el cairo. El primer grito de alegría estalló en una de las tiendas de campaña junto a la mezquita, y la noticia corrió como la pólvora por toda la plaza de Tahrir: Mubarak había dimitido y dejaba el poder en manos del ejército. En cuestión de segundos, la plaza de la Liberación, totalmente repleta, se transformó en una explosión de alegría. 18 días de protestas por parte de millones de egipcios eran demasiados como para ser ignorados. La gente se abrazaba, cantaba, saltaba, lloraba. "Lo hemos conseguido, no me lo puedo creer", murmuraba Nashaat, egipcio copto, todavía en estado de shock. "Llevo en Tahrir dos semanas y he puesto tantas energías en exigir la renuncia de Mubarak que ahora que se ha cumplido veo un abismo nuevo delante de mí. Tengo la piel de gallina". "¡Alahu akbar, Alá es el más grande!", exclamaba la multitud. Muchas personas acudían a los tanques a hacer partícipes a los soldados de la celebración y les daban la mano aunque estos, más cautelosos, pedían tranquilidad. Las consignas coreadas estos días se transformaban. De "la gente pide la caída del sistema" a "la gente ha conseguido la caída del sistema". De "él que se vaya, nosotros nos quedamos" a "él se ha ido, nosotros nos hemos quedado". En una esquina, junto a las tiendas de campaña, un grupo de jóvenes coreaba: "¡Él se va del gobierno, y nosotros nos vamos a la ducha!" Frente a ellos, otro grupo cantaba: "Uno, dos, ¿dónde está el ladrón?"
Las barricadas en las entradas de la plaza caían y, por primera vez en 18 días, los coches y motos entraban en Tahrir. No más controles, no más toques de queda. En la calle del Museo, punto más caliente de la protesta en la plaza en los últimos días, los manifestantes se apresuraban a limpiar la calle de piedras y apilar las vallas metálicas y los maderos. "Ya se lo dijimos al ejército cuando intentaba negociar con nosotros", decía Mustafa, ahora ex vigilante de esta entrada, exultante: "Nos iremos cuando Mubarak se vaya, y se ha ido, así que es nuestra responsabilidad dejar este sitio limpio y ordenado".
Mohammed gritaba y cantaba sosteniendo la página del periódico Masr El Yom que mostraba la foto de los mártires. "Quiero que lo celebren con nosotros, su muerte no ha sido en vano y en el cielo están contentos", exclamaba. No muy lejos de él, un médico voluntario agitaba una bata blanca manchada en la que había escrito: "Sangre de los mártires". Ahmed, tras pasar ocho días durmiendo bajo uno de los tanques de la plaza, confesaba que "de momento me quedo a celebrar con la gente, y mañana me iré". En cuanto al futuro, "no me importa que Omar Suleiman se quede porque es el ejército el que ha tomado el control y, además, dentro de poco tendremos elecciones".
Los fuegos artificiales iluminaban Tahrir y los altavoces transmitían el himno egipcio a todo volumen. La gente, subida a los vehículos calcinados de la policía, que estos días han servido de contenedores para la basura, coreaban "Hosni se ha ido, Egipto es libre". Numerosas personas con mantas debajo del brazo abandonaban la plaza mientras cientos de otros llegaban para vivir el momento. "Teníamos miedo de venir, pero ahora no hay problema y esto no nos lo queríamos perder", explicaban Emptezal y su hija Sara. Ashraf, guía turístico en la ciudad de Asuán contaba que "no había trabajo allá porque todos los turistas se fueron, así que decidí venirme a Tahrir a protestar también. Hoy era el primer día que venía ¡y parece que he traído suerte!".
Mohammed permanecía sentado sobre una manta en la entrada de la calle del Museo, no demasiado convencido. "Quiero quedarme aquí hasta que Omar Suleiman se vaya", aseguraba. Otros, entre bromas, comentaban: "Esperemos que esto no acabe como en las salidas de los partidos de fútbol". Pero no era el momento de peleas. Incluso los pro Mubarak visitaban la plaza de Tahrir. "Mubarak es el mejor presidente que ha tenido Egipto, y no nos gusta que se vaya", apuntaba Tareq. Aún así, admitían haber ido a la plaza por "curiosidad". Fuera de la plaza de Tahrir, los puentes se abarrotaban de coches llenos de amigos y familias que agitaban banderas de Egipto y, entre bocinazos, trataban de hacerse camino hasta la plaza. El Cairo entero estaba de fiesta, una fiesta por la democracia, tras 30 años de régimen dictatorial.
libres por sorpresa El día comenzó con una gran afluencia de manifestantes, provocada por la decepción del discurso de Mubarak del día anterior. La plaza de Tahrir registraba un nuevo llenazo y varios miles de personas se desplazaban a la calle del Parlamento y a las puertas del edificio de la televisión pública, entre gritos de "mentirosos, mentirosos". Frente al palacio presidencial de Mubarak, un centenar de manifestantes recibía el día rodeado de los típicos controles ciudadanos y, como siempre, acompañado de una pequeña unidad médica de voluntarios. "Varias personas vinieron ayer a los puestos de primeros auxilios de la plaza buscando hablar, porque se encontraban deprimidos después de las palabras de Mubarak", contaba Mahmud, farmacéutico al cargo de las medicinas. Junto a la alambrada que protegía la residencia del ex presidente, Mohammed, funcionario de transportes, exhibía su nómina de 35 euros al mes. "No me gusta que Egipto se vea así por la tele y por eso no me había manifestado aún, pero después de ver a Mubarak pensé que ya era suficiente, y he decidido salir a la calle".
Varios miles de personas llegaron al lugar durante el día, provenientes de otros puntos donde también se celebraron manifestaciones, como la plaza de Abbasiya. Desde Tahrir, los manifestantes decidían quedarse a proteger el punto más simbólico de la revolución, dispuestos a resistir un día y una noche más. A eso de las 18.30 hora local, algunos de los presentes, sobre todo familias, emprendían el camino a casa cuando eran sorprendidos por la noticia más esperada; la renuncia de Mubarak. "Llevo tantos años esperando este momento que ahora no sé ni que hacer", gritaba Ibrahim, con su hija Lara, de dos años, a hombros, entrando de nuevo en Tahrir. "Ella estudiará este día en sus asignaturas de historia y podrá contar a sus hijos que estuvo aquí", añadía. "Hemos inaugurado un nuevo capítulo en la historia de Egipto, ya nunca más será como lo conocemos".