greta Thunberg es el símbolo que necesitaba la causa de la defensa del planeta, que es la defensa de nosotros mismos como seres humanos, para que la abrazaran gobiernos y grandes corporaciones, los que de verdad tienen en su mano hacer algo para ralentizar el cambio climático. Greta Thunberg ha arrastrado tras de sí a millones de adolescentes, los votantes y consumidores del 2030, y puede, quién sabe, que su figura dé el impulso definitivo al cambio necesario. O no, habida cuenta del fracaso de la Cumbre del Clima de Madrid. Greta Thunberg también es una chica menor de edad con su historia particular, sobreexpuesta, a la que canosos opinadores denigran, insultan y utilizan para alimentar el odio cuya siembra les da de comer. También es el icono al que se arrima más por la estética que por el fondo una sociedad tan superficial que a veces parece tener la misma conciencia de sí misma que un semáforo, y que cuando devore definitivamente a esta chica pasará a la siguiente moda como si tal cosa. Quedémonos con lo que dijo en el Parlamento Europeo antes de pasar a ser un icono pop y, sin quererlo, eclipsar la causa a la que se ha entregado: “No me escuchéis a mí si no queréis, pero sí a los científicos”.