e encantan mis nuevos complementos. Me favorecen especialmente. Parecen lo último de la alta costura. Y se nota. Los zurcidos son discretos, los colores ideales para esta primavera que ni va ni viene y, además, se adaptan a la perfección. Desde que han llegado a mi fondo de armario, me he acostumbrado a prodigarme con ellos cada vez que me toca ir a comprar, o cuando tengo que acceder a un transporte público o allá donde hay concentraciones de gente. Ya me gustaría que todo lo descrito solo fuera una colección de ademanes de coquetería. Por desgracia, ocultar mi cara tras una mascarilla y mis manos tras unos guantes de materiales casi quirúrgicos se ha convertido en el pan nuestro de cada día para esos instantes en los que parece imposible evitar ser atropellado por una marabunta de gente que, tras acceder a la fase 1, parece haber olvidado que el bicho del demonio es una realidad de la que es difícil huir si se baja la guardia. Y eso es, precisamente, lo que parece que ha ocurrido desde hace unos días. Supongo que el hartazgo por la situación vivida con el confinamiento tiene que ser mayúsculo. Pero si no se extrema la cautela, a lo peor, estaremos con la burra a cuestas unos cuantos meses más. Y eso sí que sería realmente abrumador.