ras más de dos meses trabajando en chándal, me dispongo a celebrar la primera barbacoa con no convivientes de mi particular desescalada, con una cauta ilusión por regresar a la normalidad, nueva, vieja o como sea; y cierta desazón ante la posibilidad de que todo esto no sea más que un espejismo antes de volver todos al frente epidemiológico. A la desorientada ciudadanía le llegan mensajes contradictorios, hay quien dice que el bicho agoniza y quien señala que en el otoño nos espera el apocalipsis, y ante la falta de certezas, la gente, que se agarra a lo que sea para atemperar su frustración e incertidumbre, ha encontrado en el sol, las terrazas y el contacto con los demás una vía de escape muy saludable desde el punto de vista psicológico, habida cuenta del mal rollo que nos inoculan en vena a través de la tele. Sin embargo, no debemos olvidar que aunque lo parezca esto no es todavía la vida normal, que estamos en una fase de ensayo y error, y que basta una fiesta de veinte personas para que el virus encuentre un balón de oxígeno al que aferrarse, como bien saben los catalanes. Así pues, disfrutemos de esto como cuando vamos al monte, gozando del paisaje pero sin perder nunca de vista el sendero para evitar un resbalón fatal.