Arranca el periodo de fiestas y el MLNV se expone a toda una prueba de fuego: demostrar que es capaz de sujetar a los violentos que tradicionalmente han recurrido a la kale borroka para convertir estas fechas en el escaparate de su estado de ánimo o de desmarcarse de ellos.

Hace un año, a estas alturas se habían producido ya 38 ataques. Pero sin duda agosto fue el mes más caliente, con 12 acciones que se saldaron con más de 50 contenedores, 30 coches, una oficina de correos y dos camiones reducidos a cenizas. Eran los albores de un nuevo tiempo y los sectores más duros del MLNV trataban de sacar músculo incendiando el conflicto en las calles para ganarse un macabro espacio en la memoria colectiva de los vascos a modo de amenazante aviso a navegantes antes de verse silenciados.

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Un rechazo progresivo

La reactivación de la kale borroka siempre ha tenido algún significado dentro de las claves del MLNV. En tiempos de tregua, ha sido generalmente usada como un aviso de que la situación no marchaba bien. Sin tregua, una "consecuencia del conflicto". Sin embargo, en los últimos años la situación ha cambiado gracias al progresivo distanciamiento que la izquierda abertzale viene ensayando respecto a la violencia.

Las primeras críticas de la ilegalizada Batasuna a estas actuaciones se produjeron en abril de 2006, en los albores del proceso de Loiola, cuando el propio Joseba Permach censuró sendos ataques cometidos en Getxo y Barañain. "Son dos hechos muy, muy graves". "Llamamos a la responsabilidad", dijo el portavoz de este sector antes de añadir que "Batasuna quiere que cuanto antes se puedan superar todas las expresiones de violencia" y que "no se produzcan hechos como los de este fin de semana". Después llegaría la ruptura de la tregua y un nuevo periodo de actividad terrorista.

Pero el tiempo pasó y la izquierda abertzale se embarcó en un nuevo proceso de la mano de Eusko Alkartasuna y Alternatiba que pondría las bases de lo que hoy en día es Bildu, y en el que no tendría cabida este fenómeno. "Es una piedra en el camino", decía ahora hace un año Niko Moreno, de ANV, sobre la cadena de ataques de agosto. "Hemos dejado clara la apuesta inequívoca por un proceso democrático con la utilización de vías exclusivamente políticas y democráticas, por lo que cualquier acto que rompa esta estrategia se sitúa fuera de la misma", acabó censurando, empujado por una EA que había instado a los responsables directos de estos ataques a "analizar y compartir" el Acuerdo del Euskalduna que acababa de firmar con la antigua Batasuna.

Ahora la situación es otra. Bildu está en las instituciones y ETA mantiene vigente desde enero un alto el fuego de carácter "general" que le ha llevado a suspender incluso el cobro del impuesto revolucionario -su principal vía de financiación- y que, por lo tanto, debería implicar la desactivación de la kale borroka.

Prever si esta situación impedirá que las fiestas de este año se vean jalonadas de estos brotes es más que aventurado. De hecho, la kale borroka se ha mantenido a lo largo del año -aunque a un nivel casi testimonial- en lo que puede ser una expresión del descontento de un pequeño reducto de duros con el cambio de rumbo dado por la antigua Batasuna, que ahora defiende que la violencia "sobra y estorba". Sin embargo, el compromiso de Bildu de rechazar el uso de la violencia, suscrito por todos sus cargos electos, está llamado a jugar un importante papel en este escenario. Especialmente ahora que esta bajo una doble lupa: la de la Ley de Partidos, y la de los miles de votantes que confiaron en esta apuesta y le dieron un respaldo sin precedentes.