el pasado 7 de mayo volvió a ocurrir. ETA no actúa desde hace año y medio, pero sus presuntos militantes siguen siendo detenidos. Esta vez han sido seis, supuestamente responsables del aparato logístico, y como nota destacable hay que señalar que ha sido resultado de una operación policial compleja, en tres localidades alejadas entre sí, llevada a cabo en colaboración por la Policía francesa y la Guardia Civil. Y son ya 43 los detenidos desde el 11 de octubre de 2011, 29 de ellos en el Estado francés, uno en Río de Janeiro, cinco en el Estado español, cinco en Gran Bretaña, dos en Bélgica y uno en Italia.

Siempre ha sido una incógnita el número de efectivos con los que ha venido contando ETA en cada momento de su existencia como organización armada, pero teniendo en cuenta que en ningún momento las distintas fuerzas policiales han cesado en su actividad represiva queda constatado que durante todos estos años ha habido cantera para formar parte del supuesto ejército de liberación que hubiera logrado la independencia, el socialismo, la reunificación y la euskaldunización para Euskal Herria. La persistente e implacable acción represiva ha ido engrosando progresivamente las filas del Colectivo de Presos Políticos Vascos, que es a donde han ido a parar los centenares de militantes detenidos por tierra, mar y aire, por todas las policías imaginables.

Y en esta encrucijada es donde se produce el atasco a la hora del relato. Porque cuando se consolide definitivamente la paz, será muy difícil conciliar la memoria de lo ocurrido en este país durante estas últimas décadas. Y si el concepto de "conflicto histórico" es ya un escollo difícil de salvar para los que parten de una visión ideológica jacobina y unionista, mucho más complicado es que se reconozca legitimidad a ETA o que se considere a sus presos como políticos.

A juzgar por las reacciones que siguen a las detenciones, está comprobado que los amanuenses oficiales del relato -policías, políticos, jueces y opinadores de élite- no dejan ningún resquicio a la restricción mental: los etarras, sea cual sea su grado o escalafón, son delincuentes, terroristas más o menos sanguinarios según las muescas. Aportarán al relato las condenas sin matices, las injurias y el desprecio encarnizado. ETA, según esta lectura, ha sido causa y fundamento de la degradación de la sociedad vasca y no ha traído más que dolor y miseria. La repercusión mediática persistente de esa lectura ha socializado esta interpretación, que es muy mayoritaria del Ebro para abajo y extendida también en Euskal Herria.

Los seis detenidos el pasado 7 de mayo, lo mismo que los centenares -seguro que miles- de ciudadanos encarcelados por supuesta vinculación con ETA durante todos estos años, son considerados por un importante sector de la sociedad vasca como gudaris heroicos, ciudadanos ejemplares y hasta modelo a seguir. Es la cara épica del poliedro, la que lleva incluso a relegar los principios de la ética y aceptar los medios, sean cuales sean, en la esperanza de lograr el fin. Esta lectura, más generalizada de lo razonable, se ha expresado y se expresa cotidianamente con distintos matices en consignas, o en discursos, o en gráficos, o en votos, o en íntimas y no confesadas añoranzas.

Queda otra interpretación, más ambigua pero no menos extendida, que reconoce la intencionalidad política de la dinámica violenta de ETA pero no por ello hace abstracción de la ética y la juzga como perniciosa. Los miembros de ETA no son gudaris pero tampoco meros delincuentes. Partieron de una estrategia equivocada, persistieron en ella y acabaron despreciando los derechos humanos. Como suele ocurrir, el ruido de las dos lecturas más extremas dificultará de manera inevitable la serenidad y la objetividad del relato.

En cualquier caso, todavía no se dan las condiciones para trazar las líneas maestras de un relato compartido de lo ocurrido en estas cinco décadas. ETA cesó su actividad armada, pero aún sigue presente y más o menos organizada, como puede comprobarse a juzgar por la atención que le dedican las autoridades policiales. Esa no disolución de ETA es el pretexto para dilatar el final del túnel, para impedir que se abra la reflexión histórica, para que se ponga el contador a cero y comience a consensuarse la memoria.

A día de hoy, esta ETA inactiva debe disolverse pero no lo hace porque no tiene ante quién hacerlo. El Gobierno español, y el francés, están a otra cosa, están a dejarla pudrir, golpeándola cuando interesa para poner sordina a sus propios problemas internos. Héroes o villanos, los restos del ejército de liberación sobreviven a la espera de que alguien testimonie su desarme y puedan salvaguardar que su final haya sido negociado.

Malo será que a falta de interlocutor ETA no se disuelva expresamente y se vaya diluyendo en silencio, de tapadillo, sin que nadie lo pueda certificar. Una pesadilla sin final y un relato nunca apuntalado.