l denominado Protocolo Irlandés enmarcado en los acuerdos de relación comercial con los que se ha pretendido facilitar la aplicación de un brexit civilizado desde el consenso es, más que un desencuentro, la evidencia de una frustrante falta de fiabilidad del proceder populista del gabinete del primer ministro británico Boris Johnson. La excepción al modelo de relación -en cualquier caso privilegiada-con un socio extracomunitario tiene una razón de ser en la que Bruselas se había mostrado firme hasta la fecha. El motivo es la necesaria permeabilidad de la frontera interna entre la República de Irlanda y los condados bajo jurisdicción británica del norte de la isla. Todo un proceso de convivencia y pacificación de un conflicto sangriento reposa sobre la persistencia de esos lazos. Esa permeabilidad, asociada a la isla de Irlanda, tiene su necesario control de tránsito de mercancías en relación a la Gran Bretaña y eso, más que un problema de índole económica real, es un símbolo que ha sido torpedeado sistemáticamente por los partidos unionistas del norte, partidarios de consolidar el vínculo británico aun a costa de romper el que les une al resto de Irlanda. En este sentido, sería grave la ruptura del protocolo, bien por el riesgo de un agujero aduanero, bien, en sentido contrario, por el restablecimiento de uno de los factores de beligerancia en el Ulster: la separación física estricta del resto del país. Siendo preocupante esa derivada, desde una perspectiva meramente comunitaria, la constatación de que la interlocución con este Gobierno británico carece de seriedad y fiabilidad es aún peor. Londres ha puesto todas las trabas posibles, se ha enrocado y dificulta sin vergüenza alguna la aplicación de compromisos como el acceso a los caladeros pesqueros y ha corrido a establecer trabas a la circulación de mercancías y personas -con los inconvenientes que, al menos coyunturalmente, los propios británicos padecen en sus suministros-. Nada garantiza que una nueva negociación a la baja, una nueva estrategia de cesión y apaciguamiento por parte de Bruselas, sirva para resolver los problemas. Más bien al contrario, hasta la fecha cada concesión ha servido solo para trasladar el conflicto a una fecha posterior. Nadie quiso un brexit duro pero, en la práctica es lo que empezamos a experimentar y quizá sea tiempo de actuar en consecuencia.