Poliedroa
Por iñaki gonzález
EL ministro de Interior ha irrumpido con fuerza esta semana en la política vasca. En materia de pacificación, memoria y convivencia -que no son lo mismo pero están tan entrelazadas que se hace difícil ver dónde empiezan y terminan las estrategias políticas para gestionar todas ellas del mejor modo posible- hay que admitir que sesteábamos en medio de una sucesión de acciones y declaraciones que, sin aportar nada, tampoco llegaban a alterar lo sustancial. Pero a Fernández Díaz le dio por pulsar el interruptor que hace rodar la dinamo de la conexión Interior-Fiscalía-Audiencia Nacional y la operación contra Herrira y nos metió hasta las cartolas en un déjà vu de parafernalia paramilitar y reacciones de tensión excesiva e innecesaria en las calles de Hernani.
Quizá el preludio de este revival absurdo habría que situarlo en el comunicado de ETA del viernes de la semana pasada, sin que pretenda con ello establecer una relación de causa y efecto que, en todo caso, tampoco ayuda a confiar en el horizonte más inmediato. Con independencia de este extremo, cuando una organización que ha volado hipermercados, y parkings reivindica su "trayectoria de lucha" el eufemismo se vuelve insoportable. A estas alturas va quedando más que claro que ETA no tiene espejos que le devuelvan una imagen fiable de su historia. A cambio, le sobran relatos acuñados y repetidos con la intención de contextualizar su elección de practicar la violencia como estrategia política, como si eso le restara brutalidad.
Ese juego de la contextualización lo impregna todo y, llegados al momento actual, también parece que lo atasca todo. Cuánto tiempo podemos aguantar ese atasco antes de ceder a la frustración -a otra frustración añadida a la lista acumulada- está por ver. Pero este modelo de debate no puede seguir sirviendo para aproximarnos lo mismo a la construcción de la memoria que al reconocimiento de los distintos dolores, particulares y colectivos; a la definición de los mínimos éticos democráticos que a la construcción de una convivencia estable a partir del reconocimiento del sufrimiento ajeno. No, cuando la contextualización suena a justificación de los errores propios del pasado.
Si contextualizar la violencia de ETA en el momento histórico de su nacimiento -en plena dictadura franquista y sus conocidas represión y restricción de libertades civiles- significa justificar su trayectoria criminal posterior, habrá que descontextualizarla. Si contextualizar la guerra sucia en el momento histórico de su desarrollo -los años de plomo del terrorismo en una incipiente democracia- implica restar un ápice a la estrategia brutal y antidemocrática que supuso, habrá que descontextualizarla también. Descontextualicemos a las víctimas y a sus victimarios y nos quedará su vertiente más humana: la del dolor y la injusticia sufridos. Así, la categorización de la violación de derechos se podrá hacer por fin en términos absolutos. Porque el sufrimiento causado y padecido no es menor ni puede ser más "entendible" en función de las circunstancias sociopolíticas del momento o las motivaciones particulares de quienes lo infligieron.
Contextualizando las experiencias más recientes volveremos a reconocernos en las dinámicas que pretendemos dejar atrás como sociedad, como queda de manifiesto en los últimos días en los que las escenas y las palabras nos arrastran hacia atrás. Porque quizá alguien entienda que la frustración y la rabia de un momento puntual en Hernani justifiquen que se le grite "asesino" a un agente de la Ertzaintza a un metro de su cara. O que otro alguien justifique que, en un momento de tensión así, el agente golpee en la cabeza a una senadora. Incluso que, envueltos en una vorágine de cabreo visceral, un parlamentario le llame a otro "fascista" y se oculte después en la masa.
Ni la violencia verbal, ni la física son herramientas con las que construir un modelo nuevo de convivencia por muy contextualizadas que estén. Ambas están más que contrastadas como herramienta política en nuestra pasado reciente. Como entonces, todos esos contextos no dejan de estar ahí pero no son cimiento de nada. Si algo precisa Euskadi es que sus responsables políticos sean capaces de situarse por encima de esos contextos y no que se limiten a gestionarlos del modo más conveniente en términos de cohesión de las huestes propias, cuando no de rendimiento electoral. Por esa verada llevamos transitando tantos años que la expectativa de volver a ella, a sus zarzas y a nuestros arañazos, ya no deberíamos admitirla.
Después de un período de diseños alejados de la realidad social, las instituciones vascas vuelven a ser representativas de las sensibilidades políticas del país. Todas se enriquecen con todas las voces y esto no tiene precedente de un modo tan generalizado. Y, además, con un grado de libertad mayor porque la amenaza del asesinato ha desaparecido y, aunque no se comprende que haya quien aún trate de utilizar las amenazas de ilegalización, también éstas están condenadas a desaparecer porque la sociedad vasca ha citado a sus políticos en esos foros para que diseñen soluciones. No sólo estrategias para administrar la memoria propia y sus iconos frente a las memorias ajenas y los suyos. Aún falta en el debate político poner por encima del mismo un compromiso declarado de convivencia. Nada de lo ocurrido en la última semana, incluidas la movilización de hoy y las previsibles interpretaciones de unos y otros sobre la misma, aporta nada en esa dirección.
Contexto vs. convivencia
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La irrupción de la operación de Interior contra Herrira nos ha dejado esta semana imágnes del pasado y situaciones que aspirábamos a haber superado ya y el riesgo de un atasco en el debate político en el que se pierda de vista el objetivo último del proceso.
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Descontextualicemos
a las víctimas y a sus
victimarios y nos quedará
la vertiente más humana:
la del dolor y la injusticia
sufridos para categorizar
así el sufrimiento en
términos absolutos.