TENEMOS tendencia a poner hitos a la vuelta de cada esquina. Manejamos tantas expectativas de calendario que corremos el riesgo de desinflarnos ante la evidencia de que el día después suele parecerse a los anteriores más de lo que nuestras ansias de soluciones demandan. Hemos pasado el día después del acuerdo PNV-PSE, del pleno de política general y del de política fiscal y la conclusión es que, sin despreciar lo contenido en todas estas citas, seguimos en vísperas de casi todo.
De momento, octubre llega repleto de nuevos hitos. Empiezan a configurarse cuentas presupuestarias una vez el Consejo Vasco de Finanzas defina las previsiones de recaudación para 2014. Las Juntas Generales de los territorios debatirán también la reforma fiscal contenida en el pacto PNV-PSE y el test retratará la fortaleza o debilidad de cada uno de los Ejecutivos forales. El PNV en Bizkaia está libre de tensiones tras el pacto económico con el PSE; el PP en Araba depende de su disponibilidad a asumir la parte fundamental de ese mismo pacto y de la sensibilidad de los ya comprometidos para acomodarle un espacio en él; la de EH Bildu en Gipuzkoa está más que cuestionada.
El trompo del PSE en el territorio -entre apoyar los presupuestos de Garitano hace menos de un año y la moción de censura hay un looping mareante- deja a la coalición abertzale donde le gusta decir que está: como alternativa a todos. Pero en la soledad de una minoría a la que le pueden enmendar las Juntas su política recaudatoria, que es la única que ha puesto en práctica. EH Bildu tiene una lógica dificultad en acoger las condiciones del pacto económico. Pero no por las características de la reforma fiscal, de la que le diferencia sólo el tratamiento más severo de la adquisición de vivienda y las herencias en Gipuzkoa. Su problema es la voluntad del acuerdo de asegurar los servicios públicos mediante algo más que la política recaudatoria. Es el objetivo de reactivar el crecimiento para incrementar el dinero público lo que no tiene desarrollo en la estrategia de la izquierda aber-tzale. Ni programas, ni compromisos, ni complicidad en plena pugna ideológica con el tejido productivo guipuzcoano, a cuyas pymes trata fiscalmente como a multinacionales.
En este objetivo de la capacidad para reactivar la economía y el empleo es donde se la juega realmente el acuerdo de PNV y PSE. Ese compromiso requiere de unos presupuestos para los que los 500 millones extra que se prevén recaudar se antojan recursos limitados. A ese objetivo no ayuda tampoco la estrategia de ajuste de gasto que llega impuesta desde Madrid. Congelar, cuando no reducir, salarios y pensiones no es la estrategia de quien aspira a que la demanda interna caliente el crecimiento económico necesario para crear empleo y obtener recursos fiscales. Más bien nos condena a salir de la crisis al ritmo que crezca la economía del entorno, a la que exportamos. Y, en ese escenario, hará falta un tiempo y una paciencia social que se agotan. Para administrar ambos sí pueden servir los recursos extra si se aplican en contener la sensación de recorte de los servicios públicos.
Es un tablero de juego en el que tiene difícil encaje la estrategia del PP vasco. La alternativa al pacto PNV-PSE habla de rebajar impuestos para alimentar el consumo. La pregunta es si hay mimbres para calentar la economía vasca sólo por esa vía y si la española tiene resortes para, por ese mismo camino, recuperar el papel perdido de cliente de nuestras empresas. No lo parece. No si la competitividad se busca por el ajuste salarial en sectores de bajo valor añadido. El problema no es que en China se fabriquen tornillos más baratos por unos costes salariales menores sino que le disputemos el mercado de los tornillos y no el de la ingeniería, el diseño industrial o la nanotecnología. Así y todo, el dogma liberal puede animar a los populares vascos a brindar al sol un discurso de rebaja de impuestos contra la práctica real de su nodriza en Madrid. Pero, en Araba, la alternativa a reforzar la recaudación menguante es el pacto fiscal que se le ofrece. Eso o recortar los servicios de su competencia el próximo año porque la realidad presupuestaria de Javier de Andrés para 2014 es tozuda y su necesidad de sacar adelante sus cuentas, imperiosa.
De modo que, en vísperas de casi todo, quizá de lo único que nos hallemos en el día después es del debate fiscal parlamentario. Tras esta semana nadie podrá volver a denunciar -con fundamento al menos- que falta en el Parlamento vasco un debate sobre fiscalidad. En eso ayer sí fue un día después. Otra cosa es que, una vez experimentado, el debate de sentido práctico y adopción de medidas concretas vaya a acabar, por decantación natural, en las Juntas Generales de los territorios. Donde toca.
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