"Todo el mundo lo dice en este pueblo. Doña Ana tiene catorce propiedades y la última vez que estuvo en enero, dijo que quería comprarse una casa para venir a vivir aquí porque no le gusta Chile". Puede que sean catorce, pero en la maraña registral es difícil dar con ellas. A veces, uno encuentra más de lo que cree buscar: cuarenta hectáreas donde creía que había dos. Otra, sirve para confirmar lo que ya antes descubrió otro medio de comunicación aunque la foto fuera equivocada y la dirigente socialista sacara pecho al ganar una querella. También está el absurdo: la ganadera compra un pequeño solar que sólo tiene fachada y persianas metálicas roñosas. Eso sí, está en el centro de la ciudad. De todo hay en las variadas propiedades de Ana Urchueguía en Somoto.
La sorpresa
Cacaulí
Escritura en mano facilitada por el equipo de investigación de Noticias de Gipuzkoa, todo conduce a un barrio situado en el oeste de la ciudad, más allá de donde se alza un mirador de tres plantas que recuerda a una pagoda china en lo alto de una colina. "Bajen por el camino que está frente a la gasolinera Petronic (Petróleos de Nicaragua) bordeen la antena y justo detrás del mirador hay una cuesta que les lleva hasta una quebrada. Allá, a la izquierda, hay un portón de hierro".
Seguimos las indicaciones, la escritura dice que la finca fue comprada a Oscar Blanco, pero un vecino que da cuenta del desayuno aporta más detalles: "Ese predio es uno que administraba Lasarte-Oria (se supone que se refiere a la entidad jurídica inexistente legalmente que era receptora de los fondos de cooperación que manejaba Ana Urchueguía). Es de doña Ana. También compró la finca colindante de Adolfo Beltrán, al que le dicen Alboroto; aunque ahora quien la lleva es su administrador, Aquiles García".
A la conversación se añade un hombre alto, con bigote, como el resto de los varones, vestido con un polo rojo con cuellos y montando una bicicleta. Susurra algo, hace una seña y en ese momento se rompe la confianza: "Si quieren saber algo de Doña Ana, vayan al pueblo y pregunten allá por Aquiles. Él les dirá". Intuimos que en ese momento nuestro anonimato ha pasado a mejor vida. Todos huyen del coche y se ponen a su tarea.
Pero la finca existe y no está lejos. Basta seguir la huella reciente de un tractor y dar con la puerta enrejada. Estamos en otra de las posesiones de Ana Urchueguía. Ahora el GPS marca 678 metros de altitud y las coordenadas son N 23º 29"28,5 ", O 86º 35"09".
A lo lejos se escucha el ruido de un tractor y cien metros más allá de la entrada nos encontramos a Adolfo roturando un terreno para plantar frijoles. Desde aquí se ve la casa y el añadido en el que viven ya va para un año José Luis y Yelba, una joven pareja somoteña que se encarga de vigilar y trabajar esta finca de la delegada del Gobierno Vasco en Chile.
Salen a saludar mientras se secan las manos. "perdonen que estemos sucios", dice Yelba mientras esconde la sonrisa con su mano derecha. José Luis toma la voz cantante. No hace falta preguntar, al vernos con un buen coche y con pinta de ser paisanos de la dueña rompe a hablar: "Bienvenidos sean. Aquí estamos, trabajando. Ya sabrán que llovió mucho en el invierno y por eso se nos fue la primera cosecha de frijoles a perder, por eso estamos empezando a preparar el otro pedazo de tierra para volver a poner la semilla".
Le pregunto si éste es todo el terreno porque a simple vista se ajusta a las dos hectáreas que venimos a ver. No, hay mucho más: "Son 60 manzanas (otros cuarenta campos de fútbol) atravesadas por este riachuelo. Mire un poco más allá que va a ver las vacas y los caballos y por detrás de allí sigue la finca, que parece que le quieren poner un sistema de regadío para convertirla en pasto. Es que a Doña Ana le gustan mucho los caballos".
la yeguada
"Muchachita", "Servilleta" y "Bonita"
"Las reses llevan el fierro AU, el de la propietaria". Tras lo visto en la finca de Las Sabanas, la del millón de metros cuadrados, uno ya no se sorprende. Junto a las vacas, abrevando en el riachuelo asoma una yegua rojiza de nombre Muchachita. Luce en el lomo trasero izquierdo la marca de la casa: AU.
Muchachita tiene nervio, pero José Luis nos lleva un poco más arriba a enseñarnos cuál es "la consentida de Doña Ana. La llama Bonita y de verdad que lo es; cuando viene la acaricia el lomo? venga, haga lo mismo que le gusta mucho que la acaricien". La otra joya de la cabaña equina de Urchueguía tiene un nombre curioso: Servilleta. Es otra yegua, manchada de mechas rojas y blancas.
"¿Las monta la dueña?", pregunto a José Luis. "No, ella viene las acaricia y ya? aunque hace tiempo que no se asoma por acá". Se le nota con un punto herido cuando recuerda que en la última estancia de la doña, en diciembre pasado, ella ni se acercó: "Aquiles (el hombre omnipresente en los negocios de Ana Urchueguía en Somoto) trató de que viniera, pero ella no nos visitó. Ahorita se le espera para marzo, a principios de mes, y estaría bueno que viniera a ver cómo están sus cosas".
