Euskaldunak hemen ba dira?" se escuchaba en el turbador ajetreo del enjambre de emigrantes que componían las entrañas de Ellis Island, la garganta de entrada a Nueva York, la bisagra que giraba la puerta al nuevo mundo, una frontera que filtraban las autoridades de inmigración de Estados Unidos. Aquel planeta, ante la mirada de la Estatua de la Libertad, símbolo inequívoco de otra oportunidad, era una miscelánea de emigrantes que huían del hambre, de la miseria, de la oscuridad, gentes de toda clase y condición que apagaban el pasado con la intención de iluminar la linterna del futuro en un viaje hacia lo desconocido. Una muchedumbre, en la que se contabilizaban miles de vascos, que se alistaba en las bodegas de los buques que zigzagueaban durante las penosas travesías por el Atlántico. Atravesar el costurón entre Europa y América, un periplo de dos semanas con fortuna, era solo una parte de un rito iniciático que recogió el The New York Times el 19 de marzo de 1911 en una de sus crónicas.

"El grupo más extraño que había llegado en los últimos tiempos", destacaba el periódico en una noticia sobre el colapso que produjeron 150 emigrantes vascos a los que los funcionarios de inmigración eran incapaces de entender a pesar de contar con la ayuda de los traductores, que intentaron descifrar lo que decían los vascos en varios idiomas. La comunicación resultó imposible. Del hatillo de aquellos soñadores colgaban los hilos del euskera, idioma único para la mayoría, asunto alienígena para las autoridades que sellaban los salvoconductos de los emigrantes y levantaban las barreras de Estados Unidos tras examinar e interrogar a los que llegaban antes de darles vía libre para explorar el país. Sin forma de entenderse, el numeroso grupo quedó varado en el muelle, atado a sus pertenencias hasta que los inspectores dieron con una persona que hablaba euskera y pudo desenredar el nudo que había atascado Ellis Island durante horas. Euskaldunak hemen ba dira?

Valentín Aguirre, un vizcaíno que alcanzó la Costa Este años antes, en 1895, y que se estableció junto a su esposa Benita Orbe en Nueva York, voceaba en euskera entre la muchedumbre de Ellis Island para aliviar el masivo desembarco a América. Su voz, una mano amiga, y la de alguno de sus ocho hijos eran una luciérnaga en la noche, una luz para adentrarse en un vasto territorio que conocer con la esperanza como motor y la ilusión como alimento. Pero no solo de pan vive el hombre. También era necesario disponer 30 dólares, requisito indispensable (además de pasar un chequeo médico y varios exámenes) que imponían las autoridades norteamericanas para cobijar a millones de emigrantes, cientos de miles, vascos.

En su peregrinaje hacia Idaho, Boise, Nevada, Utah, Oregón... muchos de ellos se agarraron a aquel aliento de la familia Aguirre, que regentaba una pensión vasca llamada Santa Lucia y un restaurante: Jai Alai. Entre los cuidados y el cariño de los Aguirre se reponían aquellos argonautas del siglo pasado de su particular viaje a la Luna. En casa de los Aguirre cargaban el zurrón para conquistar el Oeste, foco principal de la comunidad vasca en Estados Unidos. El hotel Santa Lucia era un puerto refugio, un báculo, el faro que guiaba a los que marchaban en tren hacia al Oeste, en busca de El Dorado vasco. Además de ofrecer información y ayuda práctica para utilizar en el punto de destino, Benita Orbe preparaba con el cariño de una madre una cesta de comida para soportar el traqueteo del recorrido. Queso, chorizo, tortilla, fruta, jamón y un pan entero eran las viandas hacia un porvenir que avanzaba por los raíles de la incertidumbre y un billete que se acortaba según la locomotora despedía las estaciones. Muchos vascos llevaban consigo un anexo, una nota de aviso que decía: "No habla inglés".

