La elección de Donostia como capital cultural europea 2016 constituye, más allá de la polémica suscitada, una excelente noticia. Pero además es una buena oportunidad para que la ciudad trate de encontrar su propio espacio en esta Euskal Hiria que aventuró Atxaga y que se va convirtiendo en una realidad imparable. Somos más urbanos que nunca y al tiempo respetamos más que nunca el entorno urbano.

Del XIX al XXI. La ciudadanía donostiarra estaba necesitada de compartir un proyecto que superara barreras internas, que aglutinara voluntades y que diera relevancia y cauce a ese tejido social muy activo que, por cosas del "marco incomparable", era hasta la fecha poco visible fuera de San Sebastián. Sí, puede sonar un tanto duro para quien no lo ha querido ver, pero esta "ciudad de postal" ha venido eclipsando la moderna y dinámica urbe que alberga. Tengo la impresión que si preguntamos a un visitante, la ciudad decimonónica vencía a la ciudad del Donostia International Physics Center.

Exceptuando la vertiente gastronómica que ha dado una imagen moderna durante más de tres décadas, el resto de los esfuerzos públicos por lanzar Donostia han ido a reforzar lo más tradicional e inmutable; La Concha, los pinchos y poco más. No está mal, pero es poco. Incluso la operación urbanística de la Zurriola y los cubos del Kursaal apuntalaban esa imagen.

Por eso, la idea de la candidatura para el 2016 tratando de aprovechar ese caudal buscando al mismo tiempo nuevos iconos urbanos, más participativos, con un fomento notable de la creatividad ha sido desde el inicio una idea muy atractiva. Y además, muy compartida por amplios sectores inquietos que venían advirtiendo que la ciudad se quedaba atrás, anclada, mientras el resto corrían buscando su nicho. La envidia hacia la espectacular evolución de Bilbao en los últimos veinte años (nadie lo tome como un reproche) además de lógica, ha servido de acicate para llegar a este punto en el que lograda la designación de la capitalidad cultural se abre un reto no menor: aprovechar la ocasión.

"¿Alguien conoce cuáles son las capitales culturales europeas de este 2011?". La pregunta la soltó Joseba Egibar, presidente del GBB del PNV, a la mañana siguiente de la designación en Onda Vasca. Lo pensé un segundo, y sólo acerté con Tallin, la capital de Estonia. Acudí a internet y encontré Turku en Finlandia. En cierta manera me avergoncé, porque puede que ustedes no tengan por qué saber la respuesta, pero se supone que un periodista debe estar más al tanto de estas cosas. Pasado el primer rubor, pensé que hubiera habido pocos que supieran contestar a bote pronto la pregunta y que quizás estábamos exagerando lo que significaba la capitalidad.

Más bien intuyo que lo que estaba haciendo el dirigente nacionalista era llamar la atención sobre la cantidad de trabajo, y de recursos económicos, que aún hay que poner para que en Finlandia dentro de cinco años conozcan más de lo que se conoce Turku en Euskadi en este 2011. La designación de capital cultural es un paso imprescindible en el camino, pero no garantiza por sí misma el éxito de la empresa.

La siguiente reflexión sobre las oportunidades que se abren para Donostia las he escuchado a un hernaniarra, nacido a nueve kilómetros de La Concha. Me sentí rápidamente identificado cuando afirmó que Donostia tiene que encontrar su propio sitio en Gipuzkoa, que su capitalidad en un territorio con muchos municipios que le disputan su hegemonía ha provocado una eterna tensión no resuelta.

Donostia y sus 186.222 habitantes (censo de 2011) no pesan tanto en una Gipuzkoa con más de 500.000 residentes en otros municipios repartidos además de forma muy equitativa en el mismo espacio geográfico. Por seguir con las comparaciones (que no son, insisto, agravios), a nadie de Zubieta se le ocurre decir en el extranjero que es donostiarra, pero a un basauritarra no le duelen prendas en usar el reclamo de Bilbao para tratar de situar a su interlocutor si se trata de explicar de dónde es. Puede resultar simple, pero sirva esta pincelada para ilustrar que Donostia aún tiene mucho que aprender de su convivencia con el resto de municipios de Gipuzkoa. Y viceversa, claro.

Creo que este evento que viviremos en 2016 puede contribuir a que Donostia tome conciencia de su importancia y de su peso y establezca una relación distinta, mejor, con el mundo y con sus vecinos.