l otro día paré a repostar en una gasolinera de esas rara avis en las que aún una persona te atiende para recargar el depósito. Mientras se llenaba, charlamos. Esta es una de las ventajas de que te atiendan personas, que hablas con alguien sin tecnología de por medio. Antes, en la era precovid, en estas situaciones lo normal era hablar del tiempo. Ahora, de la pandemia. El hombre, con una sonrisa que solo intuí pero que creí ver en sus ojos, se lamentaba de la perspectiva de otro verano teniendo que soportar el calor con el tapabocas adosado. Y allá estábamos de palique. Sí, la verdad es que es incómodo, pero no queda otra, y tal. Y de pronto afirma que estamos demasiado asustados. Me pilla desprevenida, no sé si seguimos hablando de la pandemia o la charla nos ha llevado a derroteros más trascendentales. La culpa de que estemos asustados la tienen los políticos, continúa. Análisis de la post modernidad junto al surtidor. Y sin darme opción de preguntar y salir de dudas, tras un brevísimo silencio, añade: "Y también los periodistas". A ver si podemos ir recuperando la normalidad, respondo conciliadora. Me fui dándole vueltas al tema. Aunque a veces pienso que la realidad en la que vivimos y que nos toca contar, probablemente, da bastante más miedo de lo que somos capaces de comunicar.