la primera euskal etxea La idas y venidas de los vascos pivotaban sobre Nueva York, que no fue únicamente lanzadera hacia tierra adentro o trampolín de retorno a Euskal Herria. En la populosa metrópoli también se instalaron numerosas familias alrededor del puente de Brooklyn según relata la investigadora de la diáspora Gloria Totorikaguena. Ese tejido social, algunos trabajaban en los muelles, otros lo hacían en el ferrocarril, los había con tiendas, otros con pensiones o restaurantes se arremolinaba a lo largo de las calles Cherry y Water. Ese sentido de comunidad que barnizaba a los vascos se escenificó en 1905. En un sótano de la calle Water se reunieron Valentín Aguirre, Elias Aguirre, Juan Cruz Aguirre, Toribio Altuna y Escolástico Uriona, quienes trazaron las vías maestras de lo que después sería la Euzko Etxea de Nueva York, la primera de todas en Estados Unidos. La idea iba el rebufo de Angelo de Sappolo, que les propuso que se organizaran como lo hacían los italianos. Así se fraguó el asociacionismo vasco en la ciudad, que tomó cuerpo el 18 de septiembre de 1913. La asociación se registró con el nombre Central Vasco-Americano Sociedad de Beneficencia y Recreo. En el germen, aconsejados por el abogado Fiorello La Guardia, que tiempo después se convirtió en alcalde de Nueva York, estuvieron: Valentín Aguirre, Elias Aguirre, Juan Cruz Aguirre, Juan Orbe, Tiburcio Uruburu, Florencio Iturraspe, Jose Altuna, Toribio Altuna, Estanislao Beobide, Guillermo Garai, Gabriel Elustondo, Escolástico Uriona y Nicolás Luzuriaga. La asociación funcionó en origen como una organización que prestaba ayuda y auxilio a los vascos recién llegados a la ciudad, pero también protegía a los que vivían en Nueva York, prestándoles dinero si lo necesitaban.

El Centro Vasco Americano estaba compuesto enteramente por hombres (nacidos en Euskal Herria o capaces de acreditar ser descendientes de vascos), aunque no había distinciones para participar en los eventos. El Centro Vasco Americano adquirió por 79.000 dólares su primer local en 1928. Aquel edificio primitivo en la calle Cherry disponía de un frontón cubierto y contaba con un joven grupo de euskal dantzak. Había que pagar 50 dólares al año para ser socio del centro, donde gravitaba la vida social y cultural de la comunidad vasca en la ciudad en la década de los 30. Ese estilo de vida también se trasladaba en los picnics, romerías y partidos de fútbol que se organizaban en el Ulmer Park de Brooklyn. Al sentimiento de hermanamiento se sumaba el espíritu festivo. El folclore siempre fue una de las señas de identidad. También para los jóvenes, que en la década de los 40 crearon su propio grupo, Juventud. Más tarde, el organista, txistulari y coreógrafo, Jon Oñabitia, formó el grupo de danzas Euzkadi, cuyo éxito le llevó a actuar en Estados Unidos, Canadá y Cuba entre 1950 y 1963.

aguirre en new york El Centro Vasco Americano no solo fue testigo de manifestaciones culturales, también abrigó al primer Gobierno Vasco en el exilio, representado por el lehendakari José Antonio Aguirre, que residió en Nueva York entre 1941 y 1949 escapando de la dictadura franquista. Durante ese tiempo, el lehendakari y su familia fueron otros más en la vida social y cultural del centro, que incorporó una sección femenina en 1966, Andrak. Durante esa década la actividad se multiplicó. Si habitualmente eran unas 150 las personas que acudían a eventos, cenas, picnics, espectáculos de danzas, la afluencia de gente creció a más de 600. Con todo, las mujeres no fueron socias de pleno derecho hasta los ochenta, cuando el centro cambió definitivamente de nombre y pasó a llamarse Euzko Etxea en 1980. Antes de cambiar de nombre, el centro enraizó en su actual sede, situada en el 307 de Eckford Street del barrio Greenpoint, en Brooklyn. El edificio de ladrillo de dos plantas, una antigua iglesia ortodoxa rehabilitada por los socios, dispone de una cocina, una taberna así como el espacio para dar clases de euskera además de una sala de reuniones. La segunda planta la ocupa un salón para 400 personas. Así es Euzko Etxea, una dama de 100 años, testigo indispensable de las historias de Nueva York.