a han pasado bastantes días y hemos aprendido a convertir en rutina esta guerra de la Humanidad contra un pequeño microorganismo, el encierro indefinido, el parte de bajas diario, las furtivas salidas a comprar el pan o la fruta, la distancia social, el lavado de manos, las mascarillas... Vamos encontrando la manera de que nuestras niñas y niños adquieran nuevas costumbres y lidien con lo que está sucediendo de la manera más normalizada posible, nos refugiamos en otras formas de ocio y desempolvamos viejos hábitos que la vorágine de nuestra vida anterior había perdido en el desván de la memoria. Cocinamos, hacemos sentadillas, jugamos al monopoly y hemos descubierto el papel crítico, en una situación como la actual, de la tecnología, que ha hecho del aislamiento un concepto mucho más liviano y llevadero que el que recoge la RAE, y que habla de incomunicación y desamparo. Es más fácil de lo que pensábamos y es la única arma de la que disponemos para combatir al bicho, porque todo lo demás es paliativo; desde los millones de euros que cambian de partida presupuestaria hasta las redes de solidaridad, pasando también por el titánico esfuerzo en los hospitales donde, ahí sí, la incomunicación y el desamparo son un castigo añadido para quienes pelean por sobrevivir.