viso, hoy va una sensiblera, porque de vez en cuando toca. Uno de mis abuelos, en un recuerdo borroso, seguramente completado ya por mi imaginación, casi lo veo en sepia detrás de aquella barra por la que pasaba todo el pueblo y en torno a la que salieron tantas historias luego recordadas, como en la tribu, la tradición oral. De cría, en Barcelona, por esas calles que ya no son lo que eran entonces, bares con nombres que evocaban nuestra tierra, con mis padres y su cuadrilla. En la facultad, donde empecé a aficionarme al café, porque un periodista toma café ¿no? Y aquel garito -hay que reivindicar el concepto garito en estos tiempos post hipsterianos- en Navarrería, nuestro garito, donde fraguamos la cuadrilla. Ya cerró. Hace años. Seguimos recordándolo, seguimos echándolo de menos cuando la cosa se lía, aunque se líe menos veces que entonces. Y el del pintxo reconstituyente en una larga jornada de trabajo. Y el del frito de pimiento, por favor, no hay otro sitio donde quedar si toca frito de pimiento. Y los de los benditos mediodías de fin de semana plácidos, sin prisa. Como canta Loquillo, "cuando fuimos los mejores, los bares no cerraban cada noche en firme a la hora señalada". Tengo el día nostálgico. Espero que pronto volváis.