NO es fácil entender por qué han llovido desde Euskadi y desde España millones de euros en cooperación en los últimos años en este municipio y no en otro cualquiera igual de necesitado. La respuesta hay que encontrarla en una historia digna de culebrón latinoamericano, en la que se mezclan los amoríos privados con los fondos públicos. Un sainete millonario lleno de venganzas, pasiones desatadas, grandes fincas y pequeñas miserias. Lo que un vecino de Somoto define como la "cooperación sentimental".
¿Por qué somoto?
Origen y relaciones personales
Es la crónica que nunca me hubiera gustado escribir, pero la protagonista ha mezclado de tal manera su vida privada con la gestión pública de fondos que resulta imposible deslindar estas dos facetas de Ana Urchueguía. El primer capítulo empieza con una llamada telefónica desde Managua a Somoto en 1998, después de que el huracán Mitch dejara devastada esta zona. Habla Mario Castro, un especialista de la cooperación internacional en el Gobierno de Daniel Ortega. Al otro lado del hilo telefónico, el que era alcalde de Somoto y luego diputado sandinista Manuel Maldonado. Castro ofrece a Maldonado la posibilidad de desviar a Somoto fondos de cooperación que trae "una señora española" y que iban destinados a proyectos en la costa atlántica del país. Todas las versiones coinciden. Castro mantiene en ese momento una relación extramatrimonial con Ana Urchueguía, "la señora española"; Maldonado cita a sus adeptos en una reunión y les explica la potencialidad de obtener recursos económicos. Es entonces cuando Marcio Rivas, que luego sería alcalde de Somoto, entre bromas machistas, exclama: "¡Esa que me la dejen a mí!". Se la dejan al tiempo que, compinchado, ese clan somoteño le tiende una trampa a Castro, necesitado de salir de Managua para encontrarse con la que era alcaldesa de Lasarte-Oria. Invitan discretamente a ambos a su municipio, pero avisan a la esposa de Castro, la relación toca a su fin y el relevo es Marcio Rivas. Así de humana fue la razón que ha llevado millones de euros de los contribuyentes vascos a Somoto durante más de una década.
Pero lo que empieza siendo una historia de amor se vuelve tragicomedia. El cambio de siglo les pilla en luna de miel: cada vez llega más dinero, la pareja adquiere una casa de lujo, se dejan ver, ella participa cada vez más en la política municipal, crecen las ambiciones y Urchueguía decide que va a usar los fondos de cooperación para que Marcio sea alcalde. Busca el apoyo en el cometido de la ONG Allende, una semiclandestina organización en la que figura lo más granado del partido socialista en Gipuzkoa. Prometen una lluvia de euros durante la campaña si gana Rivas y hasta celebran el triunfo del FSLN al día siguiente de las elecciones. "Me robaron la alcaldía con ese dinero y esas promesas", dice el opositor liberal Franklin Marín.
Marcio Rivas ya es alcalde. Y a la vez, mandamás de Asodecom. Es la época de desenfreno. Disfrutan de fiestas en su casa de Aguas Calientes. Allí convive la pareja más popular de Somoto. Urchueguía viaja hasta siete veces al año a Somoto y pasa tres meses en los que desatiende sus labores en la Alcaldía de Lasarte-Oria. Coincidiendo con lo más intenso del romance, aumentan los fondos de cooperación y la hoy delegada del Gobierno Vasco en Chile empieza a captar recursos gestionados por Euskal Fondoa. Pero no le bastan, necesita más: usa entonces sus poderes en la Federación Española de Municipios, donde preside la Comisión de Cooperación, para que sigan lloviendo los euros. Vic, gobiernos de Aragón y La Rioja, Diputación de Sevilla, etc. El dinero pasa por sus manos y es ella la que decide en qué se invierte y en qué no.
