MARIANO Rajoy llegó, como las novios a la iglesia, antes de la hora oficial. Impaciente por iniciar un debate en el que ya comenzó leyendo su discurso inicial y en el que le costó muchísimo despegarse de los papeles para mirar al frente, para mirar la espectador, para mirar a su contrincante preciso hasta en la hora de llegada.

Rubalcaba no quiso jugar a ser la novia de esta relación y llegó puntual a una hora supersticiosa, a y trece minutos, dispuesto a incomodar a un candidato que, como le reprochó, se ve presidente del Gobierno y se permite el lujo de ir filtrando ministrables antes incluso de contar los votos de las urnas.

Tras la correspondiente presentación del moderador del debate, el periodista Manuel Campo Vidal, se vio a un Rajoy con un nervioso tintineo de los dedos frente a un Rubalcaba que distraía los nervios jugueteando con un bolígrafo.

Rajoy abría la noche y tras un recuerdo al sargento Joaquín Moya, fallecido el domingo en Afganistán, dio un saludo que más bien parecía una despedida: "Señoras y señores, muchas gracias por su atención". A continuación Rubalcaba, con el mismo recuerdo al sargento, dio cuenta del "honor" que supone para él presentarse a las elecciones. Fue, el recuerdo al soldado fallecido, una de las escasas coincidencias -más allá de las corbatas azules que lucían y de una pequeña mención al fin de ETA donde no polemizaron- en dos discursos enfrentados desde el minuto uno donde no tardó en llegar el primer desliz para Mariano Rajoy que rebautizó a su contrincante como "Rodríguez Rubalcaba" ante la amplia sonrisa del líder del PSOE. Una sonrisa que Rajoy se empeñó en replicar, aunque de manera forzada, cada vez que finalizaba sus intervenciones, como hace años haría Carrascal en sus informativos "al filo de la medianoche" alegando que le habían explicado que tenía que sonreír para caer mejor a la audiencia.

Tocaba abrir con el plato gordo, la asignatura económica, donde Rajoy tenía todo a su favor para alzarse como vencedor dialéctico. No tardó en sacar los datos del paro, aludir a la crisis, "tardaron dos años en enterarse", o intentar enterrar todas las propuestas de Rubalcaba con un "¿y por qué no lo hicieron antes?" para nombrarle como un "maestro en decir una cosa y hacer la contraria".

Rubalcaba denunció la "ambigüedad" del programa electoral del PP que demostró conocer muy bien y quiso dejar claro desde el primer momento sus propuestas, entre las que citó crear un impuesto para las grandes fortunas o uno para los bancos con el objetivo de financiar con ellos la creación de puestos de trabajo para jóvenes y parados.

El socialista animó el debate con ironías, cortes a su interlocutor y numerosos requerimientos al candidato popular que se atragantó con los "activos tóxicos" y en los intentos de esquivar las preguntas concretas de su contrincante: "¿subirá el IVA, va a cambiar el sistema de prestación de desempleo, va a sacar las pymes de la negociación colectiva?".

El popular jugaba con la baza de poder echar en cara al socialista los errores -algunos reconocidos por Rubalcaba- de su gobierno. El socialista a forzar a su adversario a que dé la vuelta a sus cartas para concretar lo que hará alegando que "si cuenta lo que tiene en la cabeza ni sus propios electores le darán su voto".