HOSNI Mubarak era conocido en Egipto como el faraón por su mano de hierro. Durante 30 años décadas, el expresidente gobernó el país árabe más poblado con severidad, pero al mismo tiempo con grandes dosis de paternalismo, que le llevó a considerar a los egipcios como sus "hijos", que necesitaban a un padre fuerte que los guiase. Ahora, enfrenta la peor las condenas: el repudio de sus propios ciudadanos.

Nacido en 1928 en el Delta del Nilo, se hizo piloto de combate y, en 1973, desempeñó un papel trascendental en la guerra del Yom Kipur contra Israel como jefe de la Fuerza Aérea egipcia. Ocupó ese cargo hasta 1975, cuando el entonces presidente Anuar El Sadat, le nombró su vicepresidente. En 1981, el asesinato de Sadat le convirtió repentinamente en mandatario. Desde entonces, el rais Mubarak gobernó ininterrumpidamente Egipto sin una ideología definida ni gran carisma, pero con una habilidad especial para esquivar atentados y perpetuarse en el poder.

Recogió el legado de Sadat y quiso convertirse en el gran mediador de Oriente Medio al mantener la paz con Israel, lo que -unido a la ayuda de Estados Unidos- le permitió labrarse una reputación de estadista y convertirse en el aliado de Occidente en la región. En el interior del país, ejerció un control férreo, ayudado por la Ley de Emergencia, vigente durante todo su mandato y utilizada para contener la ola de terrorismo islámico que sacudió el país en los 90 y para barrer la oposición política a su régimen.

Con la excusa de la lucha antiterrorista, dicha ley suspendió las libertades de prensa y asociación, amplió los poderes de los órganos de seguridad y anuló derechos civiles y políticos. En materia económica, Mubarak propugnó la liberalización, pero sin tocar los subsidios a los productos básicos para garantizarse la paz social. Egipto vivió años de estabilidad en los que las elecciones, amañadas con descaro, se redujeron a una mera ratificación del gobernante PND. Sin embargo, la falta de libertades, la corrupción, las crecientes diferencias sociales y la pobreza (que abarca al 40% de los egipcios) comenzaron a hacer mella en la población. Así, la continuada falta de democracia, la represión policial y la falta de horizontes económicos fue germinando en los egipcios un malestar que alcanzó la indignación al constatar que el rais colocaba a su hijo Gamal dentro del PND para postularlo probablemente como sucesor. Esta situación llevó al inicio de la revolución del 25 de enero, que pedía reformas políticas y económicas, y que acabó con la dimisión del rais.