El domingo por la mañana me convertí en Michael J. Fox y, a bordo de mi Delorean, aterricé en el mitin central de campaña de CiU, celebrado en Vall D"Hebron. ¿El político más aplaudido? El president. Y no me refiero a Artur Mas, al que las encuestas le auguran una cómoda Generalitat después de dos aterrizajes fallidos. El president de verdad, el de siempre, es Jordi Pujol. Del mismo modo que, para los nacidos a partir de la década de los 70, no puede haber otro Papa que no sea Juan Pablo II.
Tras el mitin, en el que Oriol Pujol se llevó la medalla de plata en el ranking de ovaciones de un pabellón sexagenario, salí convencido de una cosa: del alivio que respira ese amplio sector de Catalunya que se identifica con la tradicional ambigüedad convergente. Por fin, se vuelve al camino que nunca se debería haber abandonado. Regreso al futuro o una vuelta al presente. ¿Cómo terminarán las votaciones el domingo? "Como Dios manda", me respondió una mujer que blandía su senyera de plástico como si de esa forma hiciese rotar la Tierra. Supongo que no lo diría porque el acto se celebrase un domingo a las 12, que es cuando el Santísimo recibe a sus fieles, sino porque el seguro triunfo de Mas supone la vuelta del seny catalán. Como si eso del tripartit hubiese sido una aventura momentánea, un accidente extemporáneo, un error en el condensador de fluzo.
El mensaje es que vuelve uno de los nuestros. Puede que esto explique el tedio que está caracterizando la campaña. O que CiU, el partido más salpicado por la corrupción, no se haya visto afectado por un caso que se conoce ya como el saqueo del Palau.
La falta de debate, la normalidad en el turnismo, esconden otro elemento que no debería pasar desapercibido: la propagación en el debate público de la idea de que esas aventuras progres (con todas las comillas que queramos) sólo eran divertimentos para tiempos de bonanza. Que cuando manda la Economía, únicamente los de siempre, los nuestros, tienen la receta del éxito. Y éstas no suelen destacar por sus desvíos izquierdistas. Por cierto, que mañana tenemos visita de otro revival: Felipe González llega a Catalunya para evitar el desplome de los suyos. Si el perfil de asistentes se asemeja al del acto de Convergencia, el ex presidente pondrá en pie a sus votantes: precisamente, a quienes le votaron para La Moncloa en 1982.