Creo que les tengo que contar una confidencia que, a buen seguro, en nada ayudará a variar a mejor la opinión que se tiene de mí. El caso es que, en ocasiones, escucho voces. Al principio, eran simples susurros incongruentes que salpicaban conversaciones aleatoriamente. Ahora, ya son estructuras sonoras con sintaxis rigurosa y formas verbales complejas que acostumbran a dejarse oír con cierta profusión. Tras pedir consejo facultativo y realizar las pruebas médicas pertinentes, el diagnóstico está claro: Siri, Alexa y Cortana han entrado en mi vida diaria y, al parecer, lo han hecho para quedarse. Mi doctor me ha recomendado paciencia, meditación y unas friegas con alcohol y esparto en la cabeza que dicen que son mano de santo. Además, ahora estoy en un grupo de terapia y autoayuda, en el que intento asimilar que, por ejemplo, ahora un reloj habla, contesta y hasta guía en una ciudad ajena y que lo de comprobar la hora o, en el mejor de los casos, iluminar su pantalla o hacer una operación básica desde su teclado si es que incluía calculadora, es parte del pasado. Voy paso a paso. Y no crean, es complicado, sobre todo si, como es el caso, estaba acostumbrado a utilizar las máquinas como herramienta y no como compañero de conversación. En fin, tiempo al tiempo.