es desde luego muy pronto para conocer cómo van a concluir las negociaciones que esta misma semana ha iniciado el PNV con el resto de formaciones políticas para la búsqueda de acuerdos que doten de estabilidad al futuro ejecutivo vasco. Ni siquiera está despejada la incógnita de si será un Gobierno monocolor (hay muchas probabilidades) o se optará por la fórmula de la coalición (pese a que algunos ya se han descartado).

En realidad, aunque hablemos del próximo Gobierno Vasco, sería más exacto decir que lo que se está poniendo sobre la mesa es un acuerdo más amplio que abarque a las principales instituciones, incluidas Diputaciones y Ayuntamientos. Eso al menos se desprende de la voluntad manifestada por el PNV de que los acuerdos incluyan una estabilidad institucional que pasa por "facilitar" (no confundir con "apoyar", porque basta una abstención) la aprobación de los presupuestos para 2013.

PNV, EH Bildu y PP se bastan para lograr ese objetivo que aliviaría las tareas de Gobierno en un año, 2013, que todos auguran muy complicado. Un simple dejar hacer a los demás, con el PNV como elemento central de los acuerdos permitiría la aprobación de las cuentas en las tres diputaciones, los ayuntamientos de las tres capitales vascas y el Gobierno. No todos juntos y revueltos, sino "facilitando" la tarea a los ejecutivos ya conformados.

Se habrán dado cuenta de que el PSE queda fuera de juego. Quizás por eso acudieron sin un papel y con las manos en los bolsillos a la cita en Sabin Etxea. Su peso institucional se reduce a ocho alcaldías (es verdad que son de peso), y en algunas ya existe un acuerdo previo con el PNV para aprobar presupuestos que contemplan un incremento de las tasas. Sus 16 parlamentarios son relevantes, pero tampoco decisivos si se trata de sumar mayorías absolutas, a expensas del disputado y extraño voto de UpyD.

Ese escenario no sirve para agotar la legislatura, pero sí para ir trabajando nuevos lazos de confianza, para tender los puentes entre los partidos políticos que nunca tuvieron que saltar por los aires. Podríamos remontarnos a legislaturas pasadas para explicar esa incomunicación y encontraríamos agravios múltiples: silencio ante crímenes horrendos, pactos antinaturales, ilegalizaciones, un lehendakari en el banquillo y sometido a acoso y derribo, etc. No creo que ese ejercicio nos llevara a buen puerto. Las elecciones son, en ese sentido, una suerte de escoba democrática que pone a cada uno en su sitio.

Un acuerdo así tendría otra virtud, además de la estabilidad que permite afrontar sin sobresaltos las tareas ordinarias del Gobierno. Ese acuerdo daría tiempo a centrarse a quien está ahora mismo en un periodo de transición.

La izquierda abertzale podría superar las contradicciones (por ellos mismos reconocidas) que supone pasar de la calle al despacho, de la consigna a los hechos. Debe ser también un periodo que permita a este sector de la sociedad una reorganización en plena libertad, sin dirigentes encarcelados, caras interpuestas y siglas sobredimensionadas. En fin, pasar a limpio lo que tanto tiempo ha permanecido enmarañado.

Pero es sobre todo el PSE el que deberá ponerse a trabajar con algo de seriedad si desea pintar algo en el futuro institucional de Euskadi. Las traiciones ideológicas que llevaron a López a Ajuria Enea exigen, como decía el propio López el pasado martes, "un cambio profundo del PSE. Un cambio de ideas, de propuestas, de organización y de personas".

En un pretencioso discurso hecho a mayor gloria de sí mismo el aún lehendakari en funciones se permitía atribuirse el papel de faro de nada menos que la socialdemocracia europea en estos tiempos atribulados. Uno escucha a Patxi López y cree que está ante el ganador de los comicios y no ante un representante político que acaba de recibir un varapalo democrático en las urnas. Con esa actitud poco cambio cabe esperar, sobre todo si cuando se refiere a cambiar personas se excluye él de la lista y anuncia que se presentará, otra vez, a la Secretaría General.

A lo mejor le va a venir muy bien el PSE esta travesía en el desierto para soltar lastre, aunque su maltrecho estado también le puede llevar a la tentación de ir parcheando (López lo ha negado expresamente luego hay muchas opciones de que lo intente) y ofrecerse en un pacto "low cost" al mejor postor para salvar el ERE masivo al que están abocados.