La calma ha vuelto a las ciudades inglesas de Londres, Birmingham y Manchester tras una semana de incendios y saqueos indiscriminados. La Policía avanza en las detenciones casa por casa, por los juzgados de Westminster comienzan a desfilar los más de mil detenidos por los disturbios, mientras que la normalidad se va restableciendo. Después de la violencia vivida en los últimos días, queda indignación y dudas. Por las calles de Londres se pueden ver los rostros de algunos de los autores de los saqueos e incendios, pero muchos ingleses se preguntan todavía quiénes son y qué buscaban con la violencia.

Todo comenzó hace una semana tras una manifestación pacífica en el barrio de Tottenham por lo que parecía un nuevo abuso de autoridad frente a un joven negro. Pero la violencia de la última semana poco o nada ha tenido que ver con la desgraciada muerte de Mark Duggan. Sus protagonistas han sido, en su mayoría, jóvenes de zonas pobres que se sienten fuera del sistema o agredidos por él. Sin embargo, ahí terminan las generalizaciones, ya que no se puede hablar ni de un grupo racial en concreto ni religioso ni de género. Esta semana, hombres y mujeres africanos, caribeños, asiáticos y blancos ingleses han compartido las mismas dosis de indignación y destrucción. La ira ha trascendido las barreras étnicas y la situación económica y social parece el denominador común.

"Esto ha sido un estallido en el que se han aprovisionado de todo aquello de lo que carecen. No es cuestión de racismo. Incluso, muchas veces los asaltantes y los asaltados eran del mismo grupo étnico. Esto ha sido aprovechar un muerto para ir a por el televisor de plasma que le lleva pidiendo su hijo desde hace tiempo", explica Juan Díez Nicolás, catedrático emérito de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Un reportaje publicado el pasado miércoles por el diario The Guardian reflejaba a la perfección esta situación. Los periodistas narraban una escena que ocurrió durante la madrugada en Chalk Farm, al norte de Londres, aunque bien podría haber sido cualquier otro barrio afectado por los saqueos y los disturbios. Por sus calles, decenas de personas de todos los orígenes corrían hacia todas direcciones con bicicletas robadas en una tienda cuyos cristales habían sido reventados. Tres hombres asiáticos de unos 40 años debatían en un quiosco de periódicos si debían llevarse ellos también una. "Si vamos a por ella ahora, podremos tener una", decía uno de los hombres. "No lo hagas", le replicaba otro. Mientras, una mujer blanca salía con una reluciente bicicleta y un adolescente negro de 14 años, con una moto, que más tarde le sería arrebatada por un hombre mayor.

Consumismo Los negocios saqueados no han sido supermercados, sino tiendas de ropa, electrónica, electrodomésticos o móviles. "La publicidad nos dice a qué debemos aspirar y ahí está el quid de la cuestión. Mientras que, tradicionalmente, había desigualdades sociales pero las aspiraciones iban de forma paralela entre pobres y ricos, ahora existen desigualdades pero las aspiraciones van en la misma línea, se han homogeneizado. Todos queremos tener un buen coche, el móvil de última generación o ropa de marca. Pero, entonces, la mayoría ve que nunca va a tener lo que le están presentando como un ideal y se frustra", explica Juan Díez Marcos. "Muchas veces no se trata tampoco de pobreza, sino de que ven que los demás tienen cosas que ellos no pueden tener", agrega.

Para este sociólogo, el fondo de la cuestión está en la desigualdad social. "De todos los países occidentales, en Inglaterra es donde ha habido menos clase media, menos población universitaria. Inglaterra ha sido muy elitista, tiene una clase alta muy rica, una pequeña clase media y mucha gente de clase trabajadora", apunta. Con 13 millones de personas viviendo en la pobreza, Gran Bretaña es un país también de grandes prestaciones sociales o benefits. Los ciudadanos pueden recibir ayuda por desempleo, vivienda, embarazo, hijos, cuidado de mayores, cheques de comida, ayuda escolar, por ser viudo, estar separado, etc. Y mucha gente de barrios como Tottenham reciben este tipo de prestaciones. Sin embargo, debido a la crisis económica, el Gobierno de David Cameron ha comenzado a aplicar un drástico recorte -el presupuesto hasta 2015 prevé una reducción de 29.000 millones de dólares para el gasto social- que ya se percibe, por ejemplo, en el cierre de varios centros juveniles a los que solían acudir muchos de los que han participado en los disturbios. También se han reducido o eliminado los subsidios a los estudiantes y para el transporte. La situación de los jóvenes en estos barrios es preocupante: el 18% de las personas de entre 16 y 24 años está en paro y muchos adolescentes piensan que los estudios no les servirán de nada.

Entre las causas que podrían explicar lo ocurrido esta semana, la BBC apunta a la dependencia a las ayudas sociales y los recortes de este año, la exclusión social, la falta de una figura paterna, el racismo, el consumismo y el oportunismo, es decir, aprovechar el caos para hacerse con lo que desean. El Gobierno británico, en cambio, no quiere hacer análisis y achaca la violencia a "vándalos descerebrados" al tiempo que acusa a sus padres de no ser responsables.

Otros estallidos de violencia Como en otros estallidos de violencia de los años 80, un incidente entre la Policía y un joven de una minoría étnica fue el que prendió la mecha. La muerte de Duggan y la falta de explicaciones posteriores de la policía sobre el suceso encendió al ira de algunos residentes de Tottenham. Y es que muchos jóvenes de estos barrios desconfían de las fuerzas de seguridad y acusan a los policías de juzgarlos por su forma de vestir, la zona en la que viven o el grupo étnico al que pertenecen. "Nadie hace nada por nosotros, ni los políticos ni los policías ni nadie", se quejaba ayer un joven residente de Tottenham. Sin embargo, lo que ha o currido esta semana nada tiene que ver con los disturbios de los años 80. La protesta ha sido menos ideológica y más espontánea. En cada momento se decidía a dónde ir y se convocaba a través del BlackBerry o las redes sociales. No había reivindicaciones, sólo ira y oportunismo.

Los disturbios también han llegado a recordar a los que tuvieron lugar en París en 2005. En cambio, "en Francia se combinó el tema de la inmigración". "Jóvenes que son ya segunda o tercera generación de inmigrantes, que son franceses, que han ido al Liceo, que han sacado buenas notas, ven que cuando van a pedir trabajo no lo consiguen por apellidarse Ali u Osama y que se lo dan a uno que se llama Jean Claude. Fue una respuesta a una situación injusta", explica Díez Nicolás. "Es la impotencia de ver que otros, con menos méritos, consiguen lo que ellos no pueden", agrega.

Este sociólogo asegura que hay mucho malestar en todo el mundo, que se está traduciendo en estallidos sociales como la primavera árabe, el 15-M, las protestas de los estudiantes chilenos o los indignados israelíes. "Cada uno protesta por una cosa diferente y sus actores son diferentes, pero en el fondo está el tema de la desigualdad social", resume Díez Marcos, quien asegura que esta situación se lleva advirtiendo desde los años 70. "Entonces, el análisis fue que teníamos un crecimiento de la población en el mundo absolutamente acelerado. Esta población, además, consume miles de veces más de lo que consumía el hombre o la mujer del año cero. Esto se traduce en una inusitada presión sobre los recursos y una pérdida de calidad de vida. Los que más tienen quieren mantenerlo a costa de los demás y aumentan las desigualdades entre países y también al interior de los mismos, lo que provoca que haya conflictos", concluye Díez Marcos.