Gasteiz. Aragonés de cultura catalana, Miguel Marco (Manzanera, Teruel, 1954), médico neurólogo en el Hospital de Sabadell, se interesó por los niños de la guerra y los médicos republicanos exiliados a raíz de bucear en la historia de un familiar, un piloto republicano que se formó en la URSS durante la Guerra Civil y que se relacionó con algunos facultativos españoles.
Entre los "niños de la guerra" que llegaron a ser médicos destaca la bilbaína Conchita Eguidazu, hija del gudari Manuel Eguidazu.
Fue una gran figura en Albania. Era algo mayor que el resto de niños cuando emigró. Terminó la carrera de Ginecología en 1948. Como sabía francés, ayudaba a estudiantes albaneses. Así conoció a quien se convirtió en su marido, un joven albanés. Se casaron pero a él le reclamaron de su país. Y Conchita debió esperar seis años hasta que tuvo permiso para trasladarse a Albania. Allí montó la primera estructura de ginecología y obstetricia que hubo en ese país. Como todos los albaneses, soportó los rigores de una dictadura feroz. Regresó al Estado español en 1992, siendo ya viuda, y falleció tres años más tarde. Algunas de las médicas que estudiaron en la URSS me dijeron que les había tocado la lotería. Estuvieron separadas de la familia, pero a cambio son personas muy cultas, porque en la España franquista hubiera sido imposible haber accedido a estudios superiores.
¿Cómo acabaron esas docenas de médicos republicanos en la URSS?
De las 4.500 personas que formaron parte de esa emigración, 3.000 eran niños que acabaron creciendo en ese país. Entre 400 y 500 eran personas enviadas por el Gobierno de la República: marinos, educadores, gente de la embajada... Y comunistas de carné, entre los que estaban militares y médicos republicanos seleccionados por la Internacional Comunista, había otras mil. Algunos de los facultativos más conocidos fueron Juan Bote, profesor de Ciencias, y el cirujano Julián Fuster. Otro de los más relevantes fue Josep Bonifaci, catalán, médico personal de José Díaz, el secretario general del PCE. Juan Planelles, médico y amigo de Dolores Ibárruri, fue por disciplina de partido, porque si hubiera acabado en México habría sido una gran figura de la medicina mundial.
Algunos de los médicos adultos acabaron represaliados en el Gulag.
Sí, en concreto dos de ellos. Juan Bote, militante del PSUC, que era profesor de los niños de la guerra. Pero al llegar allí era bastante independiente y no se amoldó a las circunstancias, así que en represalia acabó apartado de la docencia y en el campo de concentración de Karagandá. Luego le deportaron a Siberia. Fue una persona quijotesca. El otro médico que estuvo en el Gulag fue Julián Fuster. Tenía que haber ido a México con los cuáqueros, pero al final se embarcó hacia la Unión Soviética con sus amigos del PSUC. Después de la Guerra Mundial, quiso marchar a México pero no le dejaron y se enfrentó con Dolores Ibárruri y otros dirigentes comunistas. Lo detuvieron en el 48. Estuvo en una de las pocas revueltas que hubo en el Gulag, la conocida como los 40 días de Kenguir. Era el cirujano del campo. En abril del 54, los prisioneros se sublevaron. Los tanques soviéticos entraron y masacraron a 700 prisioneros. Fuster tuvo que decidir a quién operaba, porque tenían posibilidades de vivir, y a quién no.
Son trayectorias vitales que pesan mucho.
Muchísimo, tienen una vida muy trabajada, tremenda. A alguno de esos niños de la guerra les tocó vivir una de las peores épocas del siglo XX: les cogió la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, que en la URSS la llamaban la Gran Guerra Patria. A algunos incluso les tocó vivir las guerras del Cáucaso y otros estuvieron en la crisis de los misiles en Cuba. Son una fuente de aventuras tremenda, no les hace falta escribir una novela.