de estar accesible a los medios de comunicación y se ha dedicado a volcar su trabajo de portavoz intramuros, a distancia prudencial de prensa, radio y televisión a despecho de compromisos -y créanme que sé de lo que hablo-. Su lugar, y el de todo el que participa de la izquierda abertzale, lo ha ocupado la conferencia de alcaldes organizada por Juan Karlos Izagirre en Donostia, que en términos de claridad en el mensaje dirigido a ETA no ha puesto su listón precisamente en niveles de récord mundial. Legítimamente lleva a preguntarse si el hermoso y brillante fragmento de metal noble que salió de la boca de Mintegi no estará aún demasiado lejos del filón como para que nos anime a seguir cavando.

Al propio Izagirrre habría cabido reconocerle la pepita de su "profundo pesar" por todas las víctimas, explicitando las de ETA -aunque fuera de segunda mano porque la fórmula ya la empleó Pernando Barrena en la puesta de largo de Sortu- si la conferencia hubiese sido más que un "world café". La cita ha permitido constatar que existe un espacio local de acción a favor de la paz que se basa en el reconocimiento del otro, en el diálogo orientado a admitir las razones de los demás y a no banalizar el sufrimiento ajeno ni a sacralizar el propio.

Pero también ha dejado a la vista su naturaleza meramente enunciativa, su escasa vocación -o al menos efectividad- por asentar un modelo o un procedimiento resolutivo. Es útil el testimonio de otras realidades y la experiencia de sus éxitos y fracasos pero, con todos los respetos y sin pretender tomar el todo por la parte, en Euskadi estamos hoy muy lejos -y dudo que alguna vez estemos cerca- de explotar el "turismo de la memoria" que tan buenos resultados económicos ha dado al municipio flamenco de Koksijde por las visitas a los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial.

Pero los indicios, estas pepitas que aparecen a veces, nos hablan de una veta por explotar. O, mejor dicho, de tres: la que tiene que llevar al desarme y desmantelamiento de ETA -un proceso unilateral aunque requiere de mecanismos de verificación que aceleren el camino- ; la de la reinserción de los presos de la organización y de la izquierda abertzale -individualizada, aunque el procedimiento deba ser de aplicación colectiva que sustituya a la estrategia de aplicación igualmente colectiva que es la política de dispersión-; y el reconocimiento y restauración del dolor causado -para lo que hace falta dejar a un lado los contextos políticos de las víctimas e incidir en la vertiente exclusivamente humana de su dolor y de la injusticia sufrida, que es la ruta más directa para empatizar con ellas-.

¡Qué quimérico suena todo! Más o menos como buscar pepitas de oro. Pero están ahí, en el barrizal.

Pepitas en el barrizal

Ha resuelto con rapidez Beltrán de Heredia la patata caliente del incidente de Hernani y la declaración de Mintegi sobre la falta de sentido de ETA es como una pepita de oro en medio de un barrizal. Lástima que la haya minimizado una conferencia poco ambiciosa.

La declaración de Mintegi

sobre ETA tiene el valor

añadido de haber

colocado un listón que el

discurso oficial de Sortu

deberá superar en el

futuro inmediato para

encontrarse con otro