El gravísimo atentado que hoy ha cometido la banda terrorista ETA es radicalmente contrario a tener una voluntad inequívoca de abandonar la violencia. Por tanto, hasta que en el futuro no exista esa voluntad inequívoca no habrá ninguna posibilidad por parte del Gobierno de aproximar ningún diálogo con esta banda". Así se expresaba el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, aquel 31 de diciembre de 2006 en el que, con la explosión de Barajas aún resonando en sus oídos, ordenó "suspender" todas las iniciativas encaminadas a "desarrollar el diálogo" con ETA que inspiró el proceso de Loiola.
Zapatero "suspendió" el diálogo hasta que "en el futuro" se comprobara la existencia de esa "voluntad inequívoca", e incluso evitó hasta en tres ocasiones renunciar definitivamente a volver a usar esta fórmula tratando de ser dueño de sus tiempos y no esclavo de sus palabras. Ya pasado el tiempo, y aunque luego reconocería que mantuvo activos durante los primeros meses de 2007 ciertos hilos de contacto con el MLNV -como le aconsejó que hiciera el ex primer ministro británico Tony Blair, que pasó por una situación parecida a la de la T-4-, dio finalmente por concluida la fase de diálogo. Al menos de aquel diálogo.
Zapatero puso el acento aquella terrible mañana en lo incompatible que es asesinar a dos personas y decir tener esa "voluntad inequívoca" de dejar las armas, expresión que le había servido de base para poner en marcha la enésima intentona de buscar una solución dialogada con el terrorismo vasco.
la puerta del congreso La fórmula no era baladí ni improvisada, sino que su utilización por parte de Zapatero situaba con toda la intención el nuevo escenario creado por los terroristas en un choque frontal respecto a la resolución que aprobó el Congreso de los Diputados en mayo de 2005 y que abrió precisamente esa puerta al diálogo y que autoriza a "los poderes competentes del Estado" a negociar con la banda, siempre y cuando se comprobase que la organización tuviese la "clara voluntad" de poner fin a la violencia y la mostrara a partir de "actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción".
Entre esas "actitudes inequívocas" que llevaron a Zapatero a abrir aquel proceso de diálogo a finales de junio, el Gobierno español contó el alto el fuego que ETA había decretado el 23 de marzo, pero sobre todo, el hecho de que éste hubiera llegado precedida de tres años sin atentados mortales y, por primera vez en situaciones de este tipo, "habiendo desaparecido prácticamente la totalidad de las acciones" violentas. Al margen del encontronazo -como lo calificó el MLNV- que se saldó con la muerte del gendarme francés Jean Serge Nerín, que la banda subrayó que no había buscado, el próximo día 30 se cumplirán nueve meses desde que ETA cometió su último atentado con resultado de muerte, cuando asesinó a los guardias civiles Diego Salva y Carlos Sáenz de Tejada. La organización cometía estos atentados en medio de una oleada de intensa violencia, especialmente contra las Fuerzas de Seguridad del Estado, similar a la que precedió sus últimos periodos de tregua, lo que algunos analistas han leído siempre como una forma de marcar una posición de fuerza para obtener un rédito mayor en la mesa de negociación.
Actualmente, la situación es diametralmente distinta a la que precedió al tiempo de Loiola por parte de un Gobierno que puso mucha carne en el asador de aquel proceso, comprobó cómo ETA rompía la cuerda de tanto tensarla y ahora da aquella fórmula por quemada, por lo que a buen seguro exigirá compromisos mayores y más firmes avales si decide volver a jugarse los cuartos con ETA. Sin embargo, esta ausencia de atentados, la práctica desaparición de la kale borroka, los movimientos que trata de llevar adelante buena parte de la izquierda abertzale en el seno del MLNV -que tanto recuerdan a Anoeta- y que ya le han llevado a abrir una ronda de contactos con el resto de partidos, o la implicación de la comunidad internacional -que ya jugó un papel vital en los tres principales procesos anteriores- parecen haber hecho que mucha gente adivine la llegada de un nuevo tiempo, comenzando por Jaime Mayor Oreja, ex ministro del Interior que vivió de primera mano el proceso que lideró José María Aznar, y acabando por las voces más autorizadas del PNV, habitualmente reacias a avalar las tesis de Oreja.
