Poliedroa

iñaki gonzález

está generándose una expectativa cierta de algún paso, gesto o directamente acción de ETA relacionada con su desarme. Coinciden en esa posibilidad el hecho de que se centra en ese aspecto la exigencia fundamental de los partidos y la gestión que de esa expectativa está haciendo ya la propia Sortu. Por ello, puede resultar oportuno hacer ahora alguna consideración paralela a este hecho porque, llegado el caso en septiembre o en octubre, como apuntan algunas fuentes, será más difícil hacerse oír en medio de la salva de aplausos con la que será recibido por unos y el escepticismo de otros.

Será un hito clave y fundamental el desarme de ETA cuando se produzca y habrá que considerarlo en el valor que tendrá en términos de resolución definitiva de la amenaza. Pero también habrá que estar alerta ante el riesgo de que este nuevo hito se sacralice en el relato de la izquierda abertzale sin hacer en paralelo la pedagogía pendiente que tiene que afrontar con sus propias bases. Hoy por hoy, ese relato está orientado a consolidar un bloque compacto y sin resquicios en torno al mensaje de que son la izquierda aberzale y ETA quienes han propiciado el escenario actual. El riesgo de construir en torno a ese mensaje un monolito social afín está en que solo serviría para perpetuar la dificultad del reencuentro del conjunto de los vascos en torno a un escenario de convivencia normalizada.

Objetivamente Sortu, en cualquiera de sus nomenclaturas, ha acometido un camino hacia la normalización política y en él se han producido avances largamente anhelados que deben ser reconocidos. Sin embargo, hay un bloque hermético en el discurso de sus representantes de antes y de ahora -muchos de los cuales son los mismos- que no da margen para ser compartido como base de encuentro. Cuando Pernando Barrena insiste, como ha hecho esta semana, en que ETA ha adoptado decisiones que han permitido grandes cambios, le falta la mitad del análisis. La que le dota de la necesaria humildad o le desprende de la indolente autosatisfacción. La que habla de la historia reciente de este país y admite que solo se pudo desarrollar del modo trágico que la caracterizó durante décadas porque la misma ETA ha tomado reiteradamente decisiones que provocaron grandes males, grandes injusticias y grandes agresiones al conjunto de los vascos como sociedad, y como pueblo con un proyecto nacional.

Un reconocimiento que no puede escudarse en los excesos que el Estado ha cometido en el pasado o el tratamiento penitenciario que aplica en el presente a presos de reconocible perfil político y a otros de evidente historial sangriento. El bucle del "y tú más" ha saturado ya a una mayoría social vasca, que deberá desconfiar por igual de quienes se retroalimentan desde los extremos del espectro político vasco utilizándose mutuamente como justificación de dos discursos cicateros en el compromiso por la paz real, que es la convivencia.

Desde esa perspectiva, el proceso de modificación de la estrategia política de la izquierda abertzale, que es digno de reconocimiento, hay que entenderlo también como un camino largo, consecuencia de la distancia que durante estos años la ha separado como organización política del núcleo de estándares democráticos homologables en términos de respeto a derechos individuales y colectivos. No cabe, por tanto, esgrimir ese proceso contra quienes se encontraban durante este tiempo en la estación de término a la que aún está por llegar un colectivo social fundamental de este país, a tenor de las actitudes insultantes y agresivas que aún se pueden constatar en algunas ocasiones. Las visiblemente escenificadas en Azpeitia contra el lehendakari son síntoma de esa pedagogía ausente y necesaria.

A la espera de que ETA mueva ficha -y en vísperas de que lo hará, según nos anuncian- hay una cada vez más indisimulada reivindicación del proceso de abandono de la violencia como un valor político en sí mismo y no como una obligación ética. Cuando Patxi Zabaleta sostiene que ETA debe desarmarse para convertirse en una organización civil olvida que, por muchos activos que quiera concederle a la banda por los pasos que dé en este proceso, suma un volumen de pasivo tal por todo el dolor provocado en su prolongada y dolorosa huida hacia adelante que entra, como diría un economista, en causa de disolución.

No hay herencia política en la historia de ETA más allá de haber sido un enemigo de la misma política en Euskadi al haberla combatido con las armas. Esa fue su elección estratégica durante muchos años y el hecho de abandonarla ahora es fruto de una exigencia abrumadora de los propios vascos, añadida a su propio callejón sin salida en lo político y lo operativo. No es ni heroica ni patriótica.

Más que el desarme

Hay una expectativa ilusionante que habla de pasos concretos e inminentes de ETA en relación a su necesario desarme. Pero hay otras necesidades paralelas que pasan por una necesaria pedagogía social en clave democrática que debe hacer la izquierda abertzale

Hay una indisimulada

reivindicación del proceso

de abandono de la

violencia de ETA como un

valor político en sí mismo

y no como una obligación

ética pero esa decisión no

es heroica ni patriótica