unque alguno en nuestro querido templo del cortado mañanero está empeñado en solicitar a las autoridades que nos consideren a los del bar como parte de su unidad convivencial, ya se le ha avisado que, en contra de otros años, esta vez sus horas de babysitter no las puede pasar en el local con las criaturas aburriéndose como hongos, aunque uno de los nietos, todo sea dicho, tenga ya principio de bigote adolescente. Así que anda con ellos de un lado al otro de la ciudad para ver si se cansan y lo dejan un poco en paz, aunque el que suele terminar derrotado es él. La edad, ya se sabe. Y cuando le pillan en un banco o en el sofá de casa, ya sacando la bandera blanca para rendirse, los querubines aprovechan para martirizarlo con todas esas cosas de las redes sociales que tienen en su teléfonos y que al abuelo, fundamentalmente, se la resbalan. Eso sí, el otro día le dejó un tanto mosqueado algo que le enseñaron sus descendientes. Resulta que en el caralibro (Facebook para el resto) a su nieto mayor le estaban venga a salir recuerdos de hace un año. Eran fotos de las navidades pre-bicho. Y el viejillo se preguntó si solo han pasado doce meses o, en realidad, han transcurrido tres o cuatro siglos de aquello. Porque más bien parece lo segundo.