A Jesús Eguiguren, una vez más, no le van a hacer ni caso. El presidente del PSE planteó ante el Comité Nacional (???) de su partido una hoja de ruta para superar el descalabro sufrido en las elecciones. Una hoja de ruta para un gran acuerdo político liderado por el lehendakari López, basado en un cambio de estrategia sobre pacificación que pasaría por el apoyo a la legalización aún pendiente de Sortu, el acercamiento de presos, la verificación del alto el fuego decretado por ETA y la abolición de la doctrina Parot. Alicia en el País de las Maravillas. Rubalcaba le respondió, en palabras del consejero de Interior del Gabinete López, Rodolfo Ares: no hay mejor política antiterrorista que la del Gobierno Vasco, es decir, la del Gobierno español.

Los socialistas navarros, a decir verdad, ni se plantean nada parecido. Cualquier afiliado al PSN que osara defender una hoja de ruta semejante hubiera sido fulminantemente depurado. José Luis Uriz, sin ir más lejos es un ejemplo de ello. Los socialistas navarros ya están acostumbrados a los descalabros electorales desde que fuera capturada la banda de los Roldán, Urralburu, Aragón y demás hampones. Viven desde entonces en un estado de estupefacción permanente y, aunque ya no se atreven a meter la mano en la caja, mantienen el aparato a base de las propinas que les ofrece la derecha reaccionaria de UPN.

Asomarse a los resultados electorales del PSE y del PSN es sufrir el vértigo de una pavorosa caída de apoyo social que si en Navarra viene ya siendo crónica, en la Comunidad Autónoma Vasca ha sido tan aparatosa que les ha dejado aún peor parados que al propio PSOE, que ya es decir. Lo peor es que no asoma ningún propósito de enmienda, ninguna reacción estructural ni estratégica para detener esta sangría que, al paso que va, nadie va a reconocer a aquel pujante Partido Socialista de Euskadi que hasta 1982 incluía a los socialistas navarros.

En este sálvese quien pueda, todo apunta a que en lugar de rectificar su penosa deriva el PSN prefiere de nuevo oficiar de palanganero de UPN. Tuvo oportunidad de liderar un cambio de progreso en 2007, pero Pepiño Blanco mandó a parar y condenó a sus súbditos navarros a caminar hacia el precipicio arrastrados por el ronzal de la derecha extrema. Eso sí, pillando, para suavizar la caída. El "agostazo" de 2007 les rentó a unos cuantos cuadros del aparato prebendas como la presidencia del Parlamento, la Mancomunidad de Pamplona, y otras canonjías menores. Migajas, a fin de cuentas.

Cuatro años después y 25.000 votos menos, el PSN está a punto de repetir la operación, sin tanto suspense como entonces pero con la misma intención: pillar. Pero, si puede ser, pillar más entrando en el Gobierno para que su Ejecutiva amplíe la agencia de colocaciones. Que el PSN haya perdido su carácter referencial, que muchos afiliados entreguen sus carnets y el partido se diluya aún más en el magma institucional de la derecha más rancia de Europa, es algo que parece estar asumido con resignación.

Cuatro años después y 65.000 votos menos, el PSE no quiere reconocer que su pacto con el PP le ha hecho y le sigue haciendo el mismo daño que al PSN su sumisión a UPN. Con los oídos cerrados al verso libre de Eguiguren y tras diez días de silencio, el secretario general del PSE y lehendakari, Patxi López, apenas si amagó una fugaz autocrítica reconociendo unos malos resultados electorales pero achacándolos primero a la política de Zapatero y después a la coyuntura internacional que está diluyendo los principios de la socialdemocracia. Hay que volver a la esencia de la izquierda, vino a decir, pero sin cuestionar ni de lejos su pacto de hierro con la derechona del PP. Y pasó de esa peculiar autocrítica a lanzar advertencias al PNV por si se les ocurriera a los jeltzales acudir a Zapatero para que presionara al PSE en su favor. Todo ello después de haberla liado desestabilizando al PSOE, con el ánimo futuro de ser macero de Rubalcaba. La cuestión era dar sensación de firmeza, de poderío, por si colase.

Como siempre ocurre, la debacle electoral del PSE está dejando ver lo más oscuro del partido, los navajeos y las ambiciones del aparato puro y duro. Inefable ha sido la maniobra Arriola-Gasco, primero para enviar una vez más al matadero a Miguel Buen salvando al consejero y después para quitarse de encima a eso otro verso libre, Odón Elorza, colmando las ambiciones del viceconsejero. El díscolo y sempiterno alcalde donostiarra sólo les servía desde el cargo. Perdido el cargo, sea arrojado a las tinieblas. A Elorza siempre le quedará el consuelo de que quien tanto ha hecho por quitárselo de encima se haya quedado en el cuento de la lechera. Desde el búnker de Ajuria Enea, aislado y sostenido por un Partido Popular que sueña con despedazar pronto al PSOE, el lehendakari López contempla con melancolía la ruina de su partido. Siempre le quedará Madrid.

Y ahí están, en caída libre, PSE y PSN, aferrados al politiqueo de vuelo bajo, burocracia de cargo y sillón, sin darse por enterados de que la sociedad vasca, en su inmensa mayoría, aspira sobre todas las cosas a conseguir una paz no condicionada ni corrompida por su Pacto Antiterrorista y su Ley de Partidos.