charlotte/washington. De la "esperanza" y la promesa de "cambio" a un sobrio "adelante" y, sobre todo, a una petición de "confianza" pese a lo "difícil" del camino. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, parece consciente de que la magia que lo llevó a la Casa Blanca se ha difuminado y que lo que ahora prima es convencer a un menos entusiasta electorado de por qué necesita four more years -los cuatro años más- que aspira a lograr en noviembre. Y a ello se dedicó en el que probablemente fue su discurso más importante de la campaña electoral e incluso de su carrera, el de aceptación de la nominación de su Partido Demócrata al cierre de la convención de la formación en Charlotte, Carolina del Norte. "El desafío para Obama -había advertido The Washington Post- no es ver si puede repetir la magia" de 2008.

Lo que debía hacer era "inspirar otro tipo de confianza, una que requiere, quizás, menos fe ciega en el hombre y una confianza más realista en su liderazgo". Y a ello se dedicó un Obama que, en eso fue muy enfático, ahora no promete imposibles sino que tiene muy claro que aunque confía en un futuro "mejor" para todos, sabe que el camino no será sencillo. "Nunca dije que este viaje sería fácil y no lo voy a prometer ahora", subrayó Obama la noche del jueves. "Sí, nuestro camino es más duro, pero lleva a un lugar mejor", aseguró. Su discurso careció sin embargo de la magia que impregnaron sus alocuciones cuatro años atrás e, incluso, las de sus primeros tiempos en la Casa Blanca. Y así lo atestiguaron los aplausos fuertes pero claramente menos entusiastas con que fueron recibidas sus palabras. Pero es que ya no se trata del mismo Obama, como puntualizó el propio mandatario. "Ya no soy sólo un candidato. Soy el presidente", recordó. Y eso significa ser consciente de las implicaciones de sus decisiones: "Sé lo que significa enviar a jóvenes a la guerra, porque he tenido entre mis brazos a madres y padres de aquellos que no regresaron".

en antídoto para 'tampa' Con todo, Obama era muy consciente de un objetivo clave de su alocución, como toda la convención en Charlotte: contrarrestar el mensaje lanzado una semana atrás por su rival Mitt Romney en su propia cita partidaria en Tampa y que podría tener un efecto devastador para los demócratas en noviembre. En Florida, Romney se dirigió directamente a aquellos que en 2008 votaron por Obama y que, cuatro años más tarde, se sienten desencantados. Y plantó la idea de que "ha llegado el momento de pasar página, dejar atrás las decepciones de los cuatro últimos años" porque no es grave cambiar su voto dado que Obama lo intentó "pero sus promesas sólo han llevado al desencanto y la división". Un mensaje muy peligroso sobre todo en vista de que las encuestas muestran, insistentemente, que Obama y Romney están por el momento prácticamente empatados en cuanto a preferencias de voto.

Los demócratas contaron con la ventaja de celebrar su reunión justo después de la de los republicanos, con lo que tuvieron tiempo de tratar de contrarrestar sus mensajes, a la par que pudieron orientar mejor los suyos propios hacia los sectores del electorado potencialmente más desencantados o, cuanto menos, volubles. Para ello, trabajaron duro para que la cita en Charlotte fuera una muestra, tanto desde las gradas como en el propio escenario de la convención, de esa diversidad que asegura encarna su partido: así, por el podio desfilaron oradores representantes de los más distintos sectores de la sociedad: jóvenes, mayores, mujeres, militares y hasta el hijo de una pareja gay o una joven indocumentada. O estrellas de la gran y pequeña pantalla como Scarlett Johansson o Eva Longoria.

Pero el remate final estaba en manos del propio Obama, y él se esforzó mucho en dejar claro que la cita en las urnas el 6 de noviembre es algo que va mucho más allá de personalidades o partidos.