ADJUDICACIONES A DEDO
El nuevo ayuntamiento
El prestigio de Urchueguía crece en Somoto en la misma proporción en la que trae dinero. Pero la oposición intenta descubrir qué sucede. Franklin Marín es, además de edil del Partido Liberal, un pequeño constructor. Forma parte de la Comisión de Infraestructuras y narra así lo que sucedía: "Hablé con Marcio y con Ana varias veces; les dije que si ese dinero de cooperación tocaba la Municipalidad, ya era dinero público y, por lo tanto, sometido a las leyes de Nicaragua que establecen cómo se debe administrar; lo marca la ley 3/23".
Pero la pareja no le hizo caso. Se lanzan a construir la lujosa casa consistorial: "La diseñó Ana sin ningún criterio técnico, se adjudicó la obra a René Tercero, al que siempre iban a parar todos sus proyectos, no me dejaron consultar los costes y eso que yo sé de esto porque trabajo en el sector aunque nunca licité por una obra siendo concejal. Hubiera sido saltarse la ley", rememora Franklin.
Le enseño una copia de la página de Euskal Fondoa donde se reseña que el nuevo Ayuntamiento costó, según lo presupuestado, 448.000 euros. Saca la calculadora: se le van los ojos al ver la cifra en córdobas nicaragüenses y sentencia: "No ha podido costar eso, imposible, ahora entiendo por qué escondían los montos y por qué sólo publicaban determinadas auditorías y escondían otras".
El relevo de Marcio Rivas al frente de la alcaldía, en 2008, coincidió con las primeras sospechas de los manejos de la dirigente socialista. Para entonces ya se habían grabado los famosos vídeos de Youtube que nos destaparon una faceta desconocida de Urchueguía. Tenía motivos para ponerse así: "Ahí -cuenta una fuente que guarda el anonimato- fue cuando empezó el manejo de llevarse de la alcaldía los fondos institucionales y llevarlos a ese invento llamado OHLOS (Oficina de Hermanamiento Lasarte-Oria Somoto, hoy Fundación Somoto); ahí fue donde terminó de enredarse todo, donde empiezan las luchas entre ellos, porque unos se llevaban el dinero y los otros no. Fue entonces también cuando empieza a enfriarse la relación entre Marcio y doña Ana. Yo creo que ella pensó que había sido Marcio el que le traicionó, pero estaba equivocada".
Habla una asistente a aquella reunión en la que Urchueguía grita "¡Roma no paga traidores!": "Nos reunieron a los campesinos llegados desde lejos para escuchar sus amenazas; no nos dieron ni un refresco y después de tratarnos como si fuéramos delincuentes o indios ignorantes, nos volvieron a mandar por donde nos trajeron". Eso duele en Somoto, un pueblo dividido entre quienes llaman a la exsenadora como "doña Ana" y los que se refieren a ella como "la cacique" o "la señora". "Esto de señora es una broma, porque es una mujer con muy poca educación aunque trate de aparentarla. Cada vez que intenta ser refinada, lo empeora", nos cuenta una persona que por razones profesionales ha tenido que escuchar sus sermones de sobremesa.
LA DECADENCIA
Los fieles a Urchueguía
En el ocaso del poder de Ana Urchueguía, con Mauricio Rivas fuera de la circulación, "la señora" se rodea de un grupo de fieles para que vigilen su ya amplísimo patrimonio en Somoto. Ahí aparecen desde el notario Armijo Talavera (al que llamó el exmilitar Aquiles García y jefe de la Fundación Somoto cuando supo que investigábamos las posesiones de la "doña"), pasando por Lupita Espinosa (una fabricante de rosquillas en cuya casa recala ahora que siente la fría soledad en la posesión de Aguas Calientes), siguiendo por el matrimonio de Ulda Tercero y Foncho González (éste fue también concejal durante el mandato de Marcio Rivas) y terminando en un siniestro personaje llamado Marvin Corrales. "Andad con cuidado con Marvin, que es tan peligroso como Aquiles. Los dos son de gatillo fácil y van armados", nos avisan el primer día que llegamos a Somoto. No parece que sea broma; Marvin Corrales estuvo diez años en la cárcel. Y no precisamente por portarse bien. Entregó, delación mediante, a un comandante guerrillero.
