EN la transformación que sufre la política española cuando nos acercamos a un periodo electoral hay un elemento reiterativo que aflora y que, de hecho, suele dar al traste con la cacareada unidad frente al terrorismo. Mientras en Euskadi vemos síntomas claros de que estamos al final de un ciclo dramático de violencia -¡ojalá fuera hoy mejor que mañana!- por puro agotamiento de quien la ha venido practicando, en España volvemos a ver cómo PSOE y PP, a través de sus terminales mediáticas, se enzarzan otra vez a cuenta de ETA.

No deja de ser paradójico que se proclame a los cuatro vientos que no conviene hablar en público de Sortu, no digamos ya de ETA, para no hacer una supuesta campaña electoral gratuita y al mismo tiempo aparezcan en un viaje que va de los archivos judiciales a las rotativas las actas incautadas a Thierry tras su detención en 2008. Así es imposible creer que la clase gobernante que se alterna en el poder en España desde hace más de tres décadas esté preparada para abordar un final de la violencia. Por decirlo suave: no son serios.

El ambiente venía enrareciéndose cuando Rubalcaba se revela como el sustituto de Zapatero con, al parecer, más predicamento que el todavía presidente. Es entonces cuando la campaña de El Mundo arrecia y encuentra un eco entusiasta en el PP que ve en el llamado caso Faisán la manera de quitarse de en medio a un incómodo adversario. A partir de ese momento, el PP se lanza una campaña de desgaste tratando de dibujar un vicepresidente y ministro del Interior plegado al dictado de ETA. No tengo ni idea, ni siquiera lo saben los filtradores, si ETA dice la verdad sobre las reuniones posteriores al atentado de la T-4. Es, en todo caso, una interpretación de lo que allá sucedió y no un acta notarial levantada para contar la verdad desnuda. Que se sepa, son terceros, los hoy denostados "mediadores" o "facilitadores" los depositarios de esas actas en el centro Henri Dunant.

Pero la filtración se ha convertido en la excusa perfecta para que el terrorismo se haya erigido otra vez en el elemento central del debate. Y amenaza con ir a más, porque para los dos partidos españoles que se alternan en La Moncloa, las municipales son sólo un primer escalón para las generales. Será entonces cuando la bronca atroné, como ya ocurrió en otras ocasiones.

A estas alturas, después de varios fracasos en el intento de alcanzar la paz en Euskadi, algunos parecen empeñados en no extraer conclusión alguna de todos estos fallidos procesos. Lo peor es que es la propia sociedad vasca la que ha quedado hasta la fecha cautiva de este descarnado uso electoral del fenómeno terrorista.

La primera conclusión que pasan por alto quienes se vuelven a enzarzar a cuenta de ETA es que si bien la paz no tiene precio político (no habrá cesión de soberanía popular a unos pocos armados) es poco útil pensar que no tiene ningún otro precio. Sí, es cierto que se dan concesiones penitenciarias, que se diseñan escenarios de reinserción que de otro modo quedarían descartados y que la ley se convierte en material elástico. Lo viene siendo con todos los Gobierno españoles independientemente de a quién le tocara estar en la presidencia.

Pero la tentación de obtener unos cuántos votos extra ha llevado a una loca carrera por aparentar ser el más duro de los duros, mientras la realidad obligaba más fintas de contorsionista que a ese rostro de acero que refleja la prensa. Particularmente creo que ni Rubalcaba es un traidor como trata de presentarlo El Mundo, ni es el campeón de la astucia como se empeña en dibujárnoslo El País. Más bien a Rubalcaba, como a casi todos, ETA le engañó. Y venir a saldar cuentas ajenas cuatro años después ni arregla lo que ocurrió ni contribuye a terminar de cerrar este lamentable periodo de nuestra historia reciente.

Es sorprendente cómo los parámetros en los que se mueven las legítimas diferencias que se advierten entre los partidos al abordar cualquier problema que afecta a la sociedad se anulan si se trata del terrorismo. Durante demasiado tiempo venimos sufriendo, particularmente en Euskadi, las acusaciones de quienes se creen en posesión de la única verdad para acabar con el terrorismo: vencedores y vencidos, paz es sinónimo de victoria, etc. Su radicalidad, esa que tanto divertía antaño a Savater, venía a sostener que los que no se alinean exactamente a su paso, somos cómplices de ETA.

Del mismo modo que, también injustamente, se ha acusado con frecuencia a quienes no comparten que el diálogo es la mejor solución para acabar con la violencia, que en realidad no querían terminar con el terror. Yo lo he hecho y tómese esto como una rectificación. Es una acusación especialmente dolorosa cuando quien la recibía era, precisamente, una víctima de esa violencia que le ha obligado a vivir en permanente estado de excepción. Convendría volver a debatir, una sociedad madura no tiene que tener miedo, de forma serena sobre cuál es la mejor fórmula para acabar con la violencia; admitiendo las discrepancias legítimas, pero no convirtiendo el terrorismo en una baza electoral. En la única baza donde se permite todo sobre el dolor de los demás. Sospecho que en Euskadi ya estamos preparados, pero me desalienta este nuevo espectáculo español.