LA quietud dominical, la especial luz preotoñal que se proyecta sobre nuestras calles y paisajes y permite apreciar con mayor nitidez los preciosos contornos de nuestra Euskadi ha servido de escenario temporal al comunicado de ETA, en el que tres de sus integrantes, ejerciendo como una suerte de notarios de la organización, nos trasladan su unilateral reflexión, adoptada al parecer hace meses, de un alto el fuego que califican de forma eufemística como el cese de "acciones armadas ofensivas". Son muchos los interrogantes que esta comunicación (no puede hablarse, desgraciadamente de una decisión de alto el fuego), ya amortizada en el seno de nuestra sociedad vasca, plantea: ¿Qué comprende esa expresión? ¿La exigencia del impuesto revolucionario sigue viva? ¿El eventual rearme o conservación "defensiva" de su arsenal queda fuera de esta suspensión de acciones armadas?¿Cuál es su alcance y su duración? ¿Es permanente y verificable, como le exige la izquierda abertzale?

Resulta inevitable compartir una sensación de escepticismo y de prevención ante las expectativas que la nueva etapa parece ofrecer. La decepción y el hartazgo acumulado entre todos nosotros tras tantas frustradas tentativas en la búsqueda de la paz rotas por la inercia totalitaria de ETA impone una lectura con sordina de algunas grandilocuentes afirmaciones que se contienen en su comunicado, que supone un tímido paso en la dirección que todos esperamos.

El optimismo desbordado en nuestra sociedad vasca ante los anuncios de otras treguas de ETA ha dejado paso a un cierto pesimismo constructivo, que no es en modo alguno un gesto de renuncia: al contrario, es reflejo de sana austeridad emocional, es el deseo de mostrar un prudente rechazo a participar en el séquito mediático, tras el impacto emocional que noticias como ésta generan en todos los que ansiamos la paz.

En su comunicado ETA reitera que persigue alterar el estatus político vigente, y es consciente de que tal objetivo solo puede lograrse, en ausencia de consenso, desestabilizando al intentar provocar una situación de ruptura o discontinuidad política y social. Insiste en arrogarse una suerte de tutela del proceso de "liberación" del pueblo vasco. Los agentes de este proceso debemos ser los ciudadanos vascos, de la mano de los partidos políticos. ETA es consciente de que la inmensa mayoría del pueblo vasco repudiamos y rechazamos a ETA y su barbarie como instrumento de acción política.

Y en contextos de continuidad como el que vivimos la superación del vigente estatus político solo puede alcanzarse a través de un proceso político y social respetuoso con las reglas de juego vigentes y que logre una amplia mayoría popular de apoyo. ETA sabe que carece de base social para generar esa discontinuidad política. Ésa es su máxima debilidad, y el motor que debe permitir hacer irreversible este proceso.