Los viajes de Urchueguía a Somoto empiezan a espaciarse. "Ella cuenta que la mandaron de embajadora a un país del sur; usted que es de allá, de donde el País Vasco, debe saberlo". Embajadora, arquitecta, nueve veces superviviente a intentos de atentados de ETA según su propia versión, excepcional vendedora de bolsos que tiene unos beneficios de un millón de euros en esta tarea en un solo año, etc. Urchueguía cuenta en Somoto cualquier mentira que le permita seguir aparentando lo que no es. Algunos le creen. Otros no y han dejado de tenerle miedo.
Pero los somoteños se van cansando de sus arengas y su círculo se reduce cada vez más. "La última vez que estuvo, estas pasadas navidades, se le vio llorando a unos y otros: que si Chile no le gusta, que si echa de menos Somoto, que le gustaría una reconciliación con Marcio, que va a comprar una casa para venirse a vivir (¿otra más?) que la gente de acá somos unos desagradecidos, que no apreciamos todo lo que ha hecho por nosotros o que no cuidamos las cosas que ha traído. Está fuera de sí", añade otra mujer que, obviamente y vistas las amenazas en Youtube, también pide que guardemos su anonimato.
las estancias en somoto
Filete jalapeño y ron doble
Ana Urchueguía "llegó con buena voluntad y parecía una mujer entregada que mantenía unos principios de cooperación éticos", dice Mauricio Cajina, exvicealcalde de Somoto y uno de los fundadores de Asodecom. En sus primeros viajes se alojaba en el hotel Colonial, el mejor de la ciudad pero modesto. La habitación cuesta hoy 20 dólares por noche con desayuno incluido. Alex y Jackson, dos jóvenes uniformados que parecen gemelos, son los recepcionistas del hotel "en el que doña Ana se ha alojado muchas veces, porque ella sabe dónde está la calidad". De su paso por aquí, sólo lamentan que no dejara propinas.
Más tarde vivió su romance con Marcio Rivas a pie de la carretera Panamericana que conduce a Honduras. Fueron los años más felices. "Salían mucho; ella estaba aquí vacacionando y solo si había que decidir algo importante intervenía en los consejos (plenos) del Ayuntamiento", cuentan en el pueblo. Cuentan muchas cosas aquí, como que "los carros y los caballos de los hijos de Marcio los pagaba doña Ana porque él siempre ha sido un hombre humilde que nunca se ha dado a los lujos".
Tampoco Ana Urchueguía parece que llevara una vida de lujo en este rincón norteño de Nicaragua, donde la gente subsiste con lo mínimo y el mejor restaurante tiene una limitada carta. Doña Ana tiene predilección por El Almendro, en pleno centro de la ciudad. Hasta aquí llega con su vehículo habitual, un todo terreno verde, que siempre conduce Peralta, su chófer de confianza.
El restaurante lleva el nombre cogido de una famosa canción de Carlos Mejía Godoy, que en este momento suena por los altavoces. El encargado nos ofrece una cerveza antes del almuerzo. Pregunta si somos españoles: "Bueno, ejem? digamos que somos de la misma tierra que doña Ana y nos gustaría comer su menú favorito".
Hemos empezado bien, porque a ella le gusta la cerveza local Toña bien fría. Veinte minutos y dos botellines de tercio más tarde llega la comanda: "Filete jalapeño vuelta y vuelta, casi crudito, como le gusta a doña Ana", especifica el camarero. Es un entrecot de ternera de excelente calidad cubierto con una salsa de cebolla y un pimiento verde picante que llaman jalapeño por su proximidad mejicana. Las papas y la ensalada van aparte.
Doña Ana no acostumbra a tomar postre y el camarero da por supuesto que vamos a seguir a pies juntillas los pasos de nuestra compatriota: "Ahora les toca un buen café nicaragüense con dos de azúcar, un ron doble Flor de Caña Gran Reserva, full de hielo y lata de Coca-Cola. Eso para empezar, y luego les sirvo más". Damos cuenta de todo ello. Es normal que necesite a Peralta abstemio. Resulta imposible ponerse al volante con tanto trago.