s lícito que cualquier trabajador quiera progresar y ganar más dinero en la vida. El que no lo reconozca, es un mentiroso patológico. Salvo honrosas excepciones, nadie curra por amor al arte ni puede prometer una fidelidad eterna a su empresa si alguien de fuera llama a su puerta y le ofrece el triple de pasta. Para no andar con más rodeos, Joselu está en su derecho de querer abandonar el Alavés. La tentación de jugar la Champions a los 31 años es un caramelo muy goloso, pero desde luego está mal asesorado. Las formas que ha escogido para marcharse de Vitoria no son las ideales. El club albiazul le ha catapultado nuevamente hacia la fama tras varios años con el cartel de nómada y no puede faltarle al respeto. Nadie le puso una pistola en la cabeza, ni a él ni a su charlatán agente, para que estampara su firma en un contrato. Quizás su entorno no ha medido bien lo que significa entrar en una guerra de este calibre con Josean Querejeta, un dirigente que ha toreado en muchas plazas y no se ablandará lo más mínimo para permitir su marcha si no es con un buen fajo de billetes para las arcas de Mendizorroza. El Sevilla, en el que Monchi es célebre por sus ventas multimillonarias, no debería extrañarse por la intransigente postura albiazul. Que pague y no maree tanto la perdiz.