Vivir sin Lula
EL próximo sábado Dilma Rousseff relevará a Luiz Inázio Lula da Silva en la presidencia de Brasil. Tras ocho años al frente del país, el exminero y líder sindicalista abandonará el palacio de la Alvorada. Los brasileños echarán de menos a Lula, al menos a eso apuntan los sondeos con los que se cierra 2010, que le han situado con un 80% de popularidad. A Rousseff, de 63 años, su sucesora y heredera política, le queda la tarea de deshacerse de su sombra. Personalidad para ello no parece faltarle a una mujer que pagó con tortura y tres años de cárcel entre 1970 y 1973 su lucha contra la dictadura militar.
Pero Lula es mucho Lula, no sólo en Brasil, donde sus habitantes, el 31 de octubre pasado, eligieron a Rousseff, del Partido de los Trabajadores (el mismo que Lula) como su presidenta. El 56% de las personas que acudieron a votar avalaron su candidatura, frente al 44% que obtuvo José Serra, del conservador Partido de la Socialdemocracia Brasileña, situado a la derecha política del PT de Rousseff y Lula. Brasil estrena presidencia pero sin embargo América Latina pierde a uno de sus líderes, a uno de los mandatarios que mayor prestigio y respeto han obtenido entre su clase política, sus ciudadanos e, incluso, en el orden mundial.
¿Cuál es el futuro político de Lula? Aún no lo ha desvelado, aunque eso sí, el pasado lunes en su último encuentro con periodistas antes de dejar el poder, descartaba que vaya a aceptar cargos en organismos internacionales. Lo cierto es que desde hace meses se ha especulado con la posibilidad de que dirija Unasur, la Unión de Naciones Suramericanas, después de que el fallecimiento del expresidente argentino Néstor Kirchner, el pasado 27 de octubre, dejara vacante su secretaría general. Coincide además que 2011 será un año decisivo para esta entidad, constituida en 2008 precisamente en Brasilia, pero que este año adquirirá plena vigencia como organización para la integración de los países de América del Sur.
De izquierda a derecha, no ha habido jefe de gobierno suramericano que no haya querido presumir de salir en la foto con Lula. Incluso dos personajes antagónicos como Álvaro Uribe, relevado de la presidencia de Colombia en 2010, y Hugo Chávez, han aceptado su intermediación y su trabajo de cocina de cara a apaciguar las tensiones que han vivido Colombia y Venezuela, calmadas tras la toma de posesión de Juan Manuel Santos como presidente colombiano el pasado agosto. Santos, al igual que Rousseff, llegaba al poder a la sombra de su antecesor, pero el colombiano deja ya su impronta, como lo demuestra también el restablecimiento de relaciones de su país con Ecuador. El bombardeo de suelo ecuatoriano ordenado por Uribe para matar a guerrilleros de las FARC en 2008 amenazó con desencadenar una guerra cuyo fantasma Lula también contribuyó a alejar.
Elogiado por Chávez, Barack Obama ha hecho de él uno de sus principales referentes, en parte precisamente para contrarrestar la influencia del venezolano, enemigo declarado de Estados Unidos, en la región. El próximo 5 de enero Chávez asumirá los poderes especiales que le otorga la Ley Habilitante, aprobada sólo hace pocas semanas por un legislativo que ese mismo día será reemplazado por los asambleístas elegidos en las elecciones del pasado 26 de septiembre. En la nueva asamblea Chávez no dispondrá de la mayoría cualificada necesaria para aprobar ciertas leyes pero la Habilitante, justificada por Chávez en la necesidad de agilizar la aprobación de medidas para paliar los efectos de las últimas inundaciones acaecidas en el país, le permitirá legislar por decreto. La Ley Habilitante otorga a Chávez poderes especiales por 18 meses, que concluyen prácticamente en su actual periodo presidencial. La oposición venezolana ve en tanta coincidencia un claro paso hacia lo que no duda en calificar de dictadura. Chávez lo desmiente argumentando que la Habilitante y el resto de sus reformas encajan en la Constitución venezolana. También intenta restar credibilidad a la oposición identificándola con una oligarquía que se resiste a perder privilegios.
Polarización
La polarización que vive la sociedad venezolana se traslada, en cierta medida, a la política regional, donde Estados Unidos y la Venezuela de Chávez desatan una incruenta guerra por la influencia y el poder.
No estará ya Lula al frente del país más grande de América del Sur para intermediar entre ambos. Y Argentina, el segundo, tiene demasiados problemas en casa para preocuparse del vecino. Tampoco su presidenta, Cristina Kirchner, tiene el prestigio de Lula y, por si fuera poco, el país celebrará a finales de año elecciones presidenciales. Kirchner no ha decidido aún si se presentará a la reelección. Desde luego el año que comienza difícilmente podrá ser para ella más duro que 2010, dado el fallecimiento de su marido y antecesor en el cargo, Ernesto Kirchner. Sí contaba con amplio reconocimiento en la región Michel Bachelet, pero 2010 supuso también su relevo por Sebastián Piñera.
Una de las últimas decisiones de Lula da Silva ha consistido en el reconocimiento del Estado palestino por Brasil. La acción ha irritado, por supuesto a Israel, país con el que ha mantenido cauces de comunicación en la búsqueda de una solución para los palestinos. También Lula ha sido capaz de mantener su amistad con Obama al tiempo que el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, le consideraba un interlocutor válido ante sus conflictos con Occidente por la cuestión nuclear.
En 2012 concluyen los cinco años para los que fue elegido Ban Ki-moon al frente de la secretaría general de la ONU. Hay quien ha visto en la hiperactividad de Lula el contrapunto a la escasez de acción de la que tanto se le ha acusado al surcoreano. Las declaraciones efectuadas el pasado lunes por Lula cerrarían esa puerta. Pero probablemente tampoco Lula imaginó ni diría jamás, cuando lideró huelgas, que algunas de sus medidas serían aplaudidas en la bolsa de Sao Paolo. La legislación brasileña le impedía volverse a presentar a una tercera reelección consecutiva, pero no volver a hacerlo en el futuro. En Brasil se especula con su vuelta en las elecciones de 2014, año en los que se celebra el Mundial de Fútbol cuya consecución, como la de los Juegos Olímpicos de 2016, se achaca a Lula, pero Dilma Rousseff tiene cuatro años para que sus compatriotas no deseen su regreso. No, al menos, como presidente. A Latinoamérica, sin embargo, le costará volver a encontrar un líder que supere la división entre países e ideologías.
(*) Periodista
Luiz Inàzio Lula da Silva. Foto: efe
La legislación brasileña le impedía presentarse a una tercera reelección, pero no volver a hacerlo en el futuro
Opinión
guillermo gurrutxaga (*)