omo tenemos unos días a nuestro querido escanciador de café y otras sustancias en el pit lane porque la espalda lo tiene torcido, el becario -o sea, su hijo- nos tiene todas las mañanas cabalgando al ritmo de The Trooper, que no se imaginan los Iron Maiden lo que es ver a un grupo de viejillos txapela para arriba, txapela para abajo mientras se intentan tomar el vino. Claro, con el ritmo metido en el cuerpo, en nuestro templo del cortado mañanero los venerables se han venido arriba al leer en el periódico que hay quien, como en los tiempos del patas cortas, quiere aplicar la censura en los teatros de esta nuestra ciudad para decirnos lo que está guapis y lo que está supermal, no sea que en una de estas nos vaya a dar por hacer funcionar el cerebro. En realidad, a los viejillos les da igual de qué va la obra. Muchos no saben ir más allá del euskera a lo comanche que platican con los nietos, pero que el montaje no sea en el castellano que tienen por costumbre destrozar cada día tampoco les supone un problema. En este local las cosas se hacen por tocar las narices. Así que unos cuantos, aprovechando que con esto de la pandemia las obras empiezan más pronto, se han ido a la taquilla del teatro para comprar sus entradas. Puede que no se enteren de nada, pero les importa tres pepinos. Todo sea por joder.