Además, toda la frustración creada por los fracasos precedentes no ha sido capaz de acabar con la convicción de la sociedad vasca de que el diálogo es la única forma de terminar definitivamente con todas las expresiones de este terrible fenómeno que tanto la hace sufrir. Así, si en pleno 2006, cuando el Gabinete Zapatero trataba de llevar adelante el proceso de Loiola, un 91% de los encuestados le apoyaban en su intento, ahora, pese a todo, aún son según el último euskobarómetro un 81% los ciudadanos vascos que apoyan la puesta en marcha de un nuevo proceso de diálogo; un porcentaje que supera claramente todas las barreras ideológicas y partidistas.
"el amigo extranjero" Los conflictos que más se han enquistado en la historia contemporánea han buscado en el extranjero el contexto discreto y la perspectiva fresca que ayudara a tender los puentes necesarios para un diálogo sincero. Así se hizo en Irlanda, así se hace de tiempo en tiempo en Oriente Próximo, y así se ha hecho históricamente en el caso vasco; desde las primeras intentonas que tuvieron lugar en los estertores del franquismo y en la transición hasta el proceso de Loiola, que amparó el centro Henry Dunant, pasando por el proceso que Felipe González activó en Argel o el que Aznar propició en Zurich.
Ahora el cabo viene de Bruselas, donde el trabajo de Brian Currin, heredero del legado de Nelson Mandela en la búsqueda de la resolución de conflictos, ha llevado a una veintena de primeros espadas -entre ellos varios premios Nobel- a aplaudir los esfuerzos posibilistas que laten en el seno de la izquierda abertzale ilegalizada y a pedir a ETA que los haga suyos declarando un alto el fuego "permanente y totalmente verificable", y al Gobierno español que sea consecuente. Y los discursos que antes rechazaban taxativamente una hipotética vuelta al diálogo, ahora lo sitúan como consecuencia de una decisión clara de ETA. "El cese del terrorismo debe ser el punto de partida para la negociación", respondía la portavoz del Gobierno Vasco, Idoia Mendia a la Declaración de Bruselas. "Posiblemente desde la política habrá que hacer algo para fomentar esto, pero todo me lleva a pensar que el climax de la paz llegará en un par de años", añadía el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, muñidor de esta labor de cocina en los últimos años que, además, subrayaba que "nos tenemos que creer que tenemos la misión histórica de pacificar el país y poner en marcha la reconciliación y que eso necesita muchas cosas". "Lo dejo ahí", concluía.
Desde el diario Gara se contestaba estos movimientos alertando a sus lectores "se está abriendo una oportunidad. Aprovechémosla".
De confirmarse todas estas especulaciones, fuentes conocedoras de estos procesos explican que la declaración de ETA debería llegar imprescindiblemente avalada por unos compromisos tan firmes e indudablemente constatables que convenzan al Ejecutivo de que existe esa "voluntad inequívoca" de abandonar la violencia que valdría para reactivar el diálogo en los términos autorizados por la resolución del Congreso; eso sí, tras superar una etapa de "verificación" por parte de los servicios de inteligencia.
Después, el eje se desdoblaría entre lo técnico -desarme, presos,...- y lo político, para lo que sería imprescindible que la ex Batasuna adquiriese una nueva condición que le convirtiera en interlocutor válido a todas luces, eligiendo los votos y no las bombas, como le invita desde hace meses a hacer el ministro del Interior español, Alfredo Pérez Rubalcaba. Entonces, el debate se realizaría en Euskadi ya que, como dijo recientemente el propio Eguiguren, "en Madrid la opinión pública y la crispación política no dan margen. No se iba a comprender ningún tipo de gesto, decisión o estrategia del Gobierno".
Y todo eso, con el amparo paralelo de ese amigo extranjero, que actuaría de facilitador y fedatario de los compromisos que se pudieran adquirir; un ámbito en el que algunos enmarcan la designación hace un mes del histórico miembro del socialismo español Javier Solana como presidente honorífico del centro Henry Dunant, cuna y nervio del impulso del anterior proceso.