na sobria ceremonia, sin el tradicional calor del público, inauguró ayer con los habituales desfile y relevo de atletas y el encendido del pebetero, los Juegos Olímpicos de Tokio, los Juegos más excepcionales, insólitos y fríos de la historia. Con un año de retraso debido a la pandemia, más de 11.200 deportistas de más de doscientos países competirán por primera vez con las gradas completamente vacías, en medio de un silencio inédito que a buen seguro será la simbólica característica de estos Juegos envueltos -como cabía esperar- en la polémica. El retraso de estos doce meses en la celebración de este gran evento no ha traído consigo, como se anhelaba, una mejoría suficiente a nivel mundial en la evolución de la pandemia de covid-19 que provocó su aplazamiento. La situación en la gran mayoría de los países es muy preocupante por el auge de contagios provocado en gran medida por la variante delta del SARS-Cov2 y las vacunas no alcanzan aún a muchas naciones que tienen atletas en los Juegos y, de hecho, los positivos en la villa olímpica se suceden. El propio país anfitrión, Japón, arrastra muy malos datos y la ciudadanía nipona se muestra abrumadoramente contraria a la celebración del evento. Pero, tras muchas dudas, según ha confesado esta misma semana el presidente del COI, Thomas Bach, las multimillonarias pérdidas económicas que hubiese supuesto su cancelación definitiva -calculadas en unos 11.500 millones de euros- han inclinado la balanza y los JJOO son ya una realidad. Son, en este sentido, unos Juegos muy arriesgados. Será difícil que las extraordinarias medidas de prevención de los deportistas, las restricciones impuestas, la burbuja en la que se ha convertido la villa olímpica, impidan los contagios. Los atletas -entre ellos una treintena de deportistas vascos, varios de ellos con aspiraciones y opciones de medalla-, por su parte, están especialmente condicionados tanto por la situación general como por la previsible merma en sus capacidades físicas y en su estado anímico tras más de un año en el que no han podido entrenar ni competir con normalidad y deberán superar la tensión añadida del obligado aislamiento y el silencio sepulcral de las gradas. Con todo, y como en otras ocasiones, “el espectáculo debe continuar”. Cabe esperar que, además de los más fríos y silenciosos, no sean los más tristes de la historia.