según la mayoría de los análisis postelectorales, los resultados del 20-N han servido para despejar el mapa político vasco. Ha quedado claro, dicen, que el futuro pivota sobre cuatro patas bien definidas que, en una descripción manifiestamente simple, se reduciría a PNV-Amaiur-PP-PSE. Por supuesto, esta reducción a cuatro resultaría insuficiente en base al concepto de Hego Euskal Herria, porque habría que forzar el espacio situando en cada una de las supuestas patas a UPN y Geroa Bai, fuerzas navarras que también han logrado representación en las elecciones generales. En cualquier caso, con mayor o menor puntería en el encaje, no serían excesivas las dudas para articular la aportación navarra a ese esquema de confrontación a cuatro en el que coinciden los analistas.
Quedan sin resolver, no obstante, otras dudas razonables derivadas de los movimientos estratégicos fruto de decisiones tomadas por fuerzas políticas que han decidido incluirse como integrantes de un conjunto más amplio, como es el caso de EA y Alternatiba primero en Bildu y la inclusión posterior de Aralar en Amaiur.
No acaba de despejarse la duda del espacio que comparte Alternatiba con la izquierda abertzale histórica, teniendo en cuenta su procedencia y su singular tránsito al soberanismo. Menos aún se aclara el encaje de Eusko Alkartasuna en la coalición liderada por quienes han sostenido desde siempre una cultura política contraria al entramado institucional vasco y les han tenido enfrente tantas veces desde la intimidación.
Más dudas todavía genera la incorporación de última hora de Aralar a esa coalición. Alguien tendrá que despejar las dudas que han quedado sin respuesta, no sólo entre parte de sus militantes sino, y sobre todo, entre la mayoría de quienes les votaron en ocasiones anteriores. Esa decisión provocó estupefacción y desencanto en buena parte de sus bases, que se merecen una explicación. Alguien tendrá que recordar las razones que movieron a Patxi Zabaleta y a Iñaki Aldekoa en 2001 a tomar la decisión de iniciar un nuevo proyecto abertzale y de izquierdas, no sólo por el rechazo político y ético a la lucha armada sino también, y entre otras razones estratégicas, por "gastar las fuerzas políticas en una construcción nacional imposible, abandonar las ideas del diálogo y la falta de capacidad para la autocrítica", según declaraba entonces Zabaleta.
Alguien tendrá que recordar las amenazas directas a los primeros militantes del nuevo partido, las advertencias publicadas en el Zutabe contra el mismo coordinador general de la formación, calificado por el boletín de ETA como "al servicio de las estrategias del PNV". Alguien tendrá que sacar de dudas a los miles de votantes que apoyaron a un partido repetidamente menospreciado y ahora fueron animados por sus dirigentes a apoyar una coalición con quienes se juramentaron hace diez años para trabajar por su laminación. Alguien tendrá que explicar que lo que ocurrió con alcaldes y concejales en Leitza, o en Zaldibia, o en Ziordia, o en las sedes del partido reiteradamente atacadas, o tantos y tantos agravios, ahora es mejor olvidarlo, vayamos juntos y pelillos a la mar.
Alguien deberá disipar la duda de si la renuncia a la participación en campaña de los principales activos personales del partido -Aintzane Ezenarro, Jon Abril, la práctica totalidad de su grupo parlamentario en Gasteiz- ha sido decisión propia, o imposición ajena. Y puestos a dudar, que alguien explique por qué en noviembre de 2010 Aralar aseguraba a Batasuna que "no actuará al margen de NaBai" y nueve meses después abandonaba a su suerte a quienes compartieron coalición, ahí os quedáis, olvidando los improperios vertidos contra EA cuando protagonizó idéntica fuga, en aquella ocasión hacia Bildu. Que alguien explique cómo se sumaron a Amaiur llevándose el nombre, Nafarroa Bai, coalición de la que Aralar se atribuía ser cabeza, alma y paladín indiscutible, contribuyendo así decisivamente a otra de las obsesiones de la izquierda abertzale oficial: la laminación de NaBai, insoportable competidor por el abertzalismo en Nafarroa.
Permanece la duda de si esta atropellada incorporación de Aralar a Amaiur se ha debido al miedo escénico tras el tsunami de Bildu en las municipales y forales y en las autonómicas navarras -únete, antes de que te arrollen-. O la duda, también, de si les hicieron creer que su inclusión en la acumulación de fuerzas soberanistas era condición impuesta por ETA para aceptar el fin de la lucha armada. Aclárense, por último, las dudas de quienes esperaban un trato preferente o, al menos digno, tras la integración en Amaiur y se encontraron con que en el orden de cargos electos se les aplicó lo de "los conversos a la cola". Y a callar.
Aclaren cuántos de los 62.214 votos que logró Aralar en la CAV en 2009 y cuántos de sus 24.068 votantes navarros en 2003 han ido a parar a Amaiur el 20-N.
Y, por último, expliquen cómo se sintieron los militantes de Aralar asistentes al mitin de Amaiur en el velódromo de Donostia cuando la intervención de su coordinador general, Patxi Zabaleta, fue recibida con abucheos.