Allí se queda esta pareja feliz que forman Yelba y José Luis, "muy agradecidos a Doña Ana por habernos dado la oportunidad", preparando el almuerzo y el "gallo pinto", los frijoles con arroz. Buen provecho.
la confirmación
Aguas calientes
Un periodista estuvo por estos pagos investigando las propiedades de Ana Urchueguía. Trabajaba para Época, la revista de la derecha española. No andaba descaminado en su trabajo, pero se confundió de foto y la exsenadora ganó, incomprensiblemente, un pleito. Pero la casa existe. Estaba unos pocos metros más allá de la que ocupó la portada de Época.
Se ubica en el kilómetro 223 de la carretera Panamericana, el eje viario que recorre como si fuera una columna vertebral el continente desde Alaska a Tierra de Fuego. Es una casa a pie de carretera, con tráfico de camiones que se dirigen o vienen de la frontera con Honduras, en el paso El Espino, a menos de cincuenta kilómetros.
No debe ser muy atractivo dormir escuchando el ir y venir de los camiones de gran cilindrada, pero este fue el primer refugio conocido de Ana Urchueguía en Somoto. Eran los tiempos en los que la relación con Marcio Rivas, el que iba a convertirse poco después en alcalde, iba viento en popa. El resto de casas colindantes tienen una estructura más lógica que esta edificación de 200 metros cuadrados de planta (más ático) medidos a ojo de buen cubero. Han puesto tierra de por medio ante el asfalto y se esconden unos metros más allá del arcén.
Pero la casa de Ana se asoma a la carretera como quien busca vistas al mar. Una piedra redonda, digna de ser levantada por la saga de los Perurena, luce unos brochazos amarillos en los que se lee el nombre de la propietaria. Otra vez GPS para que quede constancia: altitud de 666 metros sobre el nivel de mal, latitud N 13º 28"03", longitud O 86ª 37"57,2". Si tienen opción de echar el vistazo a vista de satélite que ofrece Google Earth se encontrarán con más de cinco hectáreas de árboles frutales. Según la actualización de la foto, también podrían adivinar el autobús del club de fútbol Real Madriz, otro de los niños consentidos de Doña Ana.
Si vieran dos agujeros cerca de la casa, se trata de dos piscinas de forma sinuosa y hoy descuidadas que están junto al edificio. Nadie responde cuando llamamos a la puerta. Un candado y unas flores de plástico rojas y amarillas abrazan la verja metálica. Todo está enrejado: también los dos ventanales que rodean el pórtico de entrada sostenido por dos columnas de madera bien barnizada. Alguien cuida esta propiedad aunque se le ha olvidado retirar una pegatina infantil de las que regalan con la bollería industrial y en la que aparece una muñequita de pecho exagerado llamada Baby Bozzy.
Por fuera, luce color mostaza y en la parte trasera tiene un cobertizo añadido con hamaca, asador y pared pintada de violeta. Cuatro ventanas en cada lateral apuntan a una casa con más de media docena de habitáculos, a los que hay que añadir una planta abuhardillada con ventana tipo "ojo de buey" en la fachada principal. Por el lateral izquierdo de esa entrada, se accede sin problema al terreno. Sin problema salvo la mirada aviesa de un perro de gran alzada, blanco, silencioso y de raza "mil leches". Conviene no aventurarse más en la finca que abandonamos dejando al perro y a las gallinas que pican aquí y allá.
La casa en el centro
Un solar
Tanta hectárea prometía algo más del último de nuestros registros notariales. Pero no, Doña Ana siempre depara sorpresas; la multipropietaria se hace austera al llegar a pleno centro de Somoto. Siguiendo el Parque Central, pasando por la Alcaldía construida con fondos de cooperación de los ayuntamientos vascos y a cien metros de la Casa de Cultura que lleva el nombre de Ana Urchueguía (esa es otra historia) está la casa que compró a María Ulda Tercero.
No llega a casa. Son unos bloques prefabricados de hormigón sin nada que enseñar más allá de una fachada con una puerta que parece el acceso a un garaje que no existe y dos ventanas con persianas de zinc oxidado. En el frente, dando sombra, un árbol talado recientemente avisa de que no habrá mangos en las próximas semanas. A la derecha, una lonja se anuncia como "reparador y desbloqueador de teléfonos celulares" y lleva el sello Claro en la puerta, la principal compañía de móviles de Nicaragua. En el linde izquierdo hay que buscar la razón de esta compra que se sale del canon de fincas y casas que ha conducido las adquisiciones de la delegada del Gobierno Vasco en Chile.
Es media tarde y en la mecedora ve el televisor Luis Alfonso González. Ojea el coche blanco desconocido que ha aparcado frente a su casa para fotografiar esa fachada sin aparente interés. No le presta más atención. Foncho, como le conocen en Somoto, es el marido de Ulda, la que vendió la casa a Ana Urchueguía y se quedó con la contigua. Pero en la compra hay una razón más personal y política: Foncho es la mano derecha de Marcio Rivas y llegó a ocupar una concejalía cuando el hoy exalcalde mantenía una relación con la exsenadora socialista. Todo termina quedando en casa propia, o en